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Economia-Sociedad

Desarrollo


La desaparición de la Administración imperial y las menores disponibilidades presupuestarias supusieron la desorganización del sistema de enseñanza pública tardorromano. Sin embargo, el mantenimiento de una buena parte de las antiguas aristocracias locales y provinciales supuso la perpetuación de una enseñanza literaria de tipo tradicional. Por otro lado la configuración del Cristianismo como lenguaje del poder supuso la constitución en las catedrales y monasterios de instituciones educativas y de reproducción cultural. Ya la "Vida de san Martín" atestigua cómo en el famoso monasterio de Marmoutiers, auténtico seminario de obispos galos, era obligado el arte de la copia de manuscritos por los monjes. De esta forma desde el siglo VI comenzó a regularizarse una enseñanza eclesiástica anteriormente surgida de forma espontánea, y como una necesidad de solventar problemas de comprensión de las Escrituras por parte del clero. En España el II Concilio de Toledo del 531 creó la obligatoriedad de escuelas episcopales para la formación del clero. Aunque sería equivocado hacerse una idea demasiado optimista de la formación literaria de estas primeras escuelas clericales. En la misma Península Ibérica a fines del siglo VI el obispo de Cartagena, Liciniano, se quejaba amargamente de la cultura clerical de su entorno, denunciando la existencia normal de monjes prácticamente analfabetos. Si desiguales fueron las invasiones y la destrucción de las estructuras y grupos sociales tardorromanos en el siglo V, diverso tenía que ser el tono cultural de las nacientes sociedades romano-germánicas de la época.

En principio se podría afirmar que la cultura literaria en el siglo V continuó siendo algo fundamentalmente mediterráneo. Al igual que la actividad comercial tampoco las letras desaparecieron en África con la invasión vándala. Incluso la corte de Cartago conocería un florecimiento de la poesía profana, como se testimonia en la "Antología Palatina". Aunque lo esencial de la literatura del África vándala serían obras de la polémica católica contra pelagianistas y arrianos, de las que sería ejemplo culminante el gramático Fulgencio de Ruspe. Sin embargo, tampoco se debe desconocer que una parte de los intelectuales africanos habría abandonado el Reino vándalo, en busca de ambientes más propicios, como serían los casos de Eugipio, trasladado a Nápoles, y de Julián Pomerio, huido a las Galias. La continuidad que en lo político vivió la Italia del siglo V se reflejaría también en el terreno cultural y literario. De ello serían ejemplos las obras del papa León el Grande y del poeta Sedulio, de gran influencia en la Edad Media latina. El segundo sería durante mucho tiempo el autor más citado en los programas de las escuelas episcopales y monásticas occidentales. Por su parte, la cultura latina de las Galias se refugiaría, como tantas otras cosas, en sus partes meridionales. Un centro particularmente activo sería la abadía de San Víctor, cerca de Marsella. Sería allí donde trabajara Juan Casiano, autor de una importante regla monástica y de reflexiones de espiritualidad ascética (Confesiones).

Más al interior la continuidad de la cultura literaria antigua propia de los medios aristocráticos se reflejará en la extensa obra de Sidonio Apolinar, sin duda la más literaria de la época. El establecimiento de una cierta seguridad política en Occidente en el siglo VI, la consolidación de los descendientes de las antiguas aristocracias provinciales como grupos dirigentes, generalmente bajo el cargo episcopal, de los nuevos Estados, y la necesidad de éstos de competir con la misma corte de Constantinopla en el terreno literario, influyeron en un relativo renacimiento de la cultura latina. El siglo VI en sus primeros decenios vería además el establecimiento sistemático de escuelas episcopales para la formación del clero. Ciertamente, Italia sería el ejemplo más brillante y temprano de dicho renacimiento, sin duda al calor de la política de prestigio de la corte de Teodorico. En Pavía Enodio sería un continuador de la cultura literaria tradicional. Mientras en Roma un miembro de la antigua gran familia senatorial de los Anicios, Boecio, seria el último occidental cultivado de la Filosofía por su profundo conocimiento de las letras griegas. Por su parte, la carrera literaria de otro senador romano, Flavio Magno Aurelio Casiodoro, reflejó las posibilidades y limitaciones de dicho renacimiento cultural: tras colaborar con Teodorico y constituir el alma de su cancillería, imitación de la imperial, Casiodoro optaría al final de su vida por retirarse a su finca suditálica, en Vivario, una especie de monasterio dedicado al cultivo y copia de las obras literarias antiguas.

La segunda mitad del siglo VI en Italia estaría ya dominada por completo por personalidades eclesiásticas, como el papa Gregorio el Grande, a la vez un místico y un hombre preocupado por mantener el poder de la sede petrina. La continuidad, no obstante la hecatombe visigoda, de la antigua aristocracia tardorromana en el centro-oeste de la Galia explicaría su esplendor literario del siglo VI, aunque éste sería ya obra exclusivamente de clérigos: el italiano Venancio Fortunato en Poitiers y el arverno Gregorio en Tours. El primero sería uno de los últimos representantes de la poesía antigua. El segundo reflejaría unos gustos y objetivos culturales distintos. Sus obras históricas o hagiográficas escritas en lengua vulgar pretendían sobre todo edificar moralmente a los grupos dirigentes contemporáneos, y a una nobleza merovingia tanto germana como romana. Si el siglo VI pudo ser sobre todo italiano, el VII sería hispano. El llamado renacimiento isidoriano y la obra literaria de los obispos toledanos de la segunda mitad del siglo señalarían la primera eclosión de una cultura literaria plenamente clerical, modelo de lo que habría de ser el posterior renacimiento carolingio. Isidoro de Sevilla (hacia 560-666) pretendió transmitir una suma de conocimientos a partir de la etimología de las palabras o de la definición glosada: diferencia, sinonimia y etimología. Sus "Etimologías", además de servir de transmisión de una parte de la cultura antigua, sirvió durante toda la Edad Media como referencia gramatical y lexicográfica.

Pero aunque su cultura pueda en gran parte considerarse de referencias e ignoraba el griego, Isidoro se mostró también como un testigo crítico de su tiempo, especialmente pesimista en sus obras de senectud (Sentencias). Por su parte, el obispo toledano Julián, a finales del siglo VII, sería el último cultivador de la monografía histórica al estilo de Salustio, a la par que un teórico de la enseñanza retórica; aunque sus obras teológicas rezuman ya un ambiente mucho más contemporáneo y ansioso del presentido final de los tiempos. Junto con el Reino visigodo el otro foco de la cultura latina del siglo VII sería Irlanda, existiendo además evidencia de los contactos entre uno y otro. Poseedores de un latín escrito que no hablado, los monjes irlandeses del siglo VII demuestran una pulcritud gramatical ausente en muchos de sus contemporáneos del Continente. Además, el carácter itinerante del monasticismo irlandés hacía que este neolatín se difundiera, especialmente por Columbano y sus sucesores, en la Gran Bretaña -con la gran figura indígena de Beda el Venerable (673-735)- y el Continente. Los monasterios fundados por ellos serían pronto reconocidos centros de copia de manuscritos: Luxeuil en Francia, Saint Gall en Suiza, Bobbio en Italia, Jarrow en Inglaterra. Gracias a ellos se salvaron no sólo obras antiguas sino una parte de la gran creación literaria de la España visigoda del siglo VII, que de otro modo hubiera desaparecido víctima del integrismo islámico.

Sin duda la civilización del Occidente en estos siglos tuvo un alto grado de carácter literario. Pero por mucho que el documento escrito siguiera estando sobrevalorado muchas gentes no sabían ni leer ni escribir. Incluso en el plano oral bastantes personas de las antiguas provincias romanas difícilmente serían capaces de seguir el latín culto de los textos litúrgicos. El latín hablado occidental distaba mucho del clásico, no sólo en lo relativo a la fonética, sino también por la morfología. Como consecuencia de ello los grupos dirigentes occidentales necesitaban de otros vehículos para hacer llegar su mensaje ideológico a todas las capas sociales. Para ello los recursos de la plástica artística y de la arquitectura habrían de mostrarse imprescindibles. Desde muy pronto el Cristianismo había utilizado los recursos plásticos para difundir su mensaje y mejor realizar su vocación pastoral. El llamado arte paleocristiano, desarrollado a partir del siglo IV, habría adoptado recursos estilísticos e iconográficos clásicos a los nuevos programas y anecdotario salidos de los textos sagrados. Lo cual se plasmaría en el relieve, la musivaria, la pintura -especialmente de códices-, y las artes menores. Los muchos peregrinos que en el siglo VI acudían a la basílica de San Martin en Tours se enterarían mejor de las virtudes y anécdotas del santo contemplando las pinturas que decoraban sus paredes que leyendo o escuchando homilías o relatos hagiográficos.

Así, si todavía los programas iconográficos de los grandes pavimentos musivarios de las villae señoriales del siglo V muestran su anclaje en las lecturas paganas o profanas tradicionales, pronto esos mismos artesanos utilizarían sus técnicas y estilos narrativos para representar motivos y escenas cristianas, sobre todo cuando desde finales de ese siglo lo esencial de las edificaciones privadas tenía una finalidad religiosa. Junto a múltiples y más o menos humildes mosaicos funerarios, dispersos por los países mediterráneos, tendríamos que mencionar los grandes paramentos en mosaico de las basílicas justinianeas de Ravena, o los anteriores de Santa María la Mayor de Roma. Ese interés narrativo, de mostrar un libro en piedra, explicaría el éxito de la talla a bisel y el bajorrelieve en la Italia lombarda y en la España visigoda (San Pedro de la Nave) del siglo VII, copiando escenas vistas en tapices o decoraciones manuscritas con frecuencia de origen copto o bizantino. Precisamente la ilustración de manuscritos religiosos fue uno de los medios más potentes para comunicar artísticamente regiones occidentales de tradiciones muy diversas. Manuscritos iluminados italianos, de clara tradición clásica, llegaron a fines del siglo VI a Irlanda e Inglaterra, donde nacería un estilo nuevo y poderoso, al cruzarse con supervivencias célticas. Ejemplos como el "Libro de Durrow", con su gusto por la decoración geométrica, pasarían después al Continente, por los escritorios de Luxeuil, Corbie o Bobbio.

La arquitectura monumental, especialmente la religiosa, que es la única que en la mayoría de los casos podemos conocer, vivió de la gran tradición clásica, por lo menos hasta mediados del siglo VII y en la cuenca mediterránea. Así los baptisterios provenzales o las basílicas merovingias de Tours, Auxerre o París se parecen mucho a otros ejemplares de Italia y a la de los tiempos paleocristianos. Sin embargo en la segunda mitad del siglo VII, y como reflejo de la consolidación de los Reinos romano-germánicos, se asiste a una especie de regionalización de la arquitectura occidental. Si en Italia el legado de la Antigüedad siguió siendo predominante, junto con el traslado simple de formas bizantinas (Ravena), en España surgió una arquitectura muy singular, inspirada en lejanos modelos sirios y bizantinos del siglo VII (San Fructuoso de Montelios, San Pedro de la Nave o Quintanilla de las Viñas). Por su parte la influencia de los invasores germánicos en el terreno de la plástica sólo se reflejaría en las artes menores, y en especial en la orfebrería aplicada a la vestimenta. Tal y como correspondía a pueblos inmigrantes. Se trata de una plástica al servicio de una élite dirigente y de funcionalidad guerrera. Utiliza motivos iconográficos de tradición nórdica o de los pueblos ecuestrizados de las estepas euroasiáticas (elementos geométricos y animalísticos), con un estilo y técnica que gustaba del colorido (cloisoné y cabujones). En todo caso sus formas y estilo pudieron extenderse a gentes no germanas en la segunda mitad del siglo V, como una moda especialmente vinculada a grupos dirigentes militarizados. En el VII el prestigio de Bizancio había suplantado formas y estilos germanos en esos mismos utensilios (fíbulas y broches de cinturón) en la regiones mediterráneas. Incluso influjos meridionales llegarían a una orfebrería nórdica todavía vinculada al horizonte germánico, como reflejan numerosos piezas del famoso tesoro de Sutton Hoo en la Inglaterra del siglo VII.

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