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Desarrollo


Apenas se registran novedades en este terreno respecto de las estructuras ideadas a comienzos de la época sefévida. Ya en el siglo XVI se pueden identificar las clases dominantes que habían de continuar siendo importantes en el último período safaví, aunque los pesos relativos de cada grupo cambiaron algo a través del paso del tiempo. Bajo los primeros safavíes, los jefes turcomanos ocupaban la posición predominante, pero el gobierno central estaba empezando a favorecer con la concesión de altos puestos a los antiguos burócratas de habla persa cuya experiencia y modo de vida hacían de ellos aliados y partidarios más convenientes a una corte centralizadora. Las clases religiosas, tanto los ulama, como los sayyids o descendientes de Mahoma, fueron protegidos con concesiones y subvenciones; como dependían del padrinazgo real, las clases religiosas tendieron en un primer momento a convertirse en un firme pilar de soporte para los safavíes; únicamente bajo los últimos safavíes, cuando la fuerza financiera e institucional independiente de los ulama había crecido considerablemente, recusaron cada vez más la legitimidad del gobierno sefévida. Tampoco se aportaron en el Setecientos cambios fundamentales al sistema de posesión de la tierra del Estado, divan, y de la Corona, jassa, y de las vastas concesiones a los jefes de las tribus. Se trataron de evitar, no obstante, las concesiones de tierras virtualmente incondicionales que habían caracterizado a los predecesores de los sefévidas, en favor de concesiones no hereditarias o tiyul, sacadas de las tierras del Estado y la Corona, que estaban condicionadas al servicio, pero la eficiencia de este servicio varió mucho y dependió en gran parte de la fuerza del gobierno central.

Las categorías restantes de posesión de la tierra eran la propiedad privada, o mulk, y fundaciones inalienables, o waqf. La poca información de que disponemos acerca del pueblo llano nos indica que los nómadas estaban probablemente en una situación mejor que los campesinos que soportaban con mucho la carga de los impuestos y que tenían pocos recursos contra exacciones excesivas. Desde el momento en que Abbas el Grande trasladase la capitalidad del Imperio persa a Ispahan, más cerca de sus dominios y en el corazón de una provincia de habla persa, reunió a los artesanos y arquitectos para crear los magníficos edificios que todavía hoy hacen de Ispahan uno de los lugares más bellos del mundo en cuanto a su arquitectura. La tolerancia de Abbas para con los cristianos y su interés en promover el comercio y otras relaciones entre Persia y Europa habían atraído a la capital a numerosos comerciantes europeos y misioneros católicos, quienes en el siglo XVIII o fueron perseguidos o, en el mejor de los casos, vieron recortados sus privilegios iniciales de instalación, en un último intento por restaurar la pureza religiosa y evitar el contacto con todo lo que no respondiera a los más elementales criterios de la ortodoxia musulmana. La costumbre de hacer los tiyuls hereditarios, con tal de que los herederos masculinos prestasen servicio militar, llevó pronto a la alienación de facto de las tierras de la Corona y a una nueva decadencia del control -central sobre los militares.

De ahí la tendencia del shah y de otros grandes terratenientes a convertir amplias áreas en waqfs fundados en favor de familias terratenientes, lo que produjo un gran aumento de la riqueza material de las clases religiosas, los sayyid y los ulama. Además se convirtieron en un poderoso soporte ideológico y administrativo para el gobierno central ya que ocupaban las posiciones clave de la estructura educativa y administrativa; sin embargo, el hecho de crear estas fuentes independientes de poder y riqueza, así como la inviolabilidad relativa de los ulamas, los convirtió en formidables adversarios de los últimos safavíes, pues fueron la única clase con suficiente autonomía e independencia como para oponerse abiertamente a la Monarquía y aun obligarla a cambiar el uso de su acción. Los impuestos sobre la tierra, cuya cantidad variaba sobremanera en las diferentes regiones, eran la fuente principal de los ingresos del gobierno, aunque también había numerosos impuestos comerciales y sobre la población urbana. El peso de los impuestos sobre la tierra recaía en último término sobre el campesinado, compuesto en su mayoría por aparceros, aunque una minoría pagaba arriendos o tenía pequeñas posesiones. La comunidad aldeana, muy antigua, se había mantenido como unidad de irrigación y también como unidad fiscal; organizaba la redistribución periódica de las parcelas y ofrecía a los campesinos el disfrute de los bienes comunales para el ganado y la recogida de combustible.

Las ciudades atraían a los beneficiarios de las tierras y mantuvieron un comercio floreciente hasta el comienzo de los disturbios del siglo XVIII. El impulso dado al comercio y a la industria se tradujo en un aumento de los comerciantes y artesanos urbanos, pero sus corporaciones tenían poca autonomía. La alianza entre las clases religiosas, característica del período safaví, se ha seguido manteniendo hasta nuestros días, con frecuentes matrimonios entre ambos grupos y con los ulamas, relativamente importantes como portavoces de las demandas y quejas de las clases urbanas. Estas poblaciones sedentarias, urbanas y rurales, estaban rodeadas por los nómadas y sometidas a la presión de éstos. Viviendo de la ganadería del cordero, el comercio y la guerra, los nómadas estaban agrupados en grandes tribus unidas por un dialecto común y el recuerdo de un mismo antepasado fundador; divididas en clanes y familias, estaban dirigidas por un ilkhan. En la Persia del siglo XVIII no todos estos nómadas tenían el mismo peso. Los árabes del Sur y los kurdos del oeste tenían menos importancia. Por el contrario, las grandes tribus del Norte y el Este, afcaros y afganos, y los lurdos de las montañas del oeste de Ispahan desempeñaron un papel decisivo en la historia del Imperio. La posición de las mujeres es un aspecto de la historia social safaví que apenas ha sido estudiado. Sí sabemos que, frente a la idea de que el velo era una costumbre casi universal en las ciudades musulmanas desde los primeros tiempos islámicos, las mujeres de Irán iban sin velo e incluso en ocasiones escandalizaban sus vestidos, como lo atestiguan los comentarios de los viajeros europeos a partir del siglo XV.

En cuanto al papel de la mujer en la sociedad, aparte de sus funciones sexuales, trabajos domésticos y cría de niños, poco se puede decir, excepto que el silencio general de los historiadores sobre esta cuestión deriva más de la ignorancia que del hecho de que las mujeres no desempeñasen un papel importante. El ciclo de decadencia fue semejante al de otros muchos imperios tradicionales: como los detentadores de las concesiones feudales tenían un creciente poder local, podían resistir con éxito a las demandas de impuestos del centro y podían oprimir impunemente a sus propios campesinos. La pérdida de tierras de las que se pudiera recaudar impuestos con efectividad llevó al gobierno central a aumentar los impuestos sobre las áreas que permanecían bajo su control, empobreciendo así al campesinado y provocando una larga decadencia de la producción agrícola. La pérdida de control sobre las tribus nómadas significaba darles libertad para que saqueasen las zonas con población sedentaria. Incluso, a pesar de que las exportaciones de producción tales como seda, alfombras y cerámicas a Europa fue muy importante durante el siglo XVII, ningún shah del siglo XVIII continuó los esfuerzos positivos para extender tal comercio.

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