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ReligiosidadPlenitud

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Aunque sin alcanzar la compleja estructura organizativa de Cluny, otros muchos centros monásticos protagonizaron durante el siglo X, y de manera independiente, movimientos de retorno a la primitiva observancia benedictina. Sin duda el más importante de todos fue el que tuvo lugar en Lorena y por extensión en el espacio alemán. A diferencia de lo acontecido en Borgoña y, en general, en toda Francia, la vinculación de los monasterios reformistas a determinados linajes aristocráticos resultó aquí altamente beneficiosa. Tanto la gran nobleza lorenesa como los primeros Salios potenciaron de manera directa la fundación o reforma de los centros monásticos situados en sus dominios y, por lo general, primaron en ellos los intereses espirituales sobre los puramente materiales o políticos. Una segunda peculiaridad respecto al modelo cluniacense fue el mantenimiento de la vieja tradición autonomista en los monasterios alemanes. En contraste con lo sucedido en Francia las relaciones existentes entre los distintos centros tuvieron allí carácter muy flexible, fundándose más en el espíritu de observancia y fraternidad de oración que en la pertenencia institucional a una determinada orden. Finalmente, y como tercer punto de diferencia, los centros loreneses y alemanes mantuvieron siempre una relación de carácter orgánico con sus respectivos obispos diocesanos, mucho menos inclinados a los defectos que caracterizaron a sus colegas del otro lado del Rin. De este modo, al permanecer el monacato germánico bajo el directo patrocinio de sus señores laicos o eclesiásticos, el beneficioso influjo de la reforma monástica se hizo sentir desde un principio de manera intensa sobre el clero secular y los grupos laicos dirigentes.

De menor brillantez institucional que el francés, el monacato alemán estaba inspirado a la postre del mismo espíritu de renovación, por lo que sus frutos fueron igualmente positivos. De todos los centros situados en el Imperio sin duda los dos más importantes fueron, durante este periodo, los de Gorze y Hirschau. La primera de las abadías, fundada hacia 930 en la diócesis de Metz por Juan de Gorze, de quien tomó su nombre, contó desde un principio con el directo patrocinio de los otónidas. Esta importante vinculación limitó en gran medida el éxito de Cluny en el Imperio, en tanto que Gorze llegaría a contar durante el primer tercio del siglo XI con más de 160 casas dependientes, aunque siempre sin integrar una orden como tal. Semillero de obispos y núcleo difusor de la reforma en Lorena, el modelo de Gorze sería seguido por infinidad de fundaciones, entre las que destaca sin duda el monasterio de Toul, al que se vinculan León IX, Humberto de Moyenmoutier y quizá el propio Gregorio VII. Hirschau, en la diócesis de Spira, fundado por el abad Guillermo hacia 1069, adoptó en cambio la observancia cluniacense, sin integrarse sin embargo en esta orden. Su elevada altura moral hizo que pronto el papa Gregorio VII buscase su apoyo en aras de la reforma eclesiástica. Más atento a la austeridad y al trabajo manual que Cluny, el monasterio de Hirschau fue uno de los primeros en contar con la presencia de "conversi" o hermanos legos, en su mayoría procedentes de la pequeña nobleza.

De menor importancia que los anteriores, merecen sin embargo destacarse los monasterios de san Maximino de Treveris, fundado hacia 934 y patrocinado por los emperadores sajones y el de Brogne, fundado hacia 920 en el entorno de Lieja-Namur. Numerosos centros franceses alcanzaron también gran predicamento en la difusión de la reforma monástica, aunque sin lograr naturalmente la relevancia de Cluny. Entre los más importantes figuran las abadías normandas de Fecamp, fundada a principios del siglo XI por Guillermo de Dijon, educado en Cluny, y la de Bec, vivero a su vez del movimiento reformista ingles de tiempos de Guillermo el Conquistador (abadías de Glastonbury, Saint Albans y Evesham). Otros centros igualmente importantes en el ámbito francés de los siglos X-XI, a veces ligados a iniciativas aristocráticas que pretendían escapar así de la intromisión cluniacense, fueron san Marcial de Limoges; san Poncio de Aude; Fleury-sur-Loira, cabeza de una importante familia de abadías reformadas en Francia e Inglaterra, y san Víctor de Marsella, que llegó a contar con una gran federación de casas, en competencia con Cluny, extendida por la Península Ibérica, Cerdeña y el Midi. Para el caso italiano la renovación del monaquismo vino unida a menudo al mantenimiento de las tradiciones ascético-eremíticas de la Iglesia oriental. Inspirados más o menos abiertamente en la regla de san Basilio Magno, destacaron en efecto los monasterios de Serperi, Grottaferrata y san Sabas, fundados por san Nilo de Rossano (muerto en 1005), antiguo monje en Montecassino.

Para el cave de la abadía de Cava dei Tirreni, fundada por el monje Alferio hacia 1011, son en cambio evidentes los influjos de Cluny, que se plasmarían en la formación de un amplio grupo de monasterios en el sur de Italia y Sicilia conocido como "congregación cávense". A una nueva generación, más cercana al espíritu del Cister que el de Cluny, pertenecen finalmente los monasterios toscanos de Valleumbrosa, fundado por Juan Gualberto de Florencia en 1039 y de Fonteavellana y Camaldoli, creados por san Romualdo de Ravena hacia 1027. Sería, sin embargo, el discípulo espiritual de este, Pedro Damián (muerto en 1077), al sistematizar el legado del fundador en sus "Regulae eremiticae", quien daría alas al movimiento permitiendo su transformación en orden religiosa. La vocación misional y una forma de vida a mitad de camino entre la experiencia cenobítica y la eremítica, caracterizaron desde un principio a los camaldulenses, cuyo modelo se extendió pronto por el norte de Italia.

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