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Fue Nicolás Maquiavelo quien estableció las diferencias en esta materia con relación a los espejos de príncipes. La crítica de Maquiavelo a aquellos humanistas contemporáneos suyos era radical y profunda: para alcanzar la gloria, el honor y la fama, al príncipe no le basta sólo con la "virtus". Es necesaria, en cambio, una economía de la violencia, la constitución de una eficaz fuerza militar, una combinación de la diplomacia con la coacción. En segundo lugar, Maquiavelo rechaza con vehemencia la creencia humanista de que la manera más segura para alcanzar la gloria sea actuar siempre de manera convencionalmente virtuosa. En este sentido, el príncipe no ha de poseer necesariamente todas las virtudes, bastará con que aparente tenerlas. Además, ha de valerse de la virtud según la necesidad, de tal manera que Maquiavelo subraya la autonomía de la política con relación a la moral. Así pues, Nicolás Maquiavelo representa al humanista que sin abandonar sus convicciones republicanas se adapta a los nuevos tiempos, porque sobre todo desea seguir participando en la vida política, aunque, por otra parte, se aleje del humanismo al sustituir su inicial optimismo, su creencia en el ideal de perfección humana, por la conciencia de que la fortuna gobierna buena parte de los asuntos de los hombres. Nacido en Florencia en el seno de una familia de clase media, Maquiavelo desempeñó entre 1498 y 1512 diversas misiones políticas y diplomáticas, en especial la Segunda Cancillería y Secretaría de la Señoría, entre cuyos deberes se encontraba redactar informes de carácter político, diplomático y militar para uso de los magistrados de la República.

Las turbulencias políticas que azotaron Florencia en esos años dieron como resultado final la desaparición de la república, la toma del poder por los Médicis y la destitución de Maquiavelo. Escribió entonces "El Príncipe" (1513) y los "Discursos sobre la primera década de Tito Livio" (1519). En su estructura y ordenamiento temático, "El Príncipe" se inscribe en la tradición de los libros de consejo conocida como espejos de príncipes. Sin embargo, nunca un libro de ese género ha producido una polémica tan extensa en el tiempo. Su ruptura con la tradición medieval deriva del hecho de que se trata de un manual que, sin hacer concesiones a la moralidad vigente, no se detiene en preguntarse cuál es el mejor gobierno o qué es lo legítimo, ni siquiera considera qué es el poder o cuál es la naturaleza del Estado. "El Príncipe" es un tratado que describe cuáles son los recursos con los que ha de contar un príncipe para conseguir, aumentar y conservar el poder. El análisis maquiavélico no consiste en censurar o alabar éticamente una determinada conducta política, sino en describir la acción política, fundar un método generalizable basado en la observación de los hechos y elaborar teorías que sirvieran al objetivo propuesto. Por esa razón sus enseñanzas serían útiles para todo tipo de gobernantes, de tal manera que la ciencia creada, la política, sería una disciplina neutral. Sin embargo, la razón no constituye el hilo conductor de la actividad política.

Pasiones como la ambición determinan, por ejemplo, sus objetivos y sus fines. Como este mundo no es fácil y la supervivencia es en ocasiones una tarea desagradable, sólo las pasiones fortalecen a los hombres ante esa evidencia. No obstante, la acción política no debe ser guiada en sentido estricto por las pasiones. Quien se deje dominar por ellas perece, aunque la razón sin ellas resulta insuficiente. En efecto, para Maquiavelo existe una contradicción básica entre las pasiones o deseo de los hombres y sus posibilidades de realización. En este proceso aquéllas superan siempre a las condiciones que les impone la realidad. Así pues, lo único que la razón política puede hacer es partir del principio de que los hombres son malos y actuar en consecuencia. Además, Maquiavelo introduce un elemento novedoso en esa dialéctica: la intervención de la Fortuna, una diosa cruel que nunca cumple sus promesas y deshace sin piedad, sin ley y sin razón a unos hombres y exalta caprichosamente a otros. De ese modo, la fuerza que gobierna la vida de los hombres por encima de la razón y de las pasiones es la Fortuna, una fuerza caprichosa externa al hombre que le amenaza y ante la cual sólo cabe oponer una "virtus" que le sirva de escudo protector. La pesimista conclusión maquiavélica es que el hombre que desee alcanzar y conservar el poder político debe acomodarse y atenerse a la verdad real de las cosas, esto es, a la existencia de la maldad humana y a la intervención de la Fortuna en su destino.

En ese medio se desarrollará la vida del príncipe nuevo, de escasos recursos y sujeto a la Fortuna. Sujeto a ella y luchando contra las adversidades sirviéndose de la virtus, su única tabla de salvación será contar con una estrategia, con una sutil síntesis de medios capaz de asegurarle su posición. Haciendo un buen uso de la fuerza, la astucia, el cinismo, la habilidad o las leyes no perecerá. Al mismo tiempo, hay en la visión maquiavélica de la política la convicción de que los hombres son presa fácil del engaño, de tal manera que el príncipe que desee preservar su poder utilizará recursos técnicos tales como administrar la violencia de una vez o proporcionar beneficios gradualmente a sus súbditos, para crear una apariencia ventajosa a sus intereses, para ofrecer una imagen adecuada que asegure su poder, que garantice su seguridad. En sus "Discursos" Maquiavelo presenta otro aspecto diferente de su pensamiento. Siguiendo a los clásicos recoge el análisis tradicional y tripartito de las formas de gobierno, afirmando la superioridad de aquel en el que el príncipe, los grandes y el pueblo gobiernan el Estado, insistiendo en la superioridad del pueblo sobre los príncipes en cuanto al mantenimiento de la libertad y en la superioridad de los príncipes en cuanto a la creación del propio Estado. En ese sentido, el pueblo no mantiene, en el marco de esa relación, un papel pasivo y obediente. Para Maquiavelo el pueblo está compuesto por un conjunto de ciudadanos capaces de actuar en común o en competencia.

De tal idea extrae su tesis sobre el valor político del conflicto como algo necesario para la comunidad, pues la política no es otra cosa que la lucha de los opuestos y el equilibrio de las tensiones. Para canalizarlos y reajustar las fuerzas contrarias toda comunidad debe contar con soluciones institucionales, pues, en definitiva, lo que ha de evitarse es el faccionalismo y los comportamientos particularistas, los cuales acaban debilitando y destruyendo la vida política y el bien público, por perseguir intereses privados. A pesar de su clarividencia teórica, la idea del conflicto como necesario o de la bondad de la pluralidad de opinión en los asuntos públicos no encontró campo de aplicación en un momento en el que la vida republicana agonizaba en Italia. Aunque la idea del Estado está en el centro de su pensamiento, Maquiavelo no llegó a formular su teoría. Sin embargo, del conjunto de sus obras se desprenden tres conclusiones. La política es un arte racional en sus principios, que recoge en sus cálculos, fundados sobre regularidades, todos los datos accesibles de la experiencia. Al mismo tiempo es también un arte positivo, en el sentido de que rechaza toda discusión sobre los valores y los fines. En tercer lugar, la política tiene su propia autonomía con respecto a la religión, a la que concibe subordinada a aquélla, como un instrumento más de poder y como elemento de cohesión social. El pensamiento político humanista traspasó las fronteras italianas.

La preocupación por la educación en general y por la del príncipe en particular se reprodujo al norte de los Alpes. Siguiendo esa tradición, encontramos espejos de príncipes en Francia: Clichtore (1472-1543) publicó en 1519 "El oficio de rey", y Guillaume Budé (1467-1540), "La educación del príncipe" en 1547. Idéntica literatura política hallamos en los Países Bajos, en Inglaterra y en España. Erasmo publicó en 1516 "La educación de un príncipe cristiano", dedicado al futuro emperador Carlos V. Por su parte, sir Thomas Elyot escribió "El Libro nombrado el gobernador" (1531) y, pocos años antes, Antonio de Guevara había publicado uno de los libros más leídos e imitados en Europa durante el siglo XVI, "El reloj de príncipes" (1529). A pesar de esa coincidencia, el Humanismo del noroeste europeo produjo teorías e ideas políticas distintas, pues respondía a problemas diferentes a los de la Italia renacentista. Los humanistas franceses e ingleses son más radicales; aunque defiendan el uso del conocimiento desprecian la intervención en los asuntos públicos; atienden en sus obras a los problemas generales de la sociedad y proponen reformas ante las injusticias de la época. El bien común es en sus escritos la alternativa al creciente individualismo, moralmente intolerable. A la dislocación social y económica, a la avidez y a la ambición de los poderosos representados por la nobleza y el clero, ellos oponen la práctica de las virtudes cristianas. Frente a la guerra se insiste en la hermandad de todos los hombres. Es, sin embargo, la invocación de la razón de Estado la que produce un abismo ético entre Maquiavelo y los humanistas cristianos del Norte. Éstos sólo la admiten cuando se ejecute en beneficio de la comunidad y siempre que no se viole la justicia ni se pierdan vidas humanas, pues nada debe hacerse que pueda dañar la causa de la justicia, ni aun por el mejor de los motivos. Aquél, en cambio, lo sacrifica todo, la religión, la piedad, la fe, para conservar el Estado.

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