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En cambio, en los círculos muy selectos de los príncipes de los antiguos nomos, aún se pueden encontrar artistas de primerísima categoría. Los relieves de la tumba de Senbi, en Meir, por ejemplo, no tienen nada que envidiar a los de las mastabas de la VI Dinastía. En algún caso concreto, como es el de la caza en el desierto, el hipogeo de Senbi encierra una obra maestra del género, llena de vida hasta en sus más mínimos detalles. No se trata sólo de cómo el cazador está observado del natural y dispara el arco en la postura adecuada, echándose un poco hacia adelante y doblando la pierna izquierda, sino en la perfecta caracterización de los animales y de sus posturas: los leones, los antílopes (el búfalo, el óryx, el íbice, la gacela), las hienas, etc., dando la impresión de formar parte de un conjunto dentro de un escenario común, con el suelo de la estepa diestramente sugerido. Pero ya a Ukh-hetep, hijo del anterior, no le fueron tan bien las cosas. En su tumba hay cuadros como el de los recolectores de papiros y el del rebaño, precedido por un pastor, tan depauperado, que parece una alegoría del hambre, en los que se perciben hasta ciertas notas de humor; pero en cambio, la escena de la cacería, no sólo carece de la grandiosidad de la de Senbi, sino incluso de la cohesión de unas figuras con otras, pese a lo bien diseñadas que aún están. En esta misma línea de alta calidad se encuentran los hipogeos de Berche pertenecientes a Dintihotep, Ahanakht, etcétera, a cuyos artistas no afectó prácticamente la crisis.

Refugiados en estas pequeñas cortes comarcales, mantuvieron la tradición del arte de las mastabas menfitas; en algún caso, como el de una vaca parturienta de Meir, o el de los antes citados recolectores de papiros, parece que nos encontramos ante verdaderas copias de relieves de mastabas del Imperio Antiguo, que entonces eran accesibles. Tebas debió de encontrarse en una situación similar, aunque lo conservado no permita probarlo. Con anterioridad a la unificación, Mentuhotep conmemoró sus triunfos militares en unos relieves de Gebelen donde se hizo representar, agarrando por el moño y golpeando a un egipcio, un nubio, un asiático y un libio. Como obras de arte estos relieves quedan muy por debajo de los funerarios, pero encierran el interés de mostrar al rey a escala humana, y por tanto mucho más próximo a sus mismos enemigos. Esta humanización del faraón será un rasgo que asumirán como distintivo los faraones de la XII Dinastía. También de las reinas y princesas tebanas poseemos relieves, si no tan jugosos como los de Senbi, sí interesantes como últimos destellos de un arte que en realidad seguía nutriéndose del pasado.

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