Plaza Mayor

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Datos principales


Fecha

1729-55

Autor

Alberto Churriguera

Lugar

Salamanca

Localización

Salamanca

Localización


Desarrollo


La Plaza Mayor por excelencia de nuestro siglo XVIII y una de las más hermosas que pudiéramos encontrar, alabada por propios y extraños ayer y hoy, es la de Salamanca. La minuciosa y compleja historia de su construcción nos es conocida merced al ejemplar análisis de A. Ceballos, que nos permite seguir el proceso desde el comienzo de las obras, en 1729, hasta su culminación, en 1755, si bien el tiempo real de ejecución fue de ocho años con un largo período intermedio de inactividad. El proyecto, cuyo principal impulsor fue el corregidor don Rodrigo Caballero, se debe al arquitecto Alberto de Churriguera quien habiéndose ausentado de la ciudad, después de terminar los dos primeros lienzos, los del Pabellón Real y de San Martín, fue sustituido en la dirección de la obra por su sobrino Manuel de Larra Churriguera. Hubo después intentos de modificar el proyecto inicial, debiendo intervenir el Consejo de Castilla que resolvió el pleito al exigir la reanudación de las obras conforme a lo ejecutado. No obstante, el edificio del Ayuntamiento, que preside la plaza desde el lado norte, se separa del resto de las fachadas con un tratamiento absolutamente diverso debido a su autor, el arquitecto Andrés García de Quiñones. Los antecedentes de la plaza salmantina nos llevarían a considerar la existencia de un extenso mercado en el que se incluía la parroquia de San Martín, fuera del núcleo viejo de la ciudad pero dentro de la nueva cerca que protegía su crecimiento en dirección norte, sobre los dos ejes importantes de los caminos de Zamora y Toro.

La plaza fue conociendo varios estadios, siempre de desmañada configuración, pero muy activa y, sobre todo, de imponente superficie, contando desde la Edad Media con la presencia de las casas del Concejo. Esto, unido al hecho de celebrarse en la plaza de San Martín toros y cañas, así como el ajusticiamiento de los condenados en la horca allí colocada, según testimonio de Rosmithal (1465), va completando la serie de funciones características que desempeñaron habitualmente las Plazas Mayores. No estando en consonancia aquel lugar con la imagen de la ciudad, se pensó en la construcción de la nueva plaza atendiendo a considerandos funcionales y estéticos. Se argumentó la necesidad de proteger el comercio con soportales, de eliminar los puestos que impedían el paso de "los coches, carros y caballerías", pero sobre todo pesaba grandemente su pobre aspecto. La declaración del Deán de la catedral, como uno de los que emitieron informe positivo acerca del proyecto, resume la actitud generalizada de la ciudad: "El decoro y ornato público de que tanto carece la primera oficina de la ciudad, especialmente en las dos líneas de la Torre y de San Martín, por ser ambas indecentísimas para una ciudad tan famosa en el mundo y donde resplandecen tan insignes edificios, a cuya vista se hace muy reparable a los naturales y extranjeros lo indecoroso de su principal plaza".Para paliarlo se propone una plaza casi cuadrada, de poco más o menos de 80 metros de lado, y absolutamente cerrada en sus cuatro frentes.

Las calles entran con su correspondiente dirección pero pasan bajo los arcos que componen los soportales, en todo caso con algo más de luz pero guardando la misma altura. El módulo de fachada es de un eje de huecos, es decir, arco del soportal y tres alturas encima, a excepción del arco de San Fernando en el Pabellón Real y del edificio del Ayuntamiento que guarda otra escala y composición bien distinta y más barroca en su ornamentación. Todas las fachadas son en piedra, con el balconaje muy volado y antepechos de hierro, desarrollando una original iconografía en los medallones de las enjutas de los arcos, con las efigies de monarcas españoles. Ello supone, sin duda, una evidente presencia real en esta plaza municipal, que unido al citado Pabellón en cuyo centro figura el escudo regio, la efigie del rey San Fernando y una inscripción que recuerda a Felipe V el animoso, hace pensar en lo que este programa iconográfico entraña de pleitesía hacia el monarca que encabezaba la nueva dinastía de los Borbones, presentada aquí como continuidad y no como ruptura. Finalmente cabe añadir que consta documentalmente que los artífices e impulsores de la Plaza Mayor de Salamanca barajaron los modelos de las Plazas del Ochavo de Valladolid, que ciertamente nada tiene que ver con el tipo señalado en estas páginas, la Mayor de Madrid y la Corredera de Córdoba, poniendo de manifiesto, una vez más, la coherente genealogía de las Plazas Mayores españolas donde la anterior experiencia sirvió de punto de partida para la siguiente realización.

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