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Asiay Africa

Desarrollo


El máximo esplendor fatimí corresponde a este último periodo en que Egipto es su centro de gravedad, hasta que en 1171 la fastuosa vida de la corte fatimí se vio interrumpida por uno de sus jefes militares turcos, el visir Salah ad-Din ibn Ayyub (Saladino), que tuvo los suficientes apoyos para fundar una nueva dinastía, la Ayyubí (1171-1250), y destronar al último califa fatimí. Al pasar los fatimíes el centro de gravedad de su poder político de Túnez a Egipto, se produjo un vacío en el área de Ifriqyia que fue aprovechado por los gobernadores del Magreb para crear dos dinastías independientes del poder fatimí, una la de los Ziríes, instalada en Túnez, y otra la de los Hammadíes, con soberanía en la parte más oriental de la actual Argelia. Mientras tanto, en Egipto el nuevo sultán ayyubí Saladino (1171-1193) se convirtió en el mítico gran luchador del Islam del siglo XII tomando a los cruzados Jerusalén. El Cairo, con Saladino, se convirtió en una de las ciudades más importantes del Islam, a la vez que sus sucesores tuvieron que hacer frente a las últimas cruzadas en especial a la de san Luis de Francia, que fue hecho prisionero en Damieta en 1249 por el último sultán ayyubí al-Salih (1240-1249), el cual también había recuperado en 1240 Jerusalén, que por un pacto de su antecesor había pasado en 1229 a los cruzados de Federico II. El golpe de gracia a los ayyubíes se lo proporcionó el jefe de la guardia, formada por esclavos turcos (mamelucos), Aybak, en 1250, que se proclamo sultán e inició el periodo mameluco que duró hasta 1517.

Dos dinastías mamelucas se sucedieron en este tiempo, la de los Bahri (1250-1382), y la de los Burjí (1382-1517). La primera de ellas fue la más importante, ya que con el sultán Baybars (1280-1277) ejerció una especie de protectorado sobre los califas de Bagdad, a los que trasladó a El Cairo, y derroto en 1260 a los mongoles, a la vez que conquistaba Nubia, al norte del Sudán. El régimen mameluco llevó a Egipto a días de gloria en el campo militar, de las artes y de las letras, siendo grandes constructores de suntuosas obras públicas, si bien su régimen politizo monopolizado por los jefes militares tenía una estructura de poder un tanto feudal. En el límite sur del Sahara, junto al río Senegal, el jefe religioso Abd Allah ibn Yasm, instalado en un ribat o monasterio fortificado, fundó a mediados del siglo XI la dinastía de los "Murabis" o almorávides, una especie de organización religiosa de monjes guerreros entre los beréberes tuareg acaudillada por el misticismo religioso de su fundador. Rápidamente extendieron sus dominios por el área norsahariana, conquistando Marruecos entre 1054 y 1084, gracias a su nuevo caudillo Yusuf ibn Tasufin, que fundó en 1070 la ciudad de Marrakech a la que convertió en capital del imperio almorávide. La conquista de Toledo en 1085 por Alfonso VI hizo que el rey taifa de Sevilla, al-Mutamid, les invitase a instalarse en al-Andalus para frenar el avance cristiano.

Después de las victorias de Zalaca y Uclés los almorávides lograron someter a todos los reinos de taifas, menos el de Zaragoza, pero su austeridad inicial se desvaneció en la Península sucumbiendo como organización política en 1145. Paralelamente a que los almorávides se relajaban en al-Andalus, en Marruecos otro jefe beréber, Muhammad ibn Tumart, predicó una nueva vuelta a la austeridad en 1124 fundando la secta de los almohades, que sustituyó tanto en el plano poético como religioso a los almorávides. El sultán Abd al-Mumin (1130-1163) fue el auténtico creador del imperio almohade que se extendió desde la costa atlántica hasta Trípoli, que conquistó en 1160. Marruecos, Túnez, Argelia y parte de Libia quedaban sometidas al poderío almohade que lindaba con el imperio fatimí de Egipto. El máximo esplendor almohade se alcanza con Abú Yusuf Yaqub, más conocido como al-Mansur (1184-1199), que instaló su capital en Sevilla y se convirtió en el señor de ambas partes del estrecho de Gibraltar. La caída del poderío almohade se inició con la derrota de las Navas de Tolosa (1212) frente a una coalición de soberanos cristianos hispánicos. La pérdida de al-Andalus concentró de nuevo el poderío almohade en Marruecos todavía durante unos cincuenta años más, hasta que por su propia descomposición interna surgieron del mismo varios pequeños reinos independientes.

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