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La política centralizadora y autoritaria del controvertido Felipe IV (1285-1314) convirtió a Francia en la monarquía más prestigiosa y poderosa del Occidente europeo. Sin embargo, la brillante época de Felipe el Hermoso preludiaba una larga etapa de crisis. A su muerte le sucedieron tres monarcas efímeros e intrascendentes: Luis X (1314-1316), hijo póstumo de Felipe IV, que murió a los pocos días de nacer, su hermano Felipe de Poitiers, que accedió al trono como Felipe V (1316-1322), y Carlos IV (1322-1328), hijo menor de Felipe el Hermoso. Durante este periodo se acentuó la tensión entre una monarquía con voluntad autoritaria y una nobleza poderosa dueña de territorios dotados de marcada personalidad. En manos de reyes sin talla política, la monarquía francesa sufrió una mayor presión de la alta nobleza encabezada por Carlos de Valois, hermano de Felipe IV. Para asegurar su posición la aristocracia reprimió a los influyentes letrados de la Corte (1314) e impuso un Consejo Real formado por nobles que controlara al rey (1317). Con todo, la diversidad de los intereses nobiliarios y la falta de un programa político común favorecieron a la Monarquía. Frente a la presión nobiliaria los reyes mantuvieron su apoyo a otras fuerzas políticas como la baja nobleza y las asambleas políticas -Estados Generales (1317), provinciales (1318) y organizados por bailías (1323)-. Carlos IV murió en 1328 sin heredero varón, convirtiéndose en el último monarca Capeto.

La extinción de la secular dinastía francesa suponía la más que posible apertura de un nuevo frente de lucha entre Francia e Inglaterra, enemistadas gravemente por otras cuestiones. El problema de la sucesión al trono francés ha sido la explicación tradicional al origen del conflicto que enfrentó a Francia e Inglaterra durante los siglos XIV y XV. Sin embargo, la Guerra de los Cien Años fue mucho más que un problema dinástico, aunque a la larga éste se convirtiera en su pretexto fundamental. Los hechos sucedidos entre 1314 y 1338 ofrecen la verdadera dimensión dinástica de este gran conflicto. La falta de un heredero varón en los últimos tres reyes Capeto significó la quiebra del principio hereditario que la realeza francesa mantuvo hasta la muerte de Felipe IV. En 1328 tres candidatos aspiraban al trono de Francia con similares derechos: Felipe de Evreux, nieto de Felipe III, primo-hermano de los tres últimos reyes y esposo de Juana II de Navarra, hija de Luis X; Eduardo III de Inglaterra, nieto de Felipe IV por su madre Isabel; y Felipe de Valois, nieto de Felipe III y primo-hermano de los últimos tres Capeto. Las herederas femeninas habían quedado al margen desde 1316, al ser sucedido Luis X por su hermano Felipe V. Finalmente, Felipe de Valois fue coronado con el nombre de Felipe VI (1328-1350) por su mayor experiencia (tenía 35 años y era el mayor de los tres candidatos), su condición de "natural del reino" (según el cronista J.

Froissart) y ser hijo del influyente Carlos de Valois. El acceso de los Valois al trono no levantó especiales resistencias entre sus oponentes. El más poderoso, Eduardo III de Inglaterra, demasiado joven y muy sujeto a su inepta madre Isabel, le reconoció y prestó homenaje en 1329 por el ducado de Guyena sin reclamar ningún derecho. La cuestión dinástica sólo revivió en 1338, cuando las relaciones entre los Valois y los Plantagenet se habían deteriorado gravemente por otros motivos. Más que un origen dinástico, habría que decir con M. Mollat que en la génesis de la Guerra de los Cien Años hubo un pretexto dinástico que los reyes de Inglaterra y Francia utilizaron para justificar un enfrentamiento cuyas causas tenían unas dimensiones mucho más amplias que las propiamente dinásticas.

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