Se convirtió en una de las armas fundamentales de la Werhmacht a lo largo de toda la Segunda Guerra Mundial. Igual que su antecesor, el Panzer III, su chasis fue adaptado para montar cañones autopropulsados, en función de las cambiantes opiniones de Hitler en favor de construir cañones autopropulsados o carros. Dicha indefinición fue negativa para la producción alemana de armamentos, como se demostró en el caso de Kursk.