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Monarquías occidenta

Desarrollo


Los fracasados intentos del Imperio alemán por proyectar su autoridad hacia el Mediodía de Italia en torno al año Mil, redundaron en beneficio de las bandas normandas que, desde esos años, fueron asentándose en el territorio. Los hijos de un caballero de Normandía, Tancredo de Hauteville, tendrían extraordinaria fortuna en su lucha contra bizantinos, musulmanes, ciudades semiindependientes e, incluso, la propia autoridad papal. El sometimiento al vasallaje de Nicolás II en 1059 sirvió de cobertura jurídica para que Roberto Guiscardo y Roger Hauteville fueran eliminando la presencia de sus rivales en Nápoles y dieran el salto a Sicilia desde 1072. Los normandos empezaron a convertirse en una potencia a tener en cuenta y en unos, a veces, inoportunos aliados de los intereses pontificios frente a la prepotencia alemana. Con Roger II (1105-1154) Sicilia se va organizando como un Estado con una maquinaria tan perfecta que recuerda en buena medida la de otros normandos: los de la Inglaterra de Guillermo el Conquistador y sus herederos. La isla fue el trampolín para importantes operaciones militares en el Norte de África y para el lanzamiento de la Cruzada a Tierra Santa. Roger mostró una extraordinaria capacidad de adaptación al medio: si el elemento normando constituía la capa dirigente a efectos de feudalidad laica y de administración eclesiástica, los vencidos musulmanes y bizantinos gozaron de ciertos privilegios.

El Archimandrita de San Salvador de Siracusa era el cabeza de un monacato oriental con profundas raíces en el Mediodía italiano. Los musulmanes mantuvieron una notable influencia en ciertos hábitos y sectores culturales. El apodo de "sultán bautizado" con el que se conoce a Roger II habla bien de la ingeniosa ductilidad con la que procedieron los nuevos dominadores. Los sucesores de este monarca (Guillermo I el Malo y Guillermo II el Bueno) mantuvieron la estabilidad del reino frente a los más variados peligros: las rebeliones baroniales, la enemiga de emperadores alemanes y bizantinos y hasta la intermitente hostilidad pontificia. Cuando Guillermo II muere en 1189 la Sicilia normanda era la primera potencia mediterránea. La falta de descendencia legitima masculina provocó una grave crisis sucesoria. Buena parte de la nobleza eligió como monarca a un bastardo de sangre real: el conde Tancredo de Lecce. Enfrente se situó Constanza, hija de Guillermo, apoyada en su marido, Enrique VI de Alemania, vástago de Federico Barbarroja. El Staufen apenas pudo disfrutar del trono siciliano conquistado penosamente en 1194 ya que murió tres años más tarde. Su heredero, Federico II, mitad siciliano y mitad alemán, pretendió hacer de sus dominios del Sur de Italia el laboratorio para la edificación de lo que se ha considerado retóricamente el primer Estado moderno. Los resultados ya los conocemos -enfrentamiento a muerte con los sucesivos Pontífices y con los güelfos italianos- y también la penosa herencia legada tras su muerte en 1250.

Sicilia (y, por extensión todo el Mediodía de Italia) fue el avispero en el que convergieron los más variados intereses: los de los epígonos Staufen (Manfredo y Conradino), los de Edmundo, hijo menor de Enrique III de Inglaterra que no llegó a hacer acto de presencia y, a la postre, los de la casa de Anjou, rama menor de la dinastía Capeto. En no muchos anos ésta había logrado pasar de un modesto dominio en el entorno de París a convertirse en el mayor poder familiar de Europa. La aquiescencia papal había sido básica para su proyección en Italia. La dureza de la dominación angevina atizaría los rescoldos del gibelinismo. Sicilia se vio, además, postergada por Nápoles -residencia de la corte de Carlos de Anjou- en su antigua preponderancia política. El resultado último sería la matanza de las Vísperas Sicilianas y la implantación en la isla de un poder hasta entonces desconocido: la casa real aragonesa. El contencioso entre angevinos y aragoneses se fue enfriando desde 1300. Más por rezones de hecho que de otro signo, Nápoles permanecería en manos de la casa de Anjou, mientras que la islas (Sicilia y luego Cerdeña) entrarían en la órbita de la dinastía aragonesa.

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