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El advenimiento de la dinastía Hannover al trono inglés se hizo pacíficamente. Jorge I (1714-1727), hijo de Sofía y elector de Hannover, llegaba a Londres para ser coronado rey en agosto de 1714, cuando tenia cincuenta y cuatro años y desconocía casi todo lo referente a sus nuevos súbditos. Desde el principio se apoya en el partido whig, que había propiciado su sucesión. Destituyó a Bolingbroke, por sus simpatías jacobitas, y nombró un equipo ministerial con mayoría whig, donde destacaban lord Townshend, como presidente; Stanhope, Sunderland, Marlborough (repuesto en su anterior cargo, al frente del Ejército), Nottingham, Walpole pagador general de las tropas y Pulteney. Su llegada desató también una importante rebelión en Escocia, cuando el conde de Mar lideró una insurrección jacobita facilitando el desembarco del pretendiente Jacobo III, con apoyo de los highlands y de sectores ingleses simpatizantes de los tories. Se apeló a la ayuda irlandesa, que no se consiguió, y tras algunos éxitos fugaces el pretendiente tuvo que abandonar y refugiarse de nuevo en Francia como había ocurrido en 1705 y 1707; la muerte de Luis XIV hizo desaparecer su principal apoyo y la represión desatada por el Gobierno hizo el resto. Tras la derrota jacobita se decretó un castigo ejemplar para evitar un nuevo levantamiento: apresamiento de centenares de personas, destierros, cárcel, prohibición a los clanes de portar armas y separación de clérigos de sus iglesias.

La insurrección escocesa contribuyó al desprestigió de los tories, que cada vez serán más marginados de los centros de poder. En 1717 los whigs aprueban la Septennal Act, alargando la legislatura a siete años para garantizar su permanencia en el Gobierno. En estos años la clientela y postulados ideológicos de ambos partidos estaba ya claramente delimitada. Los tories se han convertido en una facción conservadora, representante de la aristocracia tradicional y de la alta jerarquía eclesiástica, incapaz de generar auténticos líderes por lo que se irá sumiendo en la decadencia; los whigs representan a los nuevos grupos sociales, con otros intereses, procedentes de las grandes haciendas formadas tras la revolución, hombres de negocios, manufactureros y profesionales liberales que son acérrimos partidarios de la supremacía parlamentaria, de la sucesión protestante y del Bill of Rights, y que defenderán ante todo la propiedad y el individualismo. La implantación de los whigs en el Gobierno potenció el parlamentarismo, sometió a su control a la Iglesia anglicana e hizo algunas concesiones a los disidentes religiosos. La indiferencia del rey por los asuntos de gobierno y su incomprensión del idioma hizo que no estuviera presente en las reuniones del gabinete por lo que éste se fue convirtiendo en el ejecutivo real, bajo la fiscalización del Parlamento. Sin embargo, Jorge I siempre mantuvo la atención en su antiguo electorado; por ello viajó a Londres con un equipo de consejeros -Bernstorf, Robethon, Fabrice, Kielmannsegge- que constituirán una especie de cancillería hannoveriana y que le permitió conocer puntualmente todo lo que afectaba a su lejano país, pero no desempeñarán cargos públicos ya que lo prohibía el Acta de Establecimiento, al vetar a los extranjeros para ocupar escaños parlamentarios, administrar tierras de la Corona u ocupar altos cargos en la Administración del Estado.

Aunque el Acta también establecía determinadas limitaciones al soberano para defender territorios extranjeros, la seguridad de Hannover se convirtió en un problema de la diplomacia inglesa que se empezó a familiarizar con los asuntos europeos a través de ese Estado. A pesar de la casi identificación entre el rey y los whigs, se da la primera crisis de gobierno en 1716, cuando Townshend se niega a ir más allá en las aspiraciones del monarca por los territorios de Bremen y Verden. Ahora los hombres fuertes serán Stanhope y Sunderland, éste como ministro de Hacienda intentó acabar con la deuda pública, un problema pendiente y cada día más grave, impulsando el Fondo de Amortización, pero incapaz de detener el crac económico provocado por la quiebra de la South Sea Company. Esta compañía había impulsado numerosas especulaciones originando riquezas fáciles, pero hacia 1720 la fiebre especulativa hizo multiplicar tanto el valor de sus acciones que las operaciones subsiguientes provocan el hundimiento de las cotizaciones. El escándalo fue enorme, y salpicó al Gobierno que, mediante sobornos, había facilitado las actividades de la compañía, provocando una crisis económica y la caída de aquél. A pesar de que el Banco de Inglaterra y la Compañía de Oriente pudieron controlar la situación, el crac despertó recelos durante mucho tiempo en el mundo financiero, desprestigiando sobre todo las sociedades de acciones. Comienza ahora la llamada era Walpole, líder nato del partido whig, nombrado lord del Tesoro, y en la práctica primer ministro entre 1721-1742, "un hombre con la instrucción de un caballero rural, las altivas maneras y los costosos gustos de un gran aristócrata, y el talento de un hombre de Estado de primera clase, el más apropiado para gobernar sobre la Inglaterra hannoveriana" (W.

R Brock). Su política estuvo orientada en dos direcciones: consolidar a la dinastía Hannover y enriquecer la nación, para lo cual era indispensable un pacifismo en el exterior y el orden público en el interior. Como ministro de Hacienda intentó sanearla, y para evitar las peticiones de dinero al Parlamento, acudió frecuentemente al Fondo de Amortización de la Deuda para cubrir los gastos del Estado, estableció un impuesto extraordinario para reducir la deuda pública, aligeró las cargas fiscales de los propietarios con la rebaja de las land taxes, lo que dio mucha influencia a la aristocracia whig, y a cambio aumentó los tributos sobre el consumo y aduanas. Partidario del mercantilismo, se aplicó a favorecer la industria y el comercio con una política proteccionista: exenciones a los fabricantes de seda y lana, pólvora y azúcar refinada, ayuda a los pescadores de arenque en el mar del Norte y a los balleneros de Groenlandia, elevación de las primas para la exportación de cereales y productos agrícolas, imposición de gravámenes sobre los productos extranjeros que podían ser competitivos con los nacionales y derechos preferenciales para las materias primas extranjeras utilizadas en la industria inglesa. Dio importantes subsidios a las compañías que comerciaban con África, Oriente y los países ribereños del Báltico. Con estas medidas logró una balanza comercial favorable, un activo comercio y un erario saneado. A nivel político intentó frenar la corrupción generalizada que imperaba en el sistema, pero la oposición sorda que se hizo en su contra desde la prensa y otras publicaciones lo impidieron; mantuvo buenas relaciones con la Iglesia oficial; suavizó el centralismo ejercido desde Londres sobre las autoridades regionales; su actitud tolerante contribuyó a la efervescencia intelectual e ideológica de la época y favoreció mucho la instrucción pública. Defensor a ultranza de la propiedad facilitó la aprobación de severas leyes penales para castigar los delitos contra ella. La muerte del monarca y el acceso de su hijo, Jorge II, no interrumpieron su política, al ser confirmado en el cargo.

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