Iglesia de San Pedro de la Nave

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Datos principales


Fecha

Siglo VII

Autor

AUTOR ANONIMO,Anonymous artist

Lugar

Campillo

Localización


Desarrollo


Este edificio se ha considerado por mucho tiempo como una síntesis original del tipo cruciforme y el tipo basilical; aunque ésta sea la apariencia de su forma actual, sabemos que ello no responde a un proyecto intencionado, sino a la resolución casual de la sucesión de dos ideas distintas, cuyo proceso se puede restituir con mucha precisión. El descubrimiento de San Pedro de la Nave se debe a Gómez Moreno, como muchos otros, y su publicación en 1906 abrió la extensa polémica sobre la diferenciación de la arquitectura visigoda y la que se suele denominar mozárabe o de repoblación. Entre 1930 y 1932 fue desmontada y trasladada de lugar por el arquitecto Alejandro Ferrant, quien realizó el trabajo de acuerdo con las conclusiones establecidas anteriormente por Gómez Moreno, pero no por ello renunció a dejar constancia de otros datos nuevos, con los que ahora se puede hacer un estudio mucho más completo. San Pedro de la Nave se encontraba a orillas del río Esla, al noroeste de Zamora, en una pequeña llanura que hacía posible el paso del río para una de las rutas medievales hacia Santiago. Cuando la construcción del embalse de Ricobayo amenazó con dejarla cubierta por las aguas, se emprendió su traslado a otro lugar, con una larga polémica entre vecinos, autoridades y empresas, que se decidió finalmente por el nuevo emplazamiento en Campillo, la localidad más cercana de su antigua jurisdicción que carecía de otro templo. Esta obra fue una de las primeras en su género que se han realizado, con una atención y cuidado modélicos por parte del arquitecto Ferrant; facilitó mucho esta labor la técnica de construcción del edificio, de sillería unida en seco como la mayor parte de sus contemporáneos españoles.

Las piedras de la iglesia se ajustan entre sí con tanta precisión, que puede asegurarse que en el traslado no se produjo la más mínima deformación; sólo se diferencia el estado actual del que existía en los primeros años de nuestro siglo, por la eliminación de muchos añadidos y la restauración de las cubiertas con el nuevo cimborrio. Tanto Gómez Moreno como Schlunk apreciaron pronto la intervención en el edificio de dos equipos distintos de artífices, a los que corresponden las dos series de elementos decorativos, pero estos dos estilos ocupan lugares distintos en el edificio, como ornamentación de las dos fases de construcción y desarrollan también programas iconográficos diferentes. Para la descripción de San Pedro de la Nave no puede tenerse en cuenta nada del sistema de cubiertas, ni los volúmenes que forman, puesto que en ellos se sintetizan las dos obras visigodas y las remodelaciones medievales sin las necesarias diferenciaciones. Lo que se conserva de la estructura original del edificio es el perímetro completo de la planta, en forma de un rectángulo de 11,20 por 16,80 metros, al que se le añade en la parte oriental una capilla de 4,80 por 4 metros y además dos pórticos, al norte y al sur, de 4,80 por 3,20 metros. En el interior del rectángulo hay una nave transversal, de un pórtico a otro, que divide al edificio en dos zonas desiguales: la oriental está formada por una nave central y dos cámaras a los lados, mientras que en la occidental hay tres naves, separadas por arcos muy recompuestos, más ancha la central que las laterales.

La capilla tiene un arco toral, apoyado sobre columnas con cimacios prismáticos y en su interior hay tres ventanas, una a cada lado, que irían cerradas con celosías. Las cámaras laterales de la nave oriental están comunicadas con ésta por puertas, que se cerraban desde el interior, y ventanas con tres arquillos soportados en columnas pequeñas, tras los que hay un pequeño banco o reclinatorio; estas cámaras son el ejemplo más claro de las ergastulae o celdas para monjes reclusos, que se citan en muchos textos y podrían identificarse también en Santa Comba de Bande; llevan también tres ventanas con celosías, una hacia el este y otras dos en el muro externo correspondiente; sus muros de separación con los brazos de la nave de crucero están perforados por grandes arcos, tabicados en la restauración; aunque la traza de estos arcos parece moderna, es posible que en la segunda fase de la iglesia visigoda existiera ya algún tipo de comunicación semejante, puesto que el friso antiguo de estos muros parece haber sido alterado entonces para acoplarse al vano. El sector occidental, que suele llamarse parte basilical, está organizado sobre dos hileras de pilares, de los que sólo uno en cada lado se mantiene exento, ya que el inmediato a la fachada se ha cegado para reforzar la construcción; de los arcos de separación uno parece mozárabe, de herradura y el otro antiguo es apuntado, mientras que los restantes tienen algún indicio de arranque de piedra y lo demás de ladrillo restaurado.

El sistema de las techumbres muestra también las disparidades de sus distintas fases; las originales de piedra están en la capilla y en las dos celdas laterales, mientras que la nave principal y las de crucero sólo conservan tres hiladas de piedra y lo demás es rehecho de ladrillo. El conjunto de la construcción ofrece, por tanto, dos partes bien diferenciadas, que se identifican con dos esquemas de composición muy distintos: la zona oriental, con el crucero, la nave principal, la capilla y las celdas, corresponde a una iglesia de planta central, como la de Santa Comba de Bande, pero aquí el brazo oriental es más largo que los del crucero y se añaden los dos pórticos laterales: la zona occidental es, en cambio, una estructura basilical sencilla, que se enlaza al crucero con unas parejas de ventanas abiertas en el fondo de las naves laterales y cuya fisonomía interior es resultado de muchas transformaciones, aunque el muro del perímetro sea de época visigoda. El motivo de la alteración del primitivo edificio central se explica por la necesidad de corregir un evidente error de replanteo en la obra, que dio lugar a que el crucero de intersección de las naves no fuera cuadrado, de 3,20 metros de lado, como se debía haber proyectado, sino de 3,20 por 3,40. La obra debió interrumpirse al llegar a la altura en la que se tenían que montar los cuatro arcos, cuando se observó la irregularidad de la planta y, entonces, se recurrió a otro equipo de constructores que ideó la colocación de dos pares de columnas en los lados de la nave principal para cerrar el espacio a la medida necesaria.

Estudiando los detalles de la planta del edificio se puede observar el motivo que causó este error en el primer proyecto. San Pedro de la Nave ofrece, como otra de sus particularidades que no se dan en los edificios contemporáneos, unos pequeños contrafuertes angulares en las esquinas de unión de los pórticos y de la capilla con el cuerpo del edificio; estos contrafuertes se interrumpen a la altura de los muros laterales más bajos, y no en el punto en el que deberían recibir teóricamente la presión de las bóvedas, ya que si continuaran más arriba, se transformarían en unos pilarillos cuadrados tangentes a las esquinas de los muros. En realidad, estos contrafuertes debían corresponder a las esquinas de los brazos del crucero, que seguirían hasta el tejado, mientras que los muros de los pórticos y de la capilla quedarían más bajos en un plano retranqueado. Al formar el despiece de la sillería en la cantera se produjo un error de dibujo, en el que se alinearon todos los muros y los ángulos de la cruz quedaron como salientes, de forma que al sobrepasar la altura de los muros inferiores perdieron su trabazón con la estructura. Este error de alineación en los ángulos es el que se acusa en la diferencia de anchura de los brazos del crucero, de tal forma que la continuación de la obra, tal y como se había arrancado de cimientos, era inviable a partir de la séptima hilada de sillares. Es posible seguir con precisión todos estos errores gracias a la traza tan ajustada de toda la obra y al empleo riguroso en toda ella del módulo de ochenta centímetros, como unidad de medida que, en este caso, se mantiene, además, en el grueso de todos los muros; por esta razón, en San Pedro de la Nave todas las dimensiones son múltiplos exactos de la misma unidad y no se da ninguna alteración, como las que son necesarias en aquellos edificios en los que los muros tienen gruesos distintos.

A la vista de estas circunstancias en el transcurso de las obras, se deduce con cierto detalle la forma en la que debía producirse entonces el proceso constructivo. La idea original del edificio era una iglesia con planta de cruz, en la que los cuatro brazos se destacaban del resto en la misma forma que puede observarse en diversos monasterios bizantinos; la cruz de las naves debería sobresalir sobre las habitaciones adosadas y destacar como forma simbólica de toda la iglesia. La aplicación de este diseño por los canteros locales se hizo sin un conocimiento preciso de los propósitos arquitectónicos, y el despiece de la sillería se simplificó en cada ángulo, haciendo que los muros se prolongasen y que en las esquinas quedaran los inexplicables contrafuertes. Cuando se llegó al punto en el que no era posible continuar la construcción se tuvo que buscar a otros técnicos que resolvieran en lo posible las equivocaciones; a ello se debe la colocación de las columnas del crucero y la transformación de la parte occidental en un ámbito basilical de tres naves, al tiempo que terminaban de colocar parte de la decoración preparada por el primer equipo. Entre otros elementos que permiten comprobar la existencia de un primer proyecto, están los elementos decorativos de la nave occidental y el pórtico que nunca llegaron a realizarse, y que se aprovecharon como simples sillares en la obra posterior. En San Pedro de la Nave se pueden estudiar, por tanto, dos edificios distintos, uno de planta central en forma de cruz, que corresponde al uso por una comunidad monástica y cuya decoración es a base de un gran friso que recorre todo el edificio a la misma altura y se amplía a los capiteles y huecos de ventanas, y otro que aprovecha el crucero y la cabecera del primero y le añade naves basilicales, así como una decoración figurada mucho más compleja.

Del primero interesa mucho más la arquitectura, como el caso mejor planificado de iglesia en forma de cruz, mientras que del segundo se destaca el complejo programa iconográfico sobre una estructura de soluciones casuales. La transformación del uso de la primera iglesia monacal en una iglesia de clero secular tiene un curioso testimonio en una inscripción grabada sobre los sillares inmediatos al arco toral, en la que está la relación inacabada de las longitudes de la sombra de un reloj solar a cada hora del día; el texto se interrumpe en el mes de marzo, como si la paralización de las obras hubiera traído consigo la salida de los monjes que iban a emplear este horologium. Mucho de lo que sabemos sobre la vida de los monjes recluidos en ergástulas como las de San Pedro de la Nave, procede de la autobiografía de San Valerio, exaltado seguidor de la vida eremítica predicada por San Fructuoso. Aparte de su labor apostólica y fundadora en la comarca del Bierzo, que ganó a muchos seguidores en la repoblación mozárabe, San Valerio recorrió otros lugares del valle del Duero, en los que vivió luchas y persecuciones de otros clérigos entre épocas de respeto y admiración como hombre de vida santa y sacrificada. El nos cuenta cómo en un lugar distante de Astorga el noble Ricimiro le acogió en sus propiedades y edificó para él un templo admirable y opulento, donde tampoco pudo hallar la tranquilidad y el retiro deseados, puesto que el sacerdote Justo le molestaba y distraía con todo tipo de tentaciones hasta en su propia ergástula; cuando faltó Ricimiro y sus hijos fueron encarcelados por el rey Wamba, Valerio dejó aquel lugar sin que la iglesia se hubiera podido terminar.

Hay muchas coincidencias entre el lugar y los hechos de la biografía de San Valerio y lo que puede verse ahora en San Pedro de la Nave; aunque será difícil comprobar alguna vez su identidad, no existe mejor lugar para recrear lo que dejó narrado el santo ermitaño que las celdas de San Pedro de la Nave y el efecto sería aún más impresionante en el emplazamiento primitivo, rodeado por los arribes del Esla y acompañado por el ruido de la corriente. Sería imposible incluir aquí la enumeración de todos los elementos de interés que contiene la iglesia de San Pedro de la Nave; muchos se reconocen por el celo que tuvo el arquitecto Ferrant al restaurarle y datos que no se emplean expresamente en esta descripción serán utilizados cuando sean necesarios para ayudar a comprender los de otros monumentos. Como síntesis de las aportaciones de San Pedro de la Nave al conocimiento de la arquitectura visigoda podrían enumerarse los siguientes puntos. El proyecto original de la iglesia era un edificio cruciforme, inspirado en modelos bizantinos y transmitido por monjes con amplia formación en conceptos simbólicos a una cuadrilla de artesanos y canteros locales, que lo ejecutaron con notables errores. Se documenta aquí el empleo riguroso de la unidad de ochenta centímetros de longitud para todas las dimensiones de la planta, que es la del ancho de todos los muros y se repite en múltiplos exactos en todas las piezas, salvo en el replanteo erróneo de la anchura de la nave principal; también es ésta la unidad del radio de los arcos y de las alturas de los muros, hasta la zona realizada en la segunda fase, que se basa, en cambio, en el pie romano de 30 centímetros de longitud, como obra de artífices de muy distinta formación.

La organización de los volúmenes de la iglesia debía ser escalonada desde el cimborrio central, a través de las cuatro naves, la capilla y las habitaciones de los ángulos; los pórticos podían ir descubiertos o con techo plano. Entre los criterios estéticos de la belleza de la construcción se le da un papel destacado al acabado de la sillería y a su formación en bloques muy ajustados que formen una superficie lisa y continuada. La decoración es una banda horizontal que separa dos niveles dentro de todo el alzado de los muros. La primera iglesia monacal se ordenaba para que todas las circulaciones confluyeran en el crucero y que las naves no tuvieran siquiera visibilidad de unas a otras; la iglesia basilical intenta obtener ámbitos lineales paralelos con perspectivas abiertas. Finalmente, debe evitarse tomar la fisonomía actual de San Pedro de la Nave como término de comparación con otros monumentos, ya que procede de la combinación casual de varias fases arquitectónicas, homogeneizadas sin gran fortuna en la restauración.

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