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Datos principales


Rango

EdadBronce

Desarrollo


Niveles importantes de concentración poblacional se habrían alcanzado ya en el quinto milenio en amplias zonas del Próximo y Medio Oriente, donde también, desde esta misma época, se conocen asentamientos amurallados, como Tell-es-Sawwan, Hacilar o Mersin, sin que en ellas puedan aún identificarse edificios singulares como los posteriormente considerados templos, construidos sobre plataformas de ladrillos. La aparición de estas edificaciones en la segunda mitad del quinto milenio en Mesopotamia y la diferenciación entre grandes aglomeraciones, que suelen poseer estos templos, y las que no los poseen, que resultan visiblemente menores, indican un claro proceso de diferenciación entre estos asentamientos. Entre los asentamientos mayores encontramos ahora, en el periodo de El Obeid, los de Uruk, Eridu o Susa. Más tarde, a lo largo del cuarto milenio, la jerarquización entre asentamientos no sólo será una realidad contrastable en función de sus tamaños, sino que también lo será por sus funciones. Se ha llegado a establecer que la propia ciudad de Uruk hacia el 3750 a.C. pudo alcanzar la cifra de 10.000 habitantes, de los que su inmensa mayoría eran agricultores, pero ya puede hablarse de sectores de población que se ocupan de actividades artesanales especializadas o de funciones religiosas o administrativas. Uruk, Eridu, Susa o Choga Mish se convierten en auténticas ciudades, de las que dependen una escala amplia de asentamientos jerarquizados, convirtiéndose estas ciudades en el centro de su región.

Su símbolo lo constituía el templo, que continúa construyéndose sobre una gran plataforma de ladrillos, ahora dotados de espectaculares fachadas, realizadas con técnicas de mosaicos multicolores. Una evidencia más de esta especialización progresiva y de una clara diferenciación de funciones en estos centros urbanos, lo constituye la fundación, hacia el 3500 a.C., de un auténtico puerto a orillas del río Éufrates, con una extensión urbana de más de 20 hectáreas, rodeadas por un cinturón de murallas, reforzadas con torres cuadradas. Los últimos siglos del cuarto milenio significan el apogeo de la llamada revolución urbana, con la construcción de nuevos templos, a veces sobre los ya existentes, de estructuras tripartitas y columnatas exentas. Juntos a estos edificios, son también característicos de este momento los grandes almacenes en el interior de la trama urbana y la aparición de otros grandes edificios que no tienen carácter religioso, mostrando una cierta separación entre el poder político y el religioso, que cristalizará con la aparición hacia el año 3000 de la primera dinastía sumeria y, con ella, la Historia escrita de la zona. Pocos datos se poseen de los periodos predinásticos egipcios y, mucho menos, relacionados con los tipos y distribución de los asentamientos, debido a las especiales condiciones topográficas y climáticas del estrecho valle del Nilo, hasta épocas inmediatamente anteriores al periodo predinástico, es decir, finales del cuarto milenio a.

C., que es cuando parece que se inician los asentamientos en relación con la explotación directa del valle inundable del río. Algunas aldeas, como la de Nagada, presentan una cierta concentración de cabañas y constituyen una de las mayores aglomeraciones de la época del mal conocido poblamiento del valle. Este hecho, la ocupación del valle, y una rápida implantación de los sistemas de regadío, contribuyen a un crecimiento demográfico importante, base de las concentraciones humanas que caracterizan al Imperio Antiguo, pero que no pueden llamarse ciudades al modo de las mesopotámicas. Sin embargo, en el Extremo Oriente, las primeras aldeas de campesinos de Yang-Shao, como Pao-Chi y Pan-p'o-ts'un en Shensi, muestran una ordenación de las viviendas, rodeadas por un foso, en torno a un espacio central, lo que ha hecho pensar en una estructura segmentada de la sociedad que las construyó, según Clark, ya en la primera mitad del cuarto milenio, mientras que durante el tercer milenio se dotarán de murallas de tierra alrededor de todo el asentamiento, en el grupo de Lungshan. Como puede verse en este apretado panorama, no existen demasiados datos de los aspectos relacionados con los sistemas de ocupación de los territorios, de las densidades y distribución de los asentamientos o de las relaciones entre ellos, por lo que son muy escasos los intentos de cuantificación acerca de las extensiones reales que ocupan los grupos humanos y, por tanto, de las delimitaciones espaciales reales de las culturas y, con ello, las dificultades de evaluación de los cambios ocurridas en las mismas.

Esta situación no es mucho mejor cuando se trata de hablar del tamaño y densidad de las poblaciones; sin embargo, una de las razones más invocadas para explicar tanto las intensificaciones económicas como la expansión de los grupos humanos, ha sido la presión demográfica y, de una manera inexplicable, no ha existido una preocupación real por cuantificar este extremo, lo que indica que el recurso a esa explicación era más teórico que una auténtica variable a registrar por parte de los programas de investigación. No obstante, parece que, en los casos donde este tipo de cuantificaciones se han realizado, existe una buena base empírica para contextualizar las evoluciones de las sociedades en el orden económico, social y político. De cara a un resumen, sólo puede apreciarse que, en términos muy generales, se aprecia un avance en la cantidad y extensión de la población durante el cuarto-tercer milenios, lo que en determinados casos, dentro del espacio europeo, marcó el inicio de procesos de concentración del poblamiento y una jerarquización entre los asentamientos que empiezan a diferenciarse en sus tamaños, además de otras características como la adquisición de fosos, murallas, edificaciones singulares de distinto carácter o especializaciones funcionales, todo lo cual prueba una creciente complejidad que a lo largo del segundo milenio desembocará en organizaciones sociales más estratificadas e incluso, en determinados casos, con el nacimiento de los primeros estados europeos.

Por lo que respecta a Mesopotamia y Egipto, este proceso se adelanta en más de un milenio, de forma que ya a comienzos del tercer milenio vemos nacer las primeras dinastías de sus imperios. Extremo Oriente, el valle del Indo y China siguen un proceso algo diferente y no podremos asistir al nacimiento de auténticas ciudades hasta el segundo milenio, en que China se incorpora al grupo de los grandes imperios orientales, con sus propias dinastías, mientras que en la India se sigue un camino más complejo. En el valle del Indo, centros como Harappa o Kalibangan muestran, durante la primera mitad del segundo milenio, una trama urbana bien organizada, con zonas diferenciadas para las viviendas populares donde se pueden distinguir barrios especializados en diferentes artesanías, frente a zonas donde existen edificaciones consideradas públicas, entre las que sobresalen enormes graneros o almacenes, situados a veces en las ciudades amuralladas, pero que sorprendentemente no han podido atribuírseles funciones como templos o palacios, mientras que las ciudades, como la de Mohenjo-Daro, parecen más un lugar comunal, con baños, graneros y salas de reunión que el lugar de residencia de un rey o una elite aristocrática de cualquier tipo. El propio registro funerario no permite hablar de una auténtica estratificación social ni de tumbas reales, a diferencia de lo que ocurría en el Egeo o Mesopotamia o incluso en la China Shang, donde, ya en la segunda mitad del segundo milenio, aparecen ciudades como Cheng-Chou, con un urbanismo ortogonal, de una extensión de 350 hectáreas, barrios organizados por trabajos artesanales, zonas de edificios públicos, murallas y palacios, concentrados en una zona destacada de la ciudad. En la segunda mitad del milenio, la capitalidad Shang pasa a Anyang, al norte de Honan, manteniéndose las características urbanísticas de la anterior capital. Lo más destacado en el caso de Anyang son sus estructuras funerarias, destinadas a sepulturas de los emperadores, frente a una ingente cantidad de enterramientos comunes. Son grandes fosas en forma de cruz, formadas por rampas que dan acceso a una cámara central, con ajuares propios de la dignidad de los enterrados, donde destaca el enterramiento de todo su séquito, hombres y vehículos, con sus caballos y conductores, lo que nos habla de la estratificación social y el poder despótico de estas dinastías de Extremo Oriente.

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