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La desaparición del dominio latino en Tierra Santa y las nuevas circunstancias de la Edad Media tardía disminuyeron el interés efectivo y la intensidad de los proyectos de cruzada, aunque la idea siguió viva, y provocaron la transformación de los que se referían a la misión evangelizadora entre musulmanes y paganos. La historia de esta última es interesante por las nuevas ideas y métodos que se ponen a punto, puesto que son el precedente de la gran expansión misional de los tiempos modernos. Los autores fundamentales en este campo escribieron en la segunda mitad del siglo XIII y a comienzos del siguiente: son los dominicos Humberto de Romans ("De officiis ordinis", 1260), Guillermo de Trípoli ("De Statu Sarracenorum", hacia 1280), Ricoldo de Montecroce ("Libellus ad nationes orientales", o "Improbatio Alcorán"), Guillermo Adam ("De modo saracenos extirpendi", 1318), y el franciscano mallorquín Ramón Llull, cuyas obras se suceden desde que fundó el convento de Miramar en 1274 ("Tractatus de modo convertendi infideles", 1292). Los intentos de unión de las Iglesias, que no incluye sólo a los griegos sino también a los armenios (proclamaciones unionistas de 1199, 1288 y 1307), se realizaban con la esperanza de que los cristianos orientales aportarían mayor capacidad de proselitismo y atracción, pero la obra misionera principal corrió a cargo de dominicos y franciscanos, desde finales del siglo XIII a comienzos del XV, tanto en el dominio de los iljanes como en el de la Horda de Oro, utilizando como puntos de partida Caffa y otros enclaves mercantiles cristianos, así como Trebisonda y Lajazzo.

Llegó a haber obispados misioneros en Sultanieh, capital de los iljanes desde 1307, aunque éstos ya se habían convertido al Islam; en Vospro, dedicado a la misión entre los alanos; Sarai del Volga, Matrazan en el Caucaso, etc., todo ello al amparo de la tolerancia de los tártaros y a pesar de las reticencias de la Iglesia ortodoxa. Pero los resultados eran escasos cuando el cambio de circunstancias, a finales del siglo XIV, produjo la extinción de aquellas misiones. En los territorios propiamente musulmanes, la capacidad de misión fue mucho menor pues los latinos sólo consiguieron enclaves religiosos para su propio servicio, como el que mantenían los franciscanos en Jerusalén, o los que acompañaban a los grupos de mercenarios cristianos y a los "funduk" de mercaderes en las principales plazas. La existencia de un obispado misionero de Marruecos residente en Toledo y, después, en Sevilla, no era más que la manifestación de un deseo, y la presencia de frailes en tierra musulmana se toleraba sólo a efectos de rescate de cautivos, como el que llevaban a cabo mercedarios y trinitarios en Granada y el Magreb. Era general la idea de que una conquista o presión militar, mediante la cruzada, sería inevitable y previa para abrir paso a la Misión, aunque ésta se atuviera a los procedimientos recomendados por los autores del siglo XIII: uso del árabe y de otras lenguas vernáculas en la predicación y el rezo, adaptación a las costumbres locales, formación de misioneros nativos, etc.

Pero las posibilidades de cruzada fueron escasas en los siglos bajomedievales, aunque inspiraron algunas acciones principales y muchos actos de corso marítimo y razzias o cabalgadas -como se las conocía en Castilla- contra plazas y territorios litorales de países musulmanes, y aunque, también, la idea de recuperar la Casa Santa de Jerusalén operase como una especie de mito político-religioso utilizado en diversas circunstancias, desde los tiempos de Carlos de Anjou hasta los de Fernando el Católico. El empeño principal en el Próximo Oriente fue mantener la presencia político-militar latina en algunos enclaves, perturbando lo menos posible la práctica de las relaciones mercantiles, pero la víctima principal fue, una vez más, Bizancio: el Imperio había perdido Chipre en 1198 a manos de los cruzados, y en la isla se instaló el rey de Jerusalén unos decenios después; Rodas, donde estableció la Orden de San Juan su base principal desde 1306-1310, y Quíos, a manos de los genoveses, en 1304 y, de nuevo, desde 1346. Por lo demás, las iniciativas de cruzada fueron muy pocas y de nulo resultado: la tome de Esmirna en 1344 por los caballeros sanjuanistas, con ayuda genovesa y veneciana, permitió tener un enclave en la costa anatólica hasta 1402. En cambio, el saqueo de Alejandría por Pedro I de Chipre, en 1365, sólo produjo destrucción y represalias contra los mercaderes cristianos. En el espacio balcánico, los intentos de cruzada contra los otomanos terminaron en fracasos sangrientos: Nicópolis (1396), Varna (1444). Por el contrario, el espíritu de cruzada contribuiría a la obtención de resultados muy distintos en el occidente mediterráneo: la incorporación total de Granada a la Corona de Castilla y la conquista de plazas costeras del Magreb fueron sus resultados más importantes. No eran una mera réplica al avance turco en Oriente sino el resultado de situaciones y herencias históricas peculiares pero, sin duda, contribuyeron tanto como aquel a plantear sobre bases nuevas las relaciones que musulmanes y cristianos mantuvieron en el ámbito mediterráneo desde el siglo XVI.

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