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Último gran conflicto medieval y precedente de las grandes guerras modernas, el enfrentamiento bélico de Francia e Inglaterra durante 138 años tuvo enormes consecuencias para la evolución histórica de todo el Occidente europeo. Además de innumerables efectos negativos -dispendios económicos, destrucción de recursos, sangría demográfica, etc.-, la Guerra de los Cien Años actuó también como dinamizador de procesos históricos de gran trascendencia. Francia e Inglaterra se constituyeron como Estados modernos al calor del conflicto. La primera alcanzó unas dimensiones y una cohesión interna que nunca había tenido. La segunda perdió su vocación continental esencialmente medieval para iniciar una evolución histórica más puramente británica e insular. En ambos casos, la monarquía aprovechó las reformas y procesos experimentados para imponerse como fuerza política hegemónica y autoritaria frente a una nobleza caballeresca humillada en los campos de batalla, unas burguesías desangradas en las luchas por el poder y un campesinado arruinado y agotado por los desastres de la guerra. El resto de Occidente experimentó procesos similares. La brillante Borgoña, emergida durante las luchas anglo-francesas, alcanzó un efímero cénit histórico para acabar dividida entre Francia y el Imperio. Castilla, dirigida por una nueva dinastía fruto en buena medida del enfrentamiento entre ingleses y franceses, se alzó como potencia peninsular hegemónica y gran fuerza marítima en el Atlántico hasta finales del siglo XVI.

La Corona de Aragón, lastrada por la crisis de su motor catalán y por problemas internos, no pudo recuperar su potencial político-económico de principios del siglo XIV, pero logró a duras penas proseguir su avance en el Mediterráneo occidental. La pequeña Navarra sobrevivió a la Guerra de los Cien Años, pero no lo haría ante las poderosas monarquías autoritarias del siglo XVI. Finalmente, Portugal consolidó una personalidad política propia desde la entronización de la dinastía de Avis en otro capitulo del gran conflicto anglofrancés. El proceso de edificación estatal explica en buena medida el por qué del desenlace de la Guerra de los Cien Años. "Para nosotros esta claro -afirma R.B. Strayer- que los reyes ingleses jamás tuvieron los recursos necesarios para retener y gobernar zonas extensas de Francia, pero ello no resultaba tan obvio para los contemporáneos. Durante un siglo y medio la monarquía francesa se vio obligada a concentrar buena parte de su energía en la defensa de tierras y derechos que ya había adquirido en 1300". Según este autor, "la complejidad del sistema administrativo francés -especialmente perjudicial en una época de comunicaciones lentas- se tradujo en la permanente impotencia del gobierno central para hacer un uso efectivo de sus recursos materiales y humanos. Inglaterra, con menos de 1/5 de la población, y probablemente mucho menos de un cuarto de la riqueza de Francia, solía equipararse a esta última en periodos de conflicto". Desde el momento en que el fortalecimiento del aparato estatal permitió a los reyes franceses disponer de unas energías en gran medida desperdiciadas, Inglaterra tuvo muy pocas oportunidades de lograr la victoria final en la guerra.

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