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Datos principales


Tipo

Arma

Categoría

Arma Larga

Desarrollo


Extraño destino el del fusil soviético de asalto Kalashnikov, con frecuencia obligado a combatir contra sí mismo, casi como si en el mundo no hubiera otra arma que pudiera aguantar la lucha. Lo hemos podido ver tanto en Afganistán, en manos de los mujahidín, como en los soldados del Ejército Rojo, o en la Guerra del Golfo, en donde los Kalashnikov de las tropas de Sadam se oponían a las de los egipcios aliados en la operación Tormenta del Desierto, por no hablar de la ex Yugoslavia, en donde, en la profusión de armas de que disponen los distintos grupos en la lucha, el Kalashnikov nunca falta. Parece como si el mundo estuviera lleno de Kalashnikov; en buena medida porque, además de la ex Unión Soviética, este arma ha sido (y es) fabricada por muchos países: China, Hungría, Corea, el norte de Egipto#Se calcula que la producción global de este arma ha alcanzado ya la cota de cincuenta millones de piezas; es algo así como decir que si pusiéramos un Kalashnikov en fila, uno detrás de otro, alcanzaríamos la increíble distancia de 40.000 kilómetros, es decir, la medida de la circunferencia de nuestro planeta. La historia del Kalashnikov nace con un cartucho. Durante la II Guerra Mundial, los soldados de los diversos frentes tenían en dotación fundamentalmente dos tipos de armas ligeras: un clásico fusil de obturador de corredera giratoria con armamento manual de un sólo disparo, y un mosquetón automático, es decir, un mitra. El primero disparaba un cartucho largo y potente con un alcance eficaz de casi mil metros; el segundo disparaba un cartucho de pistola, como por ejemplo el calibre 9 milímetros Parabellum en el caso de los mitra alemanes MP 40, o bien de calibre 7,62 Tokarev en los PPSh 41 soviéticos, cartuchos cuyo alcance eficaz (sobre todo en cuestión de precisión) no puede ir más allá de los cien metros, especialmente disparando con ráfaga.

Los alemanes, considerando que los combates en los campos de batalla durante la Segunda Guerra Mundial se desarrollaban casi esencialmente a 300-400 metros, comprendieron que ningún cartucho de los que se usaban en aquel momento se adaptaba verdaderamente a la mayor parte de los combates: el del fusil era demasiado potente para ser utilizado en un arma ligera de ráfaga, mientras que la del mitra podía ir bien sólo para los encuentros a corta distancia, a unos 100 metros más o menos. Se necesitaba un cartucho intermedio: ligero, como el del mitra, pero preciso y potente como el del fusil. Los alemanes se pusieron a trabajar a partir de esta hipótesis, poniendo a punto el cartucho calibre 7,92 x 33, o bien el famoso Kurz Patrone 43, que consideraba el calibre 7,92 mm de los cartuchos de fusil aunque tenía un casquillo largo de apenas 33 milímetros, frente a los 57 mm del cartucho del Mauser de ordenanza. A partir de este cartucho, nació el Stg.44, que puede considerarse el progenitor de todos los fusiles de asalto, arma cuya eficacia mortífera experimentaron con frecuencia los soviéticos en su propia piel durante el final de la guerra. Terminado el conflicto, los soviéticos no perdieron tiempo para poner en práctica las lecciones de los alemanes y ya en 1946, gracias a la obra de Mikhail Timofeyevic Kalashnikov (nacido en 1919) tenían sobre el papel el proyecto de un arma de asalto que el año siguiente sería adoptada como Avtomat Kalashnikov 1947 g, destinada a convertirse en un arma famosa en cualquier rincón perdido del mundo, conocida como AK 47.

Obviamente, dicha arma tenía un cartucho intermedio: el 7,62 x 39, que podemos considerar una versión derivada del cartucho de las pistolas y de los mitra soviéticos, el 7,62 Tokarev, con casquillo de 25 mm a 39 mm de largo. El año de adopción, el 1947, podría hacer pensar en un proyecto relámpago, sin embargo, el desarrollo del AK 47 fue largo y atormentado, tanto que las primeras armas comenzaron a ser distribuidas en grandes cantidades sólo diez años después, hacia 1956. Los problemas que tuvo el AK 47 no fueron por culpa del proyecto, sino por la realización práctica: en efecto, para rebajar drásticamente los costes de producción se necesitaba recurrir al uso de láminas impresas; sin embargo, al final de la guerra, este tipo de tecnología apenas la conocían los soviéticos, por lo que los primeros Kalashnikov se desmontaban literalmente durante su utilización debido a que cedían los ribetes que unían las ligeras láminas estampadas con las más gruesas hechas con las máquinas tradicionales. Se tuvo que volver al sistema de ejecución tradicional (piezas forjadas y uso del torno y fresadoras para la elaboración), lo que incidió notablemente sobre los costes de producción y prolongó sobremanera los tiempos de fabricación. Sólo hacia finales de los años Cincuenta, los soviéticos consiguieron realizar el Kalashnikov con tronco no tramado, sino de láminas estampadas, Así nació el AKM (modernos Zirovannyi Avtomat Kalashnikov), mucho más ligero (3,1 kg frente a los 4,3 kg del AK 47) y mucho menos costoso.

El hecho de pesar menos le hace echarse más hacia arriba durante el tiro con ráfaga, lo que significa una mayor dispersión de disparos. Para obviar al menos en parte este inconveniente, en el AKM se ha montado en la parte alta del arma un característico freno de boca (cortado a modo de "loncha de salami"), lo que le hace inmediatamente reconocible en relación con el AK 47. Por supuesto que ésta no es la única diferencia entre el AK 47 y el AKM, pero se trata de variantes de detalle, como la enervadura de refuerzo de la cubierta del armazón, la terminación por fosfatación en vez de por barniz, el calzado más económico y ligero de madera laminada en vez de madera de haya; mientras, se ha conservado el cromado grueso de la recámara y del cañón, solución que garantiza la larga duración del arma, cuyo funcionamiento impecable y su gran fiabilidad en cualquier condición de uso se deben no sólo a la bondad del proyecto, sino también a la elevada calidad de su elaboración mecánica, a los materiales que utiliza, a la escasa tolerancia y al preciso ensamblaje de las distintas piezas, como lo demuestra el hecho de que en cada particular desmontable manualmente figura el número de matrícula, precisamente para evitar que (en condiciones operativas normales) se cambien piezas de un arma con otra. No pasa un día sin que los periódicos y la televisión no lleven a los hogares imágenes de guerra en las que el Kalashnikov sea el protagonista. En muchos casos se puede observar que dichas armas tienen el cargador coloreado de rojo ladrillo en vez del habitual color negro.

Es el signo distintivo más vistoso de la tercera generación de esta arma, es decir, el AK 74, que se distingue del AKM también por otros dos detalles: un gran mecanismo de compensación colocado en la boca del cañón y una canalización en la base que sirve para distinguir a golpe de vista el arma, incluso aunque no tenga el cargador rojo. Una elección hecha seguramente pensando en los campos de batalla de la guerrilla en donde se pueden encontrar perfectamente hombro a hombro dos combatientes empuñando un AKM y un AK 74 cuyos cargadores no son intercambiables. En efecto, entre las dos armas, la diferencia fundamental se encuentra en el cartucho: el AK 74 lleva un calibre muy pequeño, apenas 5,45 mm de diámetro (el 5,45 x 39), e incluso menor que el 5,56 mm del cartucho NATO, el que, entre otros, dispara el conocidísimo M 16 americano. Gracias al eficaz freno de boca y al particular calibre, el AK 74 tiene un retroceso y un levantamiento verdaderamente insignificante, lo que le hace fácilmente utilizable incluso por tropas poco adiestradas; de cualquier modo, reduce los tiempos y costes de adiestramiento, elementos nada despreciables para los movimientos guerrilleros. El Kalashnikov, incluso bajo este último revestimiento, se revela una vez más el "instrumento de trabajo" ideal para los terroristas, grupos de evasión, revolucionarios, partisanos y para quien tiene dinero para tenerlo. Bajo el aspecto de un arma de ordenanza del ejército, no es ciertamente superior a los modernos fusiles de asalto occidentales; sólo en un punto el Kalashnikov es de verdad insuperable: el coste de producción, lo que no es nada despreciable.

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