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Datos principales


Rango

América borbónica

Desarrollo


Las trece colonias inglesas de Norteamérica tuvieron el desarrollo más espectacular del Continente. Crecieron en población, en economía y en extensión, convirtiéndose en una seria amenaza para la otra gran colonia del hemisferio, que era la Nueva España. Su demografía aumentó a saltos. Desde 210.000 habitantes en 1690, pasó a 1.600.000 en 1760 y a 2.121.376 en 1770. Fue lógicamente un crecimiento impuesto por la emigración masiva, voluntaria y forzosa, de blancos y esclavos. Entre los primeros, destacaron los alemanes, irlandeses, franceses y escoceses, que rompieron la imagen monolítica de una sociedad anglizada, en la cual introdujeron muchas variantes. Se calcula que sobrepasaron el medio millón de europeos. Estos emigrantes fueron una gran inversión, ya que llegaban en la plenitud de su edad laboral (su período de formación lo habían pagado sus países de origen) y dispuestos a rendir al máximo para abonar los gastos de su pasaje (se hacía usualmente mediante una servidumbre temporal) y para convertirse pronto en propietarios agrícolas u hombres de negocios. Los blancos tuvieron también un crecimiento vegetativo nada despreciable, consecuencia de varios factores como los matrimonios más tempranos, la necesidad de tener gran número de hijos para sostener la producción agrícola familiar, y la dispersión de la población, que evitaba los grandes estragos de las epidemias. En 1770, los blancos sumaban 1.664.279 (78,5%) y los negros 457.

097 (21,5% ). Un fenómeno peculiar de estos últimos es el de su crecimiento vegetativo, que no se registró en Brasil ni en Saint-Domingue, como vimos. El número de esclavos existente duplicaba a los importados, que eran apenas unos 250.000. El 90% de los mismos vivía en las colonias sureñas. En Virginia había casi tantos esclavos como en Cuba, pero con un ínfimo porcentaje de libres (apenas el 10%). Casi la mitad de los 2.121.376 habitantes existentes en vísperas de la independencia estaban en las colonias meridionales: 994.434, que representaban el 46,9% del total. En las septentrionales había 571.038 habitantes o el 26,9%, y en las centrales 555.904 o el 26,2%. Ahora bien, en las norteñas los blancos sumaban 555.696, que representaban el 97,3% de su población subregional, en las centrales 520.975 o el 93,7% de la suya, y en las sureñas 587.608 o el 59% de su población subregional. Existía casi un blanqueamiento en función de los paralelos. Las ciudades más populosas eran, no obstante, las septentrionales y centrales, como Filadelfia, New York y Boston, lo que perfilaba un horizonte de población urbana al norte y rural al sur. La sociedad perdió su rigidez moral de los primeros tiempos y su sentido comunitario. La llegada de grandes contingentes de emigrantes con religiones diversas y costumbres muy diferentes, impuso una convivencia basada en la tolerancia y en la pluralidad. Los emigrantes llegaban dispuestos a ganar dinero lo antes posible, no a resucitar la Nueva Jerusalén.

El mercantilismo comercial se expandió enormemente por todas las colonias y el dinero fue el único elemento clasificatorio de su sociedad, mucho más igualitaria por tanto que la europea. La posesión de la tierra seguía siendo un factor de prestigio, pese a todo, especialmente en las colonias sureñas, donde predominaban elementos aristocráticos. La clase alta estaba formada por los comerciantes, plantadores y burgueses. Debajo de ella venía un sector medio de pequeños propietarios agrícolas y comerciales, artesanos y profesionales. En la parte inferior estaban los siervos y los esclavos. Los desheredados huían frecuentemente a la frontera en busca de nuevas oportunidades. Uno de los mejores logros de las colonias norteamericanas fue la educación. El predominio de religiones protestantes, que exigían leer e interpretar la Biblia, sumado a la dispersión de la población en pequeñas comunidades y a la necesidad de trabajar de los padres de familia, impuso la creación de escuelas en casi todos los pueblos, subvencionadas por los vecinos, donde se enseñaba a los niños a leer, escribir y contar. Los niveles de analfabetismo resultaron así muy bajos, del 10% en el norte y del 50% en el sur, situación envidiable que no alcanzaban los más cultos países europeos. Casi todos los colonos tenían, así, una formación básica que les permitía leer periódicos y tomar actitudes frente a los grandes acontecimientos que se vivían en el mundo. También mejoró notablemente la educación superior, fomentada por las distintas iglesias, que construyeron ocho colegios en los primeros setenta años del siglo, a los que se sumaba otro laico en Pennsylvania.

En ellos se enseñaban las artes liberales tradicionales, pero a fines de la colonia se introdujeron en ellos los estudios de lenguas modernas, medicina, historia y gramática inglesa. En cuanto a la prensa, se centraba en la edición de libros religiosos, existiendo además un gran periodismo informativo. Desde el punto de vista administrativo, continuó el traspaso de las colonias al realengo. En 1752, once de ellas estaban ya controladas por el Rey, quedando sólo en manos de propietarios particulares las dos de Maryland y Pennsylvania. La colonia de Georgia, última de las trece como dijimos, se fundó en el siglo XVIII y pasó a ser realenga precisamente en 1752. Contaba con 1.735 habitantes blancos y 349 negros. La administración se realizaba usualmente por medio de un Gobernador, al que asesoraba un consejo y una asamblea de representantes de los colonos, donde primaban la defensa de los intereses locales. La política exterior metropolitana fue aceptada bien por los colonos, por coincidir en líneas generales con sus propios intereses (guerras con los franceses, españoles e indios), pero esta circunstancia empezó a cambiar tras la paz de París, cuando el monarca inglés defraudó las esperanzas de los colonos al organizar el Canadá de forma diferente a como ellos pensaban. Londres afirmó, además, su proyección colonialista en 1768 al crear la Secretaría Americana, a cuyo frente estaba un Secretario de Estado para las colonias. En política interna los colonos estaban en total desacuerdo con el monarca inglés, que prohibía la construcción de fábricas y obstaculizaba el libre comercio.

El problema se acentuó en vísperas de la independencia, cuando la metrópoli acentuó los impuestos para subvencionar con ellos los gastos de manutención de una escuadra y tropas con que preservar a las colonias. Los colonos norteamericanos entendieron siempre que esto se relacionaba con la política hegemónica inglesa que ellos no tenían por qué pagar. La economía de las Trece Colonias era excelente, con una buena agricultura y ganadería, un artesanado apreciable, una pesca importante y un gran comercio. La agricultura era notable tanto en la producción de excedentes comercializables, como en los de subsistencia. La primera se practicaba, sobre todo, en las colonias sureñas y se centraba en el tabaco (a mediados de la década de los setenta Virginia producía unos 28 millones de libras), el añil (cultivado en tierras altas) y arroz (en las bajas). El tabaco requería mucha mano de obra, esclava o alquilada, y agotaba la tierra, por lo que era preciso barbechar. Afortunadamente había tierra en abundancia. Cuando ésta empezó a escasear, se penetró hacia las tierras vírgenes del oeste. En las colonias centrales se sembraba principalmente trigo, maíz, cebada, centeno, avena, frutas y hortalizas. Los emigrantes alemanes y holandeses eran magníficos agricultores y la existencia de grandes ciudades garantizaba la colocación de los productos. El cultivo del trigo dio grandes excedentes, exportados como harina hacia mercados hispanoamericanos, donde tenían gran demanda.

Para que no se estropeara durante la travesía, se empacaba en bolsas enceradas y guardadas en barricas de roble. El éxito de las exportaciones de harinas norteamericanas se debió más a la forma de envasarla que a la calidad del producto, pues llegaba a los destinatarios en buenas condiciones. La producción agrícola se hacía usualmente en pequeñas o medianas propiedades y con mano de obra familiar, complementada a veces con siervos o algunos jornaleros. La agricultura en las colonias del norte tropezaba con la dificultad de suelos pobres y se centraba en cultivos de subsistencia: maíz, legumbres y frutas. Su ganadería era importante, por el contrario, destacando la cría de animales de tiro, de transporte y de carne o leche. Se fabricaban buenos quesos y mantequillas con destino al exterior. La unidad agrícola productiva era pequeña y familiar. Otra riqueza de estas colonias era la pesca, que permitía una industria de salazones. El artesanado atendía las necesidades fundamentales de las poblaciones. La existencia de minas de hierro y carbón permitió crear abundantes ferrerías. También se hicieron algunas fábricas textiles en Massachusetts, así como de papel, de vidrio, etc. Especial importancia tuvieron la elaboración de rones con melazas traídas de las colonias francesas del Caribe, la fabricación de sombreros aprovechando las pieles intercambiadas con los indios y la construcción de barcos. Estos últimos se hicieron en astilleros de casi todas las ciudades portuarias, principalmente en Boston.

Inglaterra temió un desarrollo industrial que hiciera sombra a sus exportaciones y puso limitaciones al mismo. Prohibió exportar artículos de hierro (sólo podían exportarse barras de hierro), textiles de lana con destino a la metrópoli o a otras colonias inglesas (desde fines del siglo XVII) y sombreros (desde 1732). En cuanto a la elaboración de rones obligó a fabricarlos con melazas de las propias islas inglesas (acta de melazas). El comercio exterior tenía numerosas trabas, como acabamos de ver, con objeto de proteger la industria metropolitana. Todo el comercio debía hacerse en buques ingleses o norteamericanos y con determinados ámbitos señalados. Las Trece Colonias se convirtieron en el mejor mercado colonial inglés en los lustros previos a la Independencia, pasando del 16 al 33% del monto global de las exportaciones. Las colonias realizaban, simultáneamente, un intenso tráfico de contrabando con puertos españoles y franceses que minaba el negocio inglés. Tras la Paz de París, la Corona inglesa acentuó la vigilancia contra el contrabando, aumentó los impuestos y pretendió utilizar las colonias como mercado para algunos productos que no encontraban fácil colocación en su mercado. Esta política condujo inexorablemente a la rebelión de las colonias.

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