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Desarrollo


Las estelas erigidas por los faraones en sus templos y en sus tumbas tienen el valor de darnos por primera vez sus nombres a escala monumental, pero junto a esto que era normal y corriente un genial escultor de la corte de Uadyi tuvo el acierto de convertir el nombre de Horus de este faraón en uno de los relieves más célebres hoy de todo el arte egipcio, una pieza antológica que el Louvre atesora en su colección. Los tres elementos de que el relieve consta -el palacio, la serpiente y el halcón- están diseñados con una precisión y un sentimiento ya clásicos del todo; pero la perfección del halcón -luminoso, poderoso, sobrio- alcanza la cota de lo insuperable. Este genio anónimo que esculpió la estela de Uadyi no parece haber encontrado émulos ni seguidores inmediatos; fue simplemente un adelantado por caminos que aún tardarían mucho en ser andados. La impresión que venimos recibiendo al seguir el desarrollo de la escultura y del relieve es la de que hay unos artistas cortesanos que al servicio de los faraones van creando unos cánones que otros escultores ignoran voluntaria o involuntariamente. Las estatuas de Min de Koptos y algunas de las estatuillas animalísticas constituyen buenos ejemplos de lo acabado de decir. Estas desigualdades, testimonios de libertad y espontaneidad -arte etnográfico preferirían llamarlo algunos- comienzan a desaparecer a mediados de la II Dinastía. Lo que por arte egipcio se entiende alcanza entonces una difusión general por el valle del Nilo dentro de las inevitables notas de un arcaísmo aún no superado.

Cuando se implanta la costumbre de empotrar en los muros de las mastabas los relieves del banquete funerario, ya todos los escultores están al corriente de las normas clásicas del género. Las tumbas de Helwan pertenecen a la nobleza egipcia de tono menor, no a las grandes figuras de la corte, que se entierran en Sakkara a la vera de los soberanos del país y del mundo. Y sin embargo, los canteros que esculpen sus estelas, aun dentro de cierto arcaísmo y rusticidad, se atienen a los esquemas y a las normas vigentes entre los escultores áulicos. No es este el lugar de formular estas normas sin verlas antes plenamente depuradas por el arte de la época de las Pirámides, pero para probar que sus bases habían sido ya sentadas en época tinita, bastaría con observar cómo se representan las sillas en estos relieves del banquete de la estelas de Helwan, vistas las unas de estricto perfil, representadas las otras mostrando desde arriba el asiento de rejilla y omitiendo una de las dos patas que en aquélla se representan (las otras dos, por supuesto, quedan ocultas tras las dos primeras). El ejemplo de la silla ha sido muy bien expuesto por Schäfer: Cuando un escultor egipcio hace el relieve de una silla, la representa de perfil y con tanta exactitud que un carpintero no tendría la menor dificultad para tomar sus medidas y hacer un mueble exactamente igual. Pero si el escultor quiere poner de realce el respaldo o el asiento nos hará ver al primero de frente y al segundo por encima (que es su frente también), aunque las patas sigan estando de perfil. Las vistas corresponden por tanto al diagrama de una silla. Para el artista no hay reproducción más fiel, más exacta, del natural que los frentes y los perfiles estrictos; cualquier torsión o escorzo es engañoso y, por lo mismo, desdeñable.

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