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Desde el punto de vista geográfico, Macedonia se divide tradicionalmente en dos grandes regiones, la alta y la baja Macedonia, diferenciación con proyección histórica que, como fenómeno, influye igualmente en la neta diferenciación regional. La Baja Macedonia se sitúa en torno a los ríos Axiunte y Haliacmón y a las orillas del golfo Termaico. Es una zona rica desde el punto de vista agrícola, sobre todo para la producción de cereales, pero también permite la explotación ganadera, entre el llano y la montaña, donde por otro lado pronto se hizo famosa su producción maderera, gracias a los grandes y tupidos bosques. La Alta Macedonia es, por el contrario, una zona muy montañosa, encerrada entre grandes alturas, entre las cuales puede ponerse en comunicación con el exterior a través de los valles, como el de Tempe, hacia el sureste, siguiendo los ríos Europo y Peneo. Hacia el noroeste, los macedonios pudieron entrar en comunicación incluso con el Ilírico, a través de Peonia y, por supuesto, con el Epiro. Existen hipótesis variadas sobre el origen de los macedonios, condicionadas por las fuentes antiguas, insertas en programas de propaganda que tratan de definir su carácter helénico o bárbaro según los casos. El problema perdura en muchas ocasiones condicionado por las actitudes de los nacionalismos modernos. Para algunos, los habitantes de la Alta Macedonia serán los auténticos macedonios primitivos, cuyo nombre se referiría a los pobladores de las alturas.

Cabe admitir que, en parte al menos, fueran poblaciones residuales de las tribus migratorias conservadas allí en época histórica. De este modo se plantea la cuestión de su carácter griego. La lengua, desde luego, no ayuda mucho, pues los rasgos conocidos pueden responder a un dialecto específico del griego tanto como a otra lengua indoeuropea más o menos próxima. En definitiva, se trataría de un problema mal planteado, sobre todo si se considera que los griegos como tales, como unidad histórica y cultural, se formaron en Grecia. Términos como Berenice, que corresponderían a Ferenice, o Nicéfora, portadora de la Victoria, son los que sirven para definir la situación de proximidad o alejamiento con respecto al griego. En la actualidad, algunos autores como Dascalakis insisten en la definición como griegos de los macedonios de Egas, en la Baja Macedonia por lo menos desde el siglo IX, sobre la base de algunas de las primeras tumbas de Vergina, pero también de los lincestas, en la Alta Macedonia, a los que se atribuye la identificación con la etnia de los dorios. Los antiguos los llamarían bárbaros porque usaban un criterio no étnico sino cultural. El problema permanece, pues, en el plano de los conceptos básicos diferenciadores. Al margen de criterios de tipo étnico, difíciles de evaluar cuando se trata de una situación histórica donde los movimientos de pueblos se interfieren con desarrollos culturales capaces de difundirse y de servir de modelo, en un ambiente en que se crean grandes desigualdades que favorecen la imitación, lo heleno es fundamentalmente un criterio cultural.

La helenización consiste, por ello, fundamentalmente en tomar conciencia de pertenecer a una comunidad más amplia, portadora de determinadas tradiciones y rasgos culturales que definen sus señas de identidad, sea cual sea la relación que antes podía tener el pueblo macedonio con los antepasados de quienes luego se definieron como griegos. Este fenómeno parece que pudiera situarse en el siglo VII, a donde se remontan algunas de las leyendas griegas de los orígenes, con la presencia de reyes helenizantes, sean o no griegos, que identifican a la dinastía de los Argéadas con la ciudad de Argos, dada como cuna de sus antepasados. El momento preciso suele identificarse con el episodio recordado por Tucídides, donde, junto a la referencia a los Teménidas, procedentes de Argos, que les daría el nombre de Argéadas, se habla de la expansión por Pieria, Botía y otras zonas de las ocupadas en tiempos históricos por los macedonios, incluida la región costera paralela al río Axiunte. La situación descrita por Tucídides produce la impresión de que se trata de un conjunto de pueblos dispersos donde se ha superpuesto una monarquía provocando un intenso movimiento de masas. La formación de esa monarquía, al consolidarse, alimenta el fortalecimiento de sus fundamentos ideológicos con la adopción de las tradiciones culturales griegas. Pero el fenómeno resultante toma un aspecto específico. La elaboración del mundo legendario macedónico presenta, como es normal, una gran complejidad.

Si el nombre de Argéadas procede de Argos y el de Teménidas se interpreta como una referencia a Témeno, el Heraclida, el nombre de macedonio parece, en cambio, propio, pero no se libra de una identificación legendaria tardía con un Macedón, hijo de Eolo, en un período posterior, entre los siglos V y IV, donde se enriquecen las referencias para hacer de Alejandro un descendiente de los Eácidas y de Heracles un lincesta, habitante de la Alta Macedonia. Tampoco faltan leyendas de carácter más primitivo referentes a fundaciones y orígenes dinásticos, con alusiones a esclavos liberados y pastores de cabras, como la de Cárano y la fundación de Egas, difícilmente integrables en el conjunto de la tradición helenizante. Todo ello representa más bien el síntoma de unos orígenes complejos, donde a la realidad se ha superpuesto una configuración ideológica dominada por la imagen griega. Sin embargo, la realeza se mantiene conflictivamente. Tucídides habla todavía de varios pueblos con reyes, que luchan y compiten entre sí, de varias dinastías con sus tradiciones y de varios candidatos a la realeza dentro de una misma dinastía. La más estable de las dinastías, la de los Argéadas de Macedonia, se muestra como monarquía gentilicia apoyada en una aristocracia que elige al monarca dentro de un clan, pero con una frecuente conflictividad. La aristocracia se va consolidando sobre los asentamientos en la tierra, a través de la guerra, creadora de solidaridad, capaz también de asentar en la realeza al monarca capaz de dirigir a la colectividad hacia el control de las tierras y la sumisión de los pueblos.

Los problemas externos repercuten en el agrietamiento de la solidaridad, los éxitos la afianzan. Por ello, la historia de la consolidación del reino macedónico está llena de alianzas y conflictos entre grupos, reyes y aspirantes. La señal más palpable de la consolidación del reino está formada por las tumbas reales, que se inician desde finales del siglo VI, llenas de ricos ajuares y adornadas con valiosas obras de arte de tradición griega. Ahora bien, curiosamente, se busca la identidad con aquellos aspectos de la tradición cultural griega que más pudieran identificarse con su propia realidad, los relacionados con la realeza potente de los micénicos. En las máscaras de oro halladas en la tumba se descubre el ansia por señalar la potencia de los propios reyes en su pervivencia tras la muerte, al mismo tiempo que una afirmación genealógica legitimadora de los esquemas legendarios difundidos en favor de su propia identidad. La imbricación de lo peculiar y lo griego toma así un aspecto singular que define la historia macedónica como la de una realidad específica con personalidad propia.

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