Fundamentos teóricos

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El principio hereditario quedó establecido ya en el siglo XIV, aunque durante la Baja Edad Media se produjeron importantes alteraciones de este principio en todos los reinos occidentales: eliminación de las herederas (en Francia a la muerte de Luis X); tomas del poder (los Trastámara, 1369; los Lancaster, 1391); entronización de bastardos (Juan de Avis, 1385); acceso al trono de herederos colaterales (Compromiso de Caspe, 1412); exclusión del heredero (tratado de Troyes, 1420)... La monarquía, cabeza del cuerpo político, fue receptora de principios y doctrinas que reforzaban su autoridad política (el ejercicio de la autoridad en pro del bien común, identificación del rey como un Dios en la tierra, consideración de "imperator in regno suo", definición de rey y reino como comunidad natural...). Además, las doctrinas monárquicas atribuyeron al rey una serie de virtudes establecidas en los "espejos de príncipes", tema literario muy difundido en el Bajomedievo. Del mismo modo, mediante la conversión de los actos públicos de los reyes en espectáculos propagandísticos, la proliferación de textos exaltadores (desde la segunda mitad del siglo XV), el arte y una mayor complejidad de los símbolos del poder real -protocolo, signos regios...-, las monarquías occidentales trataron de prestigiar y reforzar el poderío y autoridad de los reyes frente a otras instancias de poder. Durante los siglos bajomedievales se estimularon unos sentimientos de lealtad dinástica más que nacional que condujeron a una mayor cohesión de las comunidades políticas occidentales.

La voluntad de vivir en un mismo ámbito político, una misma organización política, una historia y pasado común, unos mismos mitos, una lengua y fe comunes y el uso patriótico de símbolos y devociones religiosas actuaron como importantes elementos de identificación de la comunidad frente a otros pueblos. En este sentido, la historiografía se encargó de proyectar las conciencias nacionales. También entonces cuajó la conciencia de que la unidad de fe era indispensable para la cohesión del cuerpo político. La España de los Reyes Católicos es un magnifico ejemplo de la confluencia de ambas conciencias. Por un lado, la idea medieval de España resurgió con la unión dinástica de Castilla y Aragón en "la monarquía de todas las Españas" (en palabras del cronista Diego de Valera). A ello contribuyó también la resolución final de la Reconquista como proceso histórico común a todos los hispanos. Estas ideas fueron utilizadas y propagadas por los monarcas como soporte de la unidad dinástica (crónicas, signos, heráldica...). En el aspecto religioso, este reinado resulta paradigmático. La creación de la Inquisición (1489), la expulsión de los judíos (1492) y la conversión forzosa de la población granadina (desde 1500) persiguieron esta "imprescindible" cohesión política de la comunidad que exigía el Estado. A diferencia del Medievo, la intolerancia religiosa pasó a ser entonces una de las peculiaridades de la España Moderna, preludiando las futuras "guerras de religión".

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