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La religión china admitía varios sistemas que no se excluían totalmente entre sí puesto que al implantarse el confucionismo, el taoísmo y el budismo no se destruyeron a pesar de sus divergencias, ni tampoco se distinguieron siempre entre ellos. El confucionismo es una tentativa de explicación racionalista del mundo que, pretendiendo eliminar las creencias populares primitivas, respeta en sentido general la tradición. Proporciona, pues, una regla de vida, una moral que tiende a mantener el orden y la jerarquía en la sociedad y en el Estado. Con la dinastía Ching la enseñanza y la educación estuvo bajo el signo del neoconfucionismo que se convirtió en el sostén del absolutismo imperial y de los poderes establecidos. Por su parte, el budismo considera que el origen universal del dolor se halla en doce causas conexas que arrancan originariamente de la ignorancia; la única solución contra este dolor es seguir el camino que predicó Buda y que permite alcanzar el nirvana. El nirvana no es la nada absoluta sino la consecución de la felicidad al extinguirse la vida empírica. Finalmente, el taoísmo consiste en una búsqueda mística de lo absoluto y de la inmortalidad. La idea fundamental es que las buenas o malas acciones de los hombres son recompensadas o castigadas por los espíritus del cielo y de la tierra y promete la inmortalidad como premio a la virtud. Respecto a las religiones extranjeras, prácticamente sólo los sacerdotes católicos pudieron penetrar en el interior de China.

Portugal había obtenido del Papa el derecho de patronato en China y tenía el privilegio de transmitir los decretos de Roma destinados al Extremo Oriente. Hacia 1715, la organización cristiana en China disponía de obispados en las principales ciudades, Pekín, Nanking y Macao, dependientes del Arzobispado portugués de Goa. Pero los misioneros jesuitas en su mayoría sólo reconocían la autoridad pontificia, ellos precisamente obtuvieron del emperador K´ang Hsi la tolerancia hacia la religión católica. A causa de su elevada preparación cultural, consiguieron también el aprecio y reconocimiento a su labor por los funcionarios mandarines. Mas los emperadores no apoyaron abiertamente las misiones católicas para evitar resentimiento entre la burocracia confuciana. El emperador Yung-Cheng condenó en 1723 el Cristianismo y ordenó su persecución. Ch´ien-Lung no fue complaciente, aunque utilizó a los misioneros católicos en Pekín y en la oficina astronómica, como pintores o arquitectos, lo que no impidió una nueva condena del Cristianismo en 1771, por ser contrario a las leyes del Imperio. La supresión de la Compañía de Jesús en 1773 asestó un último golpe a las misiones. Por su parte, la declinación del espíritu misionero, consecuencia del escepticismo de la segunda mitad del siglo, supuso una disminución del apoyo occidental. Con Ch´ien-Lung, la Iglesia iba perdiendo fuerza en el conjunto del Imperio. El fracaso misionero significó al mismo tiempo el fracaso de la europeización.

De forma mayoritaria, el pensamiento chino de este siglo se caracterizó por el antitradicionalismo. Una corriente crítica de instituciones e ideas tradicionales en conflicto con las autoridades provocó que fuesen las academias privadas centros del auténtico progreso científico y filosófico a la vez que catalizadores de la oposición política. La ciencia tiene su expresión más alta en disciplinas como la fonética, la etimología, la critica literaria e histórica. La bibliofilia experimentó un periodo de florecimiento y se publicaron numerosas recopilaciones de obras clásicas. En un marco de florecimiento general de las artes, como consecuencia de la prosperidad material, destacó sobre todas ellas la cerámica que alcanza su esplendor durante el gobierno del emperador K´ang-Hsi. A partir de 1750, el acabado es cada vez menos cuidadoso, lo que iniciará un período de decadencia que se acelerará en el siglo XIX. La razón de esta decadencia radica en el trabajo en serie debido a la creciente demanda europea que obliga a una producción en masa, con la consiguiente pérdida de calidad. Sin embargo, los europeos de la Ilustración se dejaron deslumbrar por el mundo chino y por las representaciones idealizadas de los funcionarios y letrados confucianos y su posición en el Estado. La cultura y el arte dejaron una profunda huella en la historia intelectual europea del siglo XVIII. Los fisiócratas creyeron hallar en China la confirmación de sus teorías, un Imperio agrícola, según sus puntos de vista, gobernado de conformidad con las leyes naturales. La perfección que todos le atribuyeron a China ejerció muchísima influencia en el éxito del cosmopolitismo.

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