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Capítulo aparte merecen las enseñanzas del magisterio eclesiástico católico sobre la cuestión social, debido a la gran influencia que, desde el punto de vista ideológico, tenía la Iglesia Católica en esta época en la sociedad occidental. Como hemos visto, capitalismo y socialismo quedaron enfrentados en cuanto sistemas sociales; para la concepción social cristiana, los principios individualistas del primero eran tan erróneos como los colectivistas del segundo, incluyendo muchos aspectos morales y filosófico-teológicos incompatibles con una visión trascendente propugnada por el cristianismo. Estos dos frentes (social-marxismo y capitalismo) encontraron grandes grupos que les apoyaban, en cuanto complejos de intereses, en lucha contra el otro y ambos ponían en tela de juicio el orden moral encomendado al cristianismo y el mismo cristianismo, haciendo que la doctrina social cristiana se viera relegada a una posición crítica, al tiempo que afirmaba una serie de principios: la naturaleza individual y social del hombre, los derechos de libertad y los derechos sociales, el individuo y la comunidad se encuentran en una relación interna indisoluble y en una subordinación recíproca. La voz "social", en el caso del magisterio católico, expresa todo lo concerniente a las relaciones humanas, económicamente medidas, pero desde la perspectiva de la ética (natural y sobrenatural) y no desde el ángulo de los conocimientos prácticos meramente humanos.

Esto explica la intervención de la jerarquía católica ante esta cuestión. Pero, además, el problema social tiene un aspecto técnico, donde el Magisterio no se entrometió, ni tenía competencia para ello. Este especial carácter es la causa de que, si bien la doctrina social cristiana alcanzó claridad sobre los principios sociales, no desarrollara un sistema preciso de orden económico social, ni mucho menos un sistema que hubiera poseído tal fuerza de atracción para contrarrestar al capitalismo y al marxismo. Como dice Messner, la doctrina social cristiana consiste en algo más que una vía media, es la proyección de luces en el terreno de los principios, sobre unos problemas nuevos, basándose en una secular fuente de doctrina. En este sentido, la formulación más importante y coherente es la Encíclica "Rerum Novarum" de León XIII, en 1891. El ambiente histórico en que surge está caracterizado por una situación social de pauperismo provocado por un capitalismo creciente y por un movimiento obrero de respuesta, dominado fundamentalmente por socialistas y, en menor medida, anarquistas. León XIII considera la cuestión social como la que reclama mayor interés para los hombres de su tiempo; condena el socialismo por su raíz materialista; señala el derecho de los trabajadores a una propiedad estable, que debe ser defendida por los gobernantes, así como la institución familiar; la propiedad privada es un derecho, pero no omnímodo sino que debe estar subordinado al bien de la mayoría de la sociedad.

El Estado debe intervenir para proteger, a través de una legislación social, a las clases sociales más numerosas y débiles. Por último, León XIII anima a los trabajadores a que formen sindicatos y asociaciones en defensa de sus intereses. Con posterioridad a esta Encíclica, y a impulsos de ella, nació un sindicalismo de base cristiana que tuvo más fortuna en el campo que en los medios industriales, salvo en países como Bélgica, Italia y Francia. Su influencia, en todo caso, fue relativamente pequeña en comparación con los demás sindicatos. Hay que señalar que la mayoría de los cristianos no participaron en los sindicatos confesionales, sino que se integraron en otros o permanecieron ajenos al movimiento asociativo.

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