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Asia y África

Desarrollo


La China del siglo XVI era el Imperio más poblado del mundo, al que, con todas las dificultades de cuantificación, se le adjudican alrededor de 100.000.000 de habitantes. Los progresos agrícolas y el desarrollo general de la economía durante gran parte del Imperio Ming favorecieron un constante aumento demográfico. Se calcula que la población se dobló de mediados del Seiscientos a mediados del Setecientos. Así surgieron algunas de las ciudades más populosas del mundo, sobre todo Pekín, la capital, que llegó al 1.000.000 de habitantes en el siglo XVIII. La agricultura era la ocupación principal de esa población. El arroz de regadío con su alta productividad permitía una alta densidad humana, particularmente el Sur, la cuenca inferior del Yangzi, el valle de Huai y el norte del Zhejiang. Las técnicas de cultivo del arroz introducidas en el siglo VII, la utilización de la cadena de cangilones y las variedades de este grano cultivadas desde el XI, que permitirán una doble cosecha anual, van a provocar el aumento demográfico, que lentamente se irá extendiendo hacia el Norte, siempre mucho más despoblado. Por importante que fuera su función, el arroz de regadío no ocupará más allá del 10 por 100 en el Sur. Cereales de secano -mijo, trigo, sorgo y el mismo arroz- constituían el resto de la alimentación básica, que incluía el consumo de ciertos tubérculos -el ñame, el taro o el llamado plátano de piel- antes que se introdujesen las plantas del Nuevo Mundo -como la aráquida y el boniato, adecuados para suelos pobres y mal irrigados-, que a fines del siglo XVIII serán parte esencial de la alimentación básica de muchas poblaciones.

El maíz tuvo una difusión más lenta, lo mismo que el tabaco. La horticultura se encontraba allí donde el regadío lo permitía y completaba la dieta casi exclusivamente vegetal, en la que el aceite de sésamo constituía la grasa vegetal más utilizada en China. El aporte proteínico procedía de la piscicultura y la cría doméstica de volatería y cerdos, de los que se consumía la manteca, mientras que ningún producto lácteo era conocido. Sobre el papel, los campesinos ocupaban un lugar inmediatamente posterior a los funcionarios en la escala social, por encima de los artesanos y comerciantes. En la práctica, la situación del campesinado empeoró a lo largo de los siglos XV y XVI. Los deseos de extender los cultivos en las tierras despobladas del Norte fomentaron los movimientos migratorios de campesinos sin tierras. Las tierras roturadas aumentaron, en efecto, pero también los impuestos que recaían sobre ella, calculados según catastros que baremaban el suelo por su productividad y por la extensión de la propiedad. Las familias más ricas consiguieron poco a poco quedar exentas de la tributación y encargarse de la recaudación de las contribuciones comunales, según el sistema creado por los emperadores Ming siguiendo la tradición de la responsabilidad colectiva. Las aldeas estaban administradas por las diez familias más ricas del lugar, siguiendo una rotación anual, que dejaba al margen al resto de la comunidad. Para deteriorar aún más la situación del campesinado, los agricultores que no fuesen funcionarios y estudiantes estaban sujetos al reclutamiento para trabajos de utilidad común y obras públicas, con lo que los hijos de las familias ricas acabaron siguiendo estas vías para librarse de las prestaciones, que recayeron sobre el resto de los campesinos.

La posibilidad de cambiar el trabajo personal por dinero dejó limitado el trabajo personal a los más pequeños propietarios, que se vieron reducidos a una suerte de servidumbre. La gran masa campesina no tenía que recurrir a argumentos religiosos para aceptar el nuevo orden, puesto que nada le debía al anterior. Los cambios realizados por Kangxi, por el contrario, aliviaron su situación, gracias a una reforma agraria que dio al campesino el disfrute de la superficie del suelo, mientras que el propietario conservaba la del subsuelo. Se involucró así a los agricultores en el interés por el rendimiento de la tierra, al hacerlos partícipes de los beneficios, y se aumentaron sus ingresos lo suficiente como para invertir en la mejora de la labranza. Aunque se ganó así la voluntad del pueblo, el aumento demográfico acabó provocando la subida de los arrendamientos y el descontento subsiguiente, sobre todo en el Sur. En el Norte, por el contrario, el avance de los nuevos colonos fue creando un pequeño campesinado estable, que sólo sufrirá un proceso de concentración en el siglo XIX. La estructura social de la China de los Ming tampoco beneficiaba el desarrollo de una burguesía comercial y artesanal potente, puesto que su actividad estaba sometida a la administración de los mandarines o funcionarios letrados, sector social dominante, y dependía de sus favores. Ello hacía que los elementos más enriquecidos de esa burguesía deseasen el prestigio, poder y privilegios de los funcionarios y encaminasen a sus hijos hacia el estudio antes que hacia las prácticas económicas.

Así se debilitaron las clases medias y se fortaleció la clase de los mandarines, obstaculizando el desarrollo económico y la transformación del orden social. Aun así, la expansión general económica hasta bien entrado el siglo XVI y la demanda de las populosas ciudades y, sobre todo, de la floreciente clase de los mandarines, dieron lugar al desarrollo de un artesanado variado y cualificado, que surtía con sus productos no sólo el mercado nacional, sino el del Japón y el Asia sudoriental, llegando hasta Europa a través del comercio portugués. En el siglo XVI la porcelana se convirtió en el producto más preciado de la China de los Ming, alcanzando una suma perfección técnica y artística en su acabado, sobre todo en la variada utilización del esmalte. Las sederías son otro importante ramo de la producción, que desde siglos antes ya se exportaba a Occidente por medio de las caravanas que atravesaban Asia. La alta calidad de las telas y los hilos de seda chinos propiciaban su salida hacia variados mercados cercanos y lejanos, incluso hacia las Indias occidentales a través del galeón de Manila. Los talleres de algodón se convirtieron, al igual que las sederías, en grandes empresas artesanales, en algunas de las cuales se concentraban centenares de operarios. La situación cada vez más degradada de los pequeños campesinos favoreció su emigración a las ciudades, donde formaron una fuerza de trabajo anónima. Existía un mercado de trabajo diferenciado por oficios, en el que los obreros especializados encontraban ocupación a cambio de una alta retribución, mientras que el resto debía contentarse con salarios miserables.

La utilización de nuevos tipos de telares, la concentración de trabajadores en grandes centros y la existencia de un mercado de trabajo daban un carácter industrial a ciertos sectores del artesanado chino ya en el siglo XVI. Las artesanías relacionadas con el papel -xilografía e imprenta- obtuvieron un alto perfeccionamiento, conociéndose los caracteres móviles desde el siglo XI. La industria de la edición alcanzó una producción masiva que demandaba gran cantidad de papel. La laca, los muebles, las pinturas, el marfil, las joyas, los cueros y los tapices, eran otras tantas manufacturas de lujo relacionadas con el comercio exterior. El reinado de Kangxi también fue beneficioso para los artesanos, cuyas corporaciones redactaron sus reglamentos. Las más poderosas consiguieron el monopolio de la producción de los artículos que les interesaban, como los tejedores de seda que se reservaron la fabricación de los tejidos de lujo. Sin embargo, el resto de los textiles de menor calidad siguieron mayoritariamente en manos del pequeño artesanado, en buena parte inseparable del campesino, aunque parcialmente quedó bajo el control de los grandes fabricantes que le encomendaban tareas. El trabajo doméstico, unido a la gran producción, entró así en la historia económica china, como por el mismo tiempo se desarrollaba en la Europa occidental. El final del período Ming fue especialmente próspero para el comercio y las finanzas, que propiciaron la aparición de una pequeña burguesía urbana.

Comerciantes, banqueros, negociantes y armadores dedicados al gran comercio formaban una nueva clase enriquecida. Que el desarrollo comercial no llevara hacia el capitalismo se ha querido explicar por el comportamiento psicológico, que impedía la emancipación total del comerciante chino, que daba una importancia secundaria a su éxito económico y prefería considerarse como un mecenas cultural. Sin embargo, la crisis financiera con que se encuentra el Gobierno Ming de finales del XVI, provocada por las guerras exteriores y el gasto suntuario de la Corte, le obligará a tomar unas medidas para la consecución inmediata de ingresos que serán perjudiciales para el artesanado y el comercio y generarán el malestar social. El aumento de las tasas comerciales y del control aduanero propició la crisis de casas comerciales y empresas artesanales y la multiplicación de las insurrecciones urbanas. Hasta finales del siglo XVII, con la suspensión de las restricciones al comercio con el extranjero, no volvió a estimularse el tráfico, que conocerá en el siglo XVIII una expansión sin precedentes.

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