Óptica y Medicina

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La renovación de la óptica está íntimamente relacionada con el progreso técnico e instrumental en la fabricación de lentes, microscopios y anteojos astronómicos. En su "Dioptrice" (1611) Kepler desarrolló una óptica geométrica de las lentes, del anteojo astronómico de Galileo y el teleobjetivo. De este modo, el perfeccionamiento del anteojo permitiría un progreso considerable e inmediato en astronomía y en óptica. El mismo principio de actuación del anteojo astronómico se aplicó para la construcción de lentes que permitieran la observación de objetos minúsculos, de tal manera que su consecuencia fue la aparición de los primeros microscopios hacia 1615. Su demanda e importancia fue tal que, a finales del siglo XVII, la fabricación de estos instrumentos había tomado un enorme empuje. Pero de los trabajos de Kepler hay que destacar su descubrimiento, a partir de una ley formulada por Harriot a comienzos del siglo, de la determinación matemática del comportamiento de los rayos solares al pasar a través de una esfera de cristal llena de agua, formando el arco iris y la medición de la descomposición de la luz solar en diferentes colores al pasar por un prisma de cristal, en el agua y otros líquidos. Precisamente, sobre la naturaleza de la luz y de los colores también se reflexionó en el siglo XVII, alcanzándose importantes avances. Desde finales del siglo XVI, los tratadistas de este campo se preguntaban si la luz es un cuerpo o el movimiento de un cuerpo.

Aristóteles había hecho de la luz un fuego cuya naturaleza era vaga pero no corpuscular. Próximas a sus ideas se encontraban todavía en el siglo XVII las teorías de Antonio de Dominis (1611) y de Isaac Voss (1648), para quienes la luz parece ser un elemento sustancial, algo que se añade a los cuerpos y produce los colores de éstos. Voss admitía que la luz es tan real como el sonido o el olor y que recorre el vacío de manera instantánea e invisible, para convertirse en visible en los cuerpos sólidos. A pesar de ello, en la misma época se mantenía ya la tesis de que la luz resulta del movimiento de ciertos medios sustanciales. En efecto, para Galileo la luz supone el movimiento de un medio y aunque para Descartes la luz no es un verdadero movimiento, es una tendencia, que producida por variaciones rítmicas de presión en el seno de un fluido se propaga instantáneamente. Por su parte, Newton consideraba la luz como una realidad sustancial y le atribuía una estructura corpuscular. Basaba sus afirmaciones en razones tomadas de su teoría de los colores: puesto que los colores son cualidades de la luz es necesario que ésta sea una sustancia y no una cualidad, pues no se puede concebir la cualidad de una cualidad. A finales del siglo XVII se produjeron en óptica descubrimientos que influyeron en las teorías de la luz. Concretamente, en 1665, Francesco M. Grimaldi (1618-1663) puso de manifiesto los fenómenos de las interferencias y de la difracción de la luz.

La doble refracción fue descubierta después por Erasmo Bartholin (1625-1698) y completada más tarde por Huygens, para quien la luz consistía en un movimiento de la materia que se encuentra entre nosotros y el cuerpo luminoso. En 1675, Olaüs Römer (1644-1710) demostró, por la observación de los satélites de Júpiter, que la propagación de los fenómenos luminosos se verifica en un tiempo determinado y, al mismo tiempo, precisó la velocidad de la luz. En medicina, mientras el siglo XVI fue la época de progreso de la anatomía, el XVII fue el de la fisiología. El concepto filosófico de que todo el mundo físico, incluyendo los seres vivos, funcionaban como un complejo mecánico, centraba las cuestiones relativas al cuerpo humano en el descubrimiento de sus mecanismos. Sin embargo, los logros se veían limitados por los medios de investigación: una anatomía macroscópica, nociones de mecánica, algunas nociones de química y poco más. Pero, no obstante, el método experimental se reveló útil. Además, el descubrimiento del microscopio extendió considerablemente el campo de investigación de los anatomistas, mientras por otra parte, se producía un interés creciente por la histología, por la neurología y por el estudio detallado de los grandes órganos. En cualquier caso, el logro más importante del siglo fue el descubrimiento por parte de William Harvey (1578-1657) de la circulación de la sangre. En su "De motu cordis" (1628), demostró que el corazón impulsaba la sangre a las arterias cuando se contraía y que la sangre sólo podía circular en una sola dirección hacia el corazón por las venas, cuyas válvulas impedían cualquier regresión, y del corazón a las arterias. Igualmente concluyó que las venas y las arterias forman un sistema único a través del cual la sangre era propulsada en circuito por las impulsiones del músculo cardíaco.

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