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En el turbulento periodo 1295-1325 la alta nobleza dinástica -los Infantes de la Cerda-y de linajes -Haro y Lara- inició el asalto al debilitado poder real y a los recursos del reino manteniendo la legalidad monárquica. Por su parte, las ciudades, representadas en las Cortes (reunidas casi anualmente entre 1282-1325) y organizadas en Hermandades, alcanzaron su apogeo convirtiéndose en decisivo soporte del poder real frente a la ofensiva nobiliaria. El reinado Fernando IV -hijo de Sancho IV- comenzó con una crítica minoría protagonizada por su madre María de Molina. En un clima de anarquía generalizada (tal y como describe la "Crónica" de Jofré de Loaysa), entre 1295 y 1301 la enérgica reina madre encarnó la autoridad monárquica frente a la alta nobleza y la defensa de la integridad de la Corona frente a las presiones de los reinos rivales de Castilla, deseosos de mermar el creciente potencial castellano. En 1295 la debilidad de la Corona se tradujo en un proyecto de reparto de Castilla por parte de una gran coalición formada por los infantes de la Cerda -que reivindicaban el trono-, el infante Juan -hermano de Sancho IV- y los poderosos magnates Diego López de Haro y Juan Núñez de Lara, a los que se sumaron Jaime II de Aragón y los reyes de Portugal y Granada. La diferencia de intereses de los aliados y la falta de apoyo interno y externo a sus planes permitieron a María de Molina superar la crisis con el apoyo de las ciudades y de parte de la nobleza encabezada por el infante Enrique, hermano de Alfonso X.

Aún así, Aragón ocupó el reino de Murcia (1296) y Portugal obtuvo algunos territorios fronterizos en el tratado de Alcañices (1297). Finalmente, en 1301 el infante Juan y la nobleza se sometieron a la reina María por falta de apoyos exteriores y temiendo la alianza Corona-concejos. En 1301 Fernando IV alcanzó la mayoría de edad. Monarca mediocre, siempre estuvo a merced de los intereses partidistas de los bandos nobiliarios apoyados por otras potencias: los infantes Enrique y Juan, Diego López de Haro y Juan Núñez de Lara, todos ellos fortalecidos durante la minoría. Su falta de personalidad explica la cesión a Jaime II de Aragón de la mitad del reino de Murcia (Orihuela, Elche y Alicante) en el tratado de Agreda-Torrellas (1304), las grandes donaciones concedidas a Alfonso de la Cerda por su renuncia al trono, y el semifracaso de la ofensiva castellano-aragonesa contra Granada -conquista de Gibraltar (1308); fracaso ante Algeciras (1309)-. Fernando IV murió en 1312, dejando el trono a un niño de un año. Los primeros años del reinado de Alfonso XI tuvieron un carácter caótico muy similar a la minoría de su padre. Desde 1314 la regencia fue compartida por la incombustible María de Molina, su hijo menor el infante Pedro y el infante Juan, hermano de Sancho IV. Este inestable gobierno conjunto se truncó en 1319 al morir ambos infantes durante una campaña militar en la vega de Granada. El desastre originó una nueva crisis, agravada en 1321 por la muerte de la reina María.

Desaparecidos los regentes, el reino se dividió en tres bandos: Juan el Tuerto, hijo del infante homónimo, apoyado por los concejos de Castilla; don Juan Manuel, nieto de Fernando III, poderoso en Toledo y las Extremaduras; y el infante Felipe, hijo de Sancho IV, respaldado en León, Galicia y Andalucía. Entre 1319 y 1325 se repitió el caos de la minoría de Fernando IV. Los bandos nobiliarios se enzarzaron entre sí a costa de los bienes de la Corona, mientras las ciudades revivían las hermandades para defenderse de los "malhechores feudales". En esta ocasión, la ausencia de enemigos exteriores salvaguardó la integridad del reino. Al alcanzar la mayoría de edad, Alfonso Xl inició la consolidación de la mermada autoridad real. Entre 1325 y 1336 este enérgico monarca sometió a la nobleza levantisca encabezada por los regentes combinando diplomacia, intriga y terror. Llegó a un acuerdo matrimonial con el poderoso don Juan Manuel, hizo matar a Juan el Tuerto y obligó a Alfonso de la Cerda a renunciar definitivamente a sus derechos al trono (1331). El sometimiento de la nobleza condicionó la política peninsular de Alfonso Xl. Hasta 1338 sus alianzas con Portugal, Aragón y Navarra dependieron del apoyo de estos reinos a los nobles castellanos rebeldes. La victoria real sobre la nobleza fue consolidada mediante importantes reformas en la estructura política del reino, en buena medida inspiradas en la política autoritaria y centralizadora que Alfonso X el Sabio no había podido realizar -aplicación del Fuero Real, recuperación de las giras de inspección de los jueces reales itinerantes,.

..-. Desde 1330 se apoyó en el patriciado urbano de caballeros para reducir la excesiva autonomía política ganada por las ciudades durante las crisis mediante la formación de concejos restringidos -regimientos- de nobles y ciudadanos locales fieles a la Corona (24 en Sevilla; 13 en Murcia; 16 en Burgos) y el nombramiento real de funcionarios municipales (pesquisidores, alcaldes veedores y corregidores). Alfonso XI reformó la Hacienda, generalizó la alcabala (1342) y reguló las rentas de salinas y de servicios de ganados trashumantes. También amplió la administración de justicia a todo el reino. Esta política centralizadora culminó con la promulgación del "Ordenamiento" en las Cortes de Alcalá de Henares (1348), instrumento jurídico fundamental de base romanista e inspirado en las "Partidas" de Alfonso X que unificó las diferentes normativas de los reinos y sirvió para impulsar la autoridad y centralización monárquicas. Aunque su reinado fue un hito fundamental en la consolidación de la monarquía castellana, Alfonso XI fue un rey imbuido del espíritu caballeresco de la época y convencido de la imposibilidad de gobernar sin la fuerza militar de la nobleza. La fundación de la caballeresca "Orden de la Banda" (1330), la fijación de estatutos nobiliarios (1338 y 1348) y los frecuentes acuerdos con sus nobles relativizan en buena medida su imagen de monarca dominador de la nobleza. Con el nombre de La Batalla del Estrecho se conoce el enfrentamiento por el dominio del Estrecho de Gibraltar librado por Castilla -en ocasiones con el soporte naval de Aragón- y Granada -con apoyo del Imperio benimerín norteafricano- entre 1263 y 1350.

Frente a esta alianza islámica, Castilla se vio obligada a ocupar las plazas que dominaban el Estrecho a causa de su debilidad naval. Pese a éxitos importantes -conquistas de Tarifa (1292) y Gibraltar (1308)-, las incursiones granadinas durante las minorías, la frustrada cruzada castellano-aragonesa de 1309, el desastre de la Vega (1319) y otras pérdidas equilibraron a cristianos y musulmanes. La creciente amenaza granadino-meriní y la necesidad de ocupar a la levantisca nobleza castellana explican el relanzamiento de la guerra antimusulmana entre 1327 y 1344. Hacia 1330, antes que someterse a una Castilla recuperada, Granada se inclinó por la alianza con el sultán benimerín Abul-Hasan (1331-1351), dispuesto a una guerra abierta contra los cristianos. Cuando sus tropas tomaron Gibraltar (1333), cabeza de puente en la Península, se produjo la señal de alarma. Alfonso XI se fortaleció en Castilla durante las treguas y en 1339 pudo concentrar sus fuerzas con el apoyo de Pedro IV de Aragón (1336-1387) y Alfonso IV de Portugal (1325-1357), conscientes del peligro norteafricano. Un gran ejército benimerín desembarcó en la Península (agosto-1340) y sitió Tarifa, una de las plazas estratégicas del Estrecho. El choque tuvo lugar en la batalla del río Salado (30-octubre-1340), donde las tropas castellanas y portuguesas, inferiores en número, mejor armadas y tácticamente superiores, derrotaron al ejército granadino-meriní de Abul-Hasan y el nazarí Yusuf I (1333-1354). Explotando su resonante victoria, Alfonso XI conquistó Alcalá la Real (1341), derrotó a los nazaríes en el río Palmones (1343) y tras dos años de asedio tomó Algeciras, verdadera llave del Estrecho (marzo-1344). En 1349 quiso rematar sus éxitos tomando Gibraltar, pero murió de peste durante su cerco (marzo-1350). Con sus victorias, Alfonso XI destruyó el último soporte norteafricano de al-Andalus. Desde mediados del siglo XIV, Granada quedó aislada del Magreb y a merced de la estabilidad interna de Castilla. El Imperio benimerín se desintegró lentamente a la muerte de Abul-Hasan, aunque los meriníes permanecieron en la Península hasta 1374.

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