Primera Mitad I Milenio

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Datos principales


Desarrollo


El mapa político-cultural del Próximo Oriente en el cambio de milenio está alterado con respecto al de la Edad del Bronce, como consecuencia de las invasiones o emulsión de nuevos elementos demográficos, entre los que destacan los Pueblos del Mar, los arameos y los iranios. Las tribus indoeuropeas del altiplano iranio, entre las que destacan los medos y los persas, llegarán a convertirse en los protagonistas de la historia próximo-oriental hasta la conquista de Alejandro. Evidentemente las causas de la desaparición de los Imperios de Hatti, Assur o Babilonia están relacionadas con múltiples factores internos en desequilibrio (como la crisis demográfica motivada por el decrecimiento productivo), agravados por la adversa coyuntura internacional que caracteriza el traumático tránsito de la Edad del Bronce a la del Hierro. Si aquélla es la época de los grandes Imperios, ésta se caracteriza por la dinámica de múltiples estados de pequeñas dimensiones diseminados por toda la región, a excepción del Imperio Neoasirio, potencia indiscutible que marca el ritmo vital de las restantes formaciones políticas, al trasladar a los espacios periféricos su propia crisis mediante la búsqueda en ellos de nuevos recursos materiales y humanos con los que mitigar su decrecimiento productivo. La desaparición del mundo hitita provoca un vacío de poder en el corazón de Anatolia, que no será cubierto hasta que se instalen los nuevos pobladores frigios, probablemente a partir del siglo IX.

Ya en el siglo VIII forman un sólido reino con capital en Gordio y en su momento de apogeo, su territorio político podía compararse con el de los hititas del II Milenio. Precisamente entonces, cuando competían militarmente con Sargón II, fueron víctimas de las invasiones cimerias, que dan al traste con una espléndida civilización, según demuestran sus restos arqueológicos en Yazilikaya y acredita la legendaria fama de su rey Midas. La zona meridional del Imperio Hitita había estado protegida por una serie de Estados vasallos; no sabemos qué ocurrió con ellos tras la desaparición del Imperio, pero reaparecen dos siglos más tarde, en torno al año 1000, con una cultura que es heredera directa de la hitita, de ahí el nombre de neohititas con que se les designa. Junto a ellos, antiguas ciudades -sede de otros Estados- son ocupadas por los invasores arameos, que instauran en ellas dinastías propias. Estos semitas van progresando con fuerza, hasta hacerse dueños de muchos territorios anteriormente neohititas. Todos estos Estados desempeñan un importante papel económico, pues constituyen escalas obligadas para las rutas caravaneras que pretenden alcanzar la costa mediterránea desde la zona septentrional de Mesopotamia. El comercio garantiza su privilegiada existencia, pero también el comercio genera constantes alteraciones politico-militares, pues las grandes potencias necesitan controlar tales rutas para impedir posibles bloqueos comerciales.

En los alrededores del lago Van, en la zona oriental de Anatolia, se consolidó el importante reino de Urartu (siglos IX a VII), cuya población estaba emparentada con los antiguos hurritas. Durante largo tiempo, mantuvo una confrontación de igual a igual con el poderoso Imperio Neoasirio. Su riqueza natural era abundante, pero los Estados vecinos codiciaban esencialmente sus caballos y sus minerales. Los urarteos, por su parte, supieron dominar el entorno hostil a la agricultura y convertirlo en un rico vergel mediante una amplia red de canales para la irrigación. Sus relaciones comerciales los pusieron en contacto incluso con los griegos, que desde hacía poco habían establecido colonias en la orilla meridional del Mar Negro, probablemente atraídos por la riqueza de la región armenia. El fin del reino de Urartu está sumido en la oscuridad, pero todo parece indicar que la decadencia de Asiria provoca su propia debilidad, de tal modo que los medos, en su expansión hacia Anatolia occidental, no parecen tener dificultad para acabar con el reino, a pesar de las noticias posteriores azarosamente conservadas. En el litoral sirio, las ciudades cananeas marítimas, como Tiro, Biblos o Sidón, recuperan su pulso vital con tal energía que logran ocupar un lugar destacado dentro de la transmisión cultural entre las distintas áreas mediterráneas. En efecto, la expansión comercial fenicia -que arranca del siglo X- provoca una difusión de conocimientos técnicos (agrícolas, náuticos y de diversa índole, como la escritura alfabética) y de concepciones estéticas que dará lugar a una especie de koiné cultural panmediterránea, denominada orientalizante.

Las tres grandes penínsulas mediterráneas tendrán su periodo orientalizante: el arte griego orientalizante, el etrusco y, en la Península Ibérica, el apogeo de Tartessos. Pero además, su estructura económica los había convertido en los más importantes abastecedores de servicios en todo el Próximo Oriente: sus artesanos y técnicos trabajaban con frecuencia en la construcción de palacios de los Estados vecinos; sus mercaderes llevaban y traían productos tanto de elaboración propia como ajena y todo ello habría de proporcionar esa falsa imagen de los fenicios como mercachifles, cuando en realidad, la mayor parte de la población estaba dedicada a la producción agrícola, que permitía a los príncipes y latifundistas tejer sólidamente las redes de su tráfico comercial. Más al sur se organizaban las comunidades filisteas -una rama de los Pueblos del Mar- en un potente sistema político basado en su pentápolis, que mantendrán un conflicto vital con los judíos, instalados, desde el siglo XIII, en la tierra de Canaán. Todos estos pequeños reinos se verán sometidos a la voluntad política de los grandes, hasta que sus historias nacionales pierdan virtualmente su sentido, al quedar definitivamente integrados en el Imperio Persa de los Aqueménidas. Por lo que respecta a Egipto, el Imperio Nuevo había conseguido sobreponerse a la crisis del 1200, pero desde entonces conoce un período de decadencia que va a culminar en el llamado Tercer Período Intermedio, por imitación a los períodos intermedios precedentes. Sin embargo, no son muchos los autores que siguen actualmente este esquema y prefieren hablar directamente, a partir de 1085, año en el que da fin la XX dinastía, de la Baja Época de Egipto, que se prolonga hasta la conquista de Alejandro Magno.

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