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La tendencia favorable a que el conjunto de clérigos que asistían directamente al obispo de una ciudad llevasen vida comunitaria y sometida a regla, al estilo de los monjes, puede ya encontrarse en san Agustín, si bien la primera tentativa seria de aplicación de este ideal se dio sólo durante el gobierno de san Crodegardo de Metz (715-766). Sus enseñanzas, sumadas a otras disposiciones coetáneas y recogidas luego en la "Institutio canonicarum" aprobada por el sínodo de Aquisgrán de 816, se convirtieron pronto en inaplicables por el hundimiento del imperio carolingio. Durante los siglos IX y X la simonía y, en general, la intervención laica, hicieron desaparecer cualquier rasgo de vida en común en los canónigos seculares, a excepción del canto del oficio divino en el coro. Si bien la reforma gregoriana consiguió que las autoridades laicas dejaran de designar a los obispos, entregando esta responsabilidad a los cabildos (más en concreto a los denominados canónigos capitulares), el interés por las prebendas anejas a las canonjías no hizo sino aumentar. Al consolidarse definitivamente la condición electoral de los cabildos catedralicios en el IV Concilio de Letrán, se reforzó asimismo su condición de consejos privados episcopales, acrecentándose sus rentas. Por todo ello, a pesar del esfuerzo realizado, la nobleza siguió considerando el oficio de canónigo como algo deseable, impidiendo así una mejora radical de la situación.

En realidad el ascenso del nivel moral de los canónigos, allí donde se produjo, se vinculó siempre al renacer de la vida comunitaria, y así fue promovida por los diversos Papas reformistas. En 1059 León IX, a instancias de Hildebrando, futuro Gregorio VII, recomendó ya el retorno de los cabildos a la vida común, de acuerdo con el modelo de la "Institutio canonicarum" de san Crodegardo de Metz. Muy pronto la iniciativa pontificia encontró eco en Francia e Italia, procediéndose en cada diócesis al renacer, de manera independiente, de la vida canonical. Para impedir tal dispersión Urbano II (muerto en 1099) recomendó la adopción de la mal llamada Regla de San Agustín (en realidad una recopilación de diversos escritos del santo de Hipona), lo suficientemente laxa como para exigir sólo un nivel moderado de ascetismo, aunque excluyendo por completo la propiedad privada. Nacía así la tendencia conocida posteriormente como "ordo antiques". Numerosos canónigos abandonaron su condición secular adoptando la monástica, formando así un colectivo comúnmente designado como agustino e integrado por infinidad de congregaciones. Durante la primera mitad del siglo XII este fenómeno llegaría a su apogeo, encontrando en Cerhoh de Reichersberg (1093-1169) a su principal mentor. Una nueva orientación, marcada por el ideal de la "vita apostolica", de carácter ascético-eremítico surgió finalmente a principios del siglo XII y de forma paralela al desarrollo del Cister. Se trataba del denominado "ordo novus" del movimiento de renovación canonical. En este caso se buscaba no simplemente la transformación de los cabildos seculares en regulares, sino la fundación de otros nuevos, situados en lugares apartados, en los que el riguroso ascetismo y el trabajo manual marcarían un nuevo genero de vida. Sin duda los premostratenses fueron el ejemplo más destacado de esta nueva tendencia.

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