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Intimamente ligadas a las tendencias milenaristas, numerosas sectas antijerárquicas tomaban su propia existencia como signo incuestionable de la llegada del fin de los tiempos. Los herejes se veían a si mismos como el núcleo originario de la verdadera Iglesia, destinada a triunfar en la tierra tras el definitivo regreso del Salvador. Desde el punto de vista ideológico gran parte de estos movimientos se caracterizaban no sólo por su radicalismo de base profética, que les hacía rechazar con acritud cualquier aspecto de la jerarquía y normativa eclesiásticas, sino también por un fuerte igualitarismo -en verdad poco definido- que les proporcionaba el apoyo de determinados segmentos sociales. Así, las reivindicaciones espiritualistas, mezcladas a las materiales de un modo bastante grosero (bien = pobreza; mal = riqueza), constituían a menudo un aspecto importante de una doctrina calificada por algún autor como "anarquismo místico" (Cohn). En ocasiones estos fenómenos radicales surgieron del ambiente general de reforma, si bien llevándola a grados tan extremos que fácilmente derivaba en herejía. Tal fue el caso de Tanquelmo de Amberes (muerto en 1115) y Eón de la Estrella (muerto en 1145), protagonistas ambos de explosiones heterodoxas de relativa importancia en Flandes y Bretaña respectivamente. Personajes rayanos en la locura, su doctrina parece haberse caracterizado por un fuerte componente antisacramental y antijerárquico, mezclado con ideas más o menos extravagantes sobre la comunidad de bienes y la promiscuidad de sexos.

La represión episcopal bastó en todo caso para cortar de raíz cualquier atisbo de permanencia de movimientos desaparecidos con sus cabecillas. Caso muy distinto representa en cambio el fenómeno liderado por Pedro de Bruys (1105-1133) y su discípulo Enrique de Lausana (1114-83) en la zona de Languedoc. Ambos eran antiguos monjes cluniacenses, por lo que el aspecto antisacerdotal fue aquí condición decisiva en el origen de la secta. Su ruptura de votos no respondió además a una reacción primitiva contra la indignidad del clero, sino a una sincera convicción de tipo antijerárquico. Conocedor profundo de la palabra sagrada y de los ritos eclesiásticos antiguos, Pedro de Bruys defendía una interpretación literal de los Evangelios, mezcla de racionalismo y espiritualismo que demostró tener gran atractivo entre los laicos, con los que llegó a formar una comunidad de creyentes. Los petrobrusienses, como les denominaban autores ortodoxos como Pedro el Venerable o san Bernardo, se caracterizaban ante todo por su espíritu negativo, opuesto no sólo a los vicios clericales sino en general al espíritu y realizaciones de la reforma eclesiástica, que condenaban como peligrosa novedad. Este enfrentamiento a la corriente general de la época, unido a un radicalismo despiadado que consideraba el furor destructivo como una virtud, demuestra, pese a las apariencias, la esencia ultraconservadora del movimiento, y por lo mismo su necesaria derrota.

Desde el punto de vista doctrinal los petrobrusienses rechazaban ante todo el sacerdocio, considerado un mal en si mismo, afirmando en cambio la comunicación directa con Dios. Las diferencias jerárquicas entre clérigos y simples fieles debían sustituirse por el ejercicio de la humildad, pobreza y caridad evangélicas, restando la confesión mutua entre laicos para las faltas más graves. Junto a estos aspectos destacaban sin embargo los rasgos negativos y violentos. Los herejes rechazaban el bautismo de los infantes, la confesión, la eucaristía, el matrimonio y las plegarias por los difuntos. Propugnaban incluso la destrucción por el fuego de los crucifijos, considerados instrumentos del suplicio de Jesucristo. Mas esta violencia terminaría volviéndose contra ellos. Una enloquecida multitud dio muerte, también por el fuego, al creador de la secta, en tanto que Enrique de Lausana, apresado por las autoridades episcopales, seria recluido de por vida en un monasterio. Una corriente especifica de las herejías antijerárquicas estuvo integrada por movimientos que, pese a su radicalismo teológico, jamás adoptaron actitudes violentas o de contestación social. Su postura individualista, contraria incluso a cualquier designio misional, disminuyó por otro lado las potencialidades de implantación de estos movimientos, siempre minoritarios, entre el laicado culto, condenándolos a ejercer un papel meramente testimonial. Buen ejemplo de esta corriente fue la herejía creada por el jurista y cónsul de Piacenza Hugo Speroni (muerto en 1174).

Aparte de genéricas apelaciones a la pobreza evangélica y en contra de los sacramentos o el sacerdocio, su doctrina parece haberse caracterizado por un fuerte individualismo predestinacionista, que algunos autores han considerado remoto precedente de las tesis de Calvino. En cualquier caso su difusión fue tan reducida que habría que esperar al pontificado de Inocencio IV (muerto en 1254) para que la Iglesia condenara -además de forma bastante retórica- a los potenciales esperonistas. Incidencia bastante más amplia tuvo, en cambio, a partir del primer tercio del siglo XIII, el heterogéneo movimiento conocido como "Hermanos del Libre Espíritu". Liderado por personajes como Alano de Bene (muerto en 1206), David de Dinant (muerto en 1215) y Ortlieb de Estrasburgo (1215), sus comunidades funcionaban autónomamente, denominándose con multitud de títulos, como "bons enfants", "turlupins", "pauperes Christi", "amaurianos", "soeurs de la penitence", etc. Aparte de su claro componente antijerárquico, se caracterizaban por una doctrina bastante difusa, conocida insuficientemente por procesos inquisitoriales tardíos, mas en cualquier caso de evidente sesgo panteísta. Defensores de una libertad moral ilimitada, negadora de la idea de pecado, eran incluso contrarios a la divinidad de Cristo y al concepto de redención, afirmando por contra la eternidad del mundo. Su exacerbado individualismo místico, tal y como aparece reflejado en el "Miroir des simples âmes" de Margarita Porete (c. 1300), les hacia propugnar la fusión directa con el Creador, por encima de cualquier mediación eclesiástica o sacramental. Pese a su difusión por Renania, Sajonia y los territorios germánicos de Europa central, el débil celo proselitista de los "Hermanos del Libre Espíritu" y su aparente conformismo con la ortodoxia (encubierto bajo formas ascéticas) les hizo escapar a menudo de la vigilancia inquisitorial. Con una repercusión social muy reducida, tan sólo en algunas comunidades de beguinas y begardos parecen haberse mantenido ecos de las concepciones de estos herejes.

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