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Mundo fin XX

Desarrollo


La reconstrucción de la Europa oriental, tras el final de la Segunda Guerra Mundial fue dura y lenta, y estuvo subordinada a la recuperación de la URSS.Durante la contienda, las mujeres habían mantenido el funcionamiento de la economía, y las circunstancias favorecieron transformaciones en las costumbres de regiones como el Cáucaso o Asia Central. El regreso de los combatientes provocará una disminución de los puestos de trabajo que ellas ocupaban, y también de sus oportunidades en ciertas categorías: si las directoras de "koljós" o de "sovjós" eran en 1940 el 2,16 por 100, y habían llegado al 14,2 por 100 en 1943, durante el conflicto bélico, retrocederán al 2 por 100 en 1962, para quedar en un 1,5 por 100 en 1975.En líneas generales, se impuso para las mujeres en los países socialistas la obligación del trabajo extradoméstico, lo que, acompañado de la extensión de la enseñanza y de la posibilidad de acceso a las diferentes carreras y profesiones, abrió las puertas a la esperanza de una igualdad de oportunidades desconocida hasta entonces en el mundo occidental. Pero las promesas de colectivización del trabajo doméstico no se han hecho realidad, por lo que la doble jornada ha llegado a resultar agobiante para las mujeres en muchas ocasiones. Hay que decir que tampoco se han registrado llamamientos a los varones para repartir el trabajo del hogar hasta que existiera un número suficiente de guarderías y comedores.La realidad muestra que también en los países socialistas las mujeres se han concentrado en ramas de menor remuneración.

Según cálculos no oficiales estimados para la década de los sesenta, los salarios masculinos en la URSS superarían a los femeninos en un 30 ó 40 por 100, por término medio.En los últimos años, tras los cambios políticos que se han producido en este conjunto de países afectados por una grave crisis económica, va saliendo a la luz un mayor número de datos que muestran la distancia entre los ideales anunciados y la realidad del trabajo de las mujeres en el bloque oriental.Con respecto al denominado Tercer Mundo, una primera aproximación, necesariamente simplificadora, a las pautas que han venido marcando tradicionalmente el trabajo femenino en distintas áreas del mundo, consistirá en distinguir cuatro grandes modelos:a) El más extendido en los países africanos se basa en el hecho de que las mujeres se procuren los medios de vida necesarios para ellas y para sus hijos, además de colaborar en el mantenimiento de sus esposos; ello implica que han venido siendo las principales sostenedoras de la agricultura y, en muchos casos, del comercio.b) En distintos países del sudeste asiático, lo más frecuente ha sido que, además de atender la casa, las mujeres realicen una parte importante de las tareas agrícolas y comerciales, sin perjuicio de ocuparse en otros trabajos, cuando las circunstancias lo requieren.c) En América Latina, la participación de las mujeres en el trabajo agrícola ha sido menor que en los casos anteriormente citados, si bien este dato se altera sustancialmente en el caso de ciertas comunidades indias o negras.

La menor dedicación a la agricultura se traduce en cifras muy altas de servicio doméstico en el mundo urbano; por otra parte, la fuerte impronta ideológica que asocia a las mujeres con el hogar ha dejado su huella en la importancia del trabajo a domicilio.d) En países de Oriente Medio y en las castas superiores de la India es donde se ha dado el mayor grado de reclusión femenina en el hogar: las mujeres, dedicadas a las tareas domésticas, han sido excluidas, en su mayoría, del trabajo agrícola, debiendo utilizar el velo para mostrarse en público. En esas condiciones, la industria doméstica es la forma de conseguir ingresos sin perder la estima social.Trazada esta primera clasificación, es preciso señalar que en diferentes países y culturas hallamos ejemplos de los cuatro tipos expuestos, en relación con la escala de las jerarquías étnicas y de clase social, y por tanto, del grado de necesidad y de las características de la evolución socioeconómica. Un examen un poco más detenido permitirá descubrir algunos rasgos de esa complejidad y observar las transformaciones experimentadas en el curso de las últimas cinco décadas.La agricultura de subsistencia en Africa puede ser nuestro punto de partida. En muchas tribus africanas, corresponden a las mujeres casi todas las tareas relacionadas con la producción de alimentos, ocupándose los hombres solamente de la tala de árboles, que se realiza para preparar nuevos terrenos de cultivo, cuando otros han sido esquilmados.

Este sistema de agricultura femenina era el más extendido en los años treinta, siendo predominante en la región del Congo, en amplias zonas del este y sudeste africano, y en algunas del oeste. Le seguía en importancia por su extensión, sobre todo en la región situada al sur del Sahara, otro en el que, aún participando los hombres en el trabajo de la azada o en la preparación de la tierra antes de la siembra, las mujeres realizaban la mayor parte de las tareas agrícolas. La agricultura masculina, en que la mayor parte de la actividad en el campo corresponde a los hombres, era el sistema menos frecuente, reducido a áreas aisladas dentro del conjunto. Este tipo de división del trabajo en función del género no es inamovible, sino que ha evolucionado históricamente; y se conocen casos de tribus de agricultura femenina que han pasado al sistema masculino, y otros, aunque menos frecuentes, en que el cambio ha tenido lugar en sentido contrario. Estas transformaciones han ido asociadas a variaciones demográficas -cambios en la densidad de población, movimientos migratorios- y a cambios en las técnicas agrícolas, relacionadas con el retroceso de los bosques y la necesidad de llevar a cabo cultivos más intensivos.La conquista europea dio lugar a modificaciones en la división del trabajo agrícola en ambos sentidos. Por un lado, acostumbrados al trabajo masculino en la agricultura en sus países de origen, los europeos intentaron inducir a los varones africanos al cultivo de cosechas para su exportación a Europa, estableciendo un impuesto sobre los hogares para forzarles a llevar a cabo esa producción.

Por otro, los blancos contrataron a hombres para trabajar en la construcción de carreteras, en las minas o en las plantaciones, lo que dio como resultado una mayor participación de las mujeres en los trabajos agrícolas.En líneas generales, la mayor asistencia a los colegios de los chicos que de las chicas, y la mayor presencia masculina, también, entre quienes emigran a las ciudades para trabajar como asalariados, ha contribuido a mantener el predominio femenino, ya desde niñas, en la mano de obra agrícola africana. Sin embargo, la evolución experimentada por las formas de posesión de la tierra, en relación con el aumento demográfico y con las reformas agrarias introducidas por los europeos, ha resultado negativa para la posición social de las mujeres africanas. Muchas mujeres han pasado de la situación de agricultoras independientes a la de ayuda familiar.Los administradores europeos, actuando de acuerdo con su concepción patriarcal de la sociedad, que se difundía desde las misiones, contribuyeron a entregar la tierra a los hombres, en zonas donde las mujeres venían siendo agricultoras independientes, lo que dio lugar a sublevaciones de mujeres africanas, como la que había tenido lugar en 1929 en la región Abo de Nigeria, y los levantamientos que se produjeron en 1959, en la región Kon de Nigeria oriental, cuando formaba parte del Camerún británico.El tipo de agricultura femenina, que aquí se ha descrito, predominante en el Africa negra, se encuentra también en comunidades negras o indias de Latinoamérica, y por ello, en países como Jamaica, cuya población está constituida, en buena parte, por descendientes de esclavos africanos; asimismo se ha venido dando en algunas tribus de la India, como en Manipur, y en muchas del sudeste asiático (en Tailandia y Camboya).

Corresponde en general al sistema de abandono de tierras esquilmadas, posible en zonas no muy pobladas.En cambio, en aquellas zonas en que se utiliza el arado para el cultivo de la tierra, la división del trabajo entre mujeres y hombres es muy distinta. Los varones utilizan el arado, ayudados por animales de tiro, y las mujeres se ocupan de la recogida de la cosecha y el cuidado de los animales domésticos o bien realizan toda su actividad en el ámbito doméstico. Los pueblos en que las mujeres se han visto obligadas a cubrirse con el velo en sus apariciones públicas corresponden a esta cultura del arado, siendo un fenómeno desconocido en regiones donde se cultiva por el sistema de abandono de tierras esquilmadas, ya expuesto. Este modelo, en el que las mujeres trabajan en el campo menos horas que los hombres, corresponde a extensas regiones de Asia, tales como el norte de la India, China, Malasia, Filipinas... El arado se utiliza en regiones donde la propiedad de la tierra es privada y, por ello, existe un número elevado de familias sin tierra entre la población rural; eso significa la posibilidad para las familias propietarias de utilizar mano de obra contratada, y es en esos casos donde es menor la participación de las mujeres en el trabajo agrícola.Cuando el aumento de la población hace necesario intensificar el cultivo, el sistema de abandono de tierras esquilmadas se torna insuficiente; esta situación favorece el paso a un sistema en que el descanso dado a la tierra es menor, lo que suele conllevar el cambio de la azada al arado, y ello suele ir acompañado de la modificación en la división del trabajo que se ha señalado más arriba, aunque existan también algunos casos excepcionales de tribus donde el arado lo manejan las mujeres, como algunos bantúes de Sudáfrica, y alguna comunidad de la India.

Si la presión demográfica es muy fuerte, se hace necesario emplear técnicas de cultivo intensivas en trabajo, en régimen de regadío, que dan por resultado una mayor participación en los trabajos agrícolas tanto de los varones como de las mujeres: así sucede en ciertas zonas de Egipto y de China.Un informe de la Comisión Económica para Africa de la ONU, de 1963, afirma: "Uno de los mayores atractivos que la poligamia posee para el hombre en Africa es precisamente su aspecto económico, ya que un hombre con varias esposas domina más tierras, puede producir más alimentos para su familia y alcanzar un alto status por la riqueza que controla. En efecto, como las normas tribales de posesión de la tierra, que permiten a los miembros de la tribu poner tierras en cultivo, se han mantenido hasta la segunda mitad de nuestro siglo, existe una relación directa entre el área cultivada por una familia y el número de esposas que hay en ella. Si un hombre puede disponer del trabajo de varias mujeres, eso le permite enriquecerse mediante la expansión del cultivo, sin tener que recurrir al trabajo asalariado, hecho comprobado en Sierra Leona en los años treinta, o bien aumentar su tiempo de ocio, tal como muestran estudios llevados a cabo en Gambia, y en la República Centroafricana, en 1959-60".Conviene recordar que los antecedentes históricos de la institución de la poligamia hay que buscarlos en la esclavitud; y, todavía en 1959, el trabajo de las mujeres era utilizado en Costa de Marfil para pagar deudas contraídas por sus padres o maridos.

En líneas generales, se puede decir que la poligamia ofrece menos atractivos económicos para los hombres en las regiones donde predomina el sistema de cultivo con arado. Allí donde los varones realizan la mayor parte del trabajo en el campo, la poligamia no existe o es un lujo que sólo se pueden permitir los más ricos.Los diferentes sistemas de trabajo agrícola mencionados se relacionan también con los pagos que se realizan por las familias en el momento del matrimonio, de manera que allí donde las mujeres desempeñan la mayor parte de ese trabajo, es la familia del novio la que paga el precio de la novia; así sucede en países del sudeste asiático, como Birmania, Malasia y Laos, y entre las castas inferiores de la India, junto a extensas zonas de Africa. En cambio, donde las mujeres trabajan menos en el campo, como en las comunidades hindúes y en regiones con influencias culturales árabes y chinas, es la familia de la novia la que paga la dote.En regiones donde han llegado a convivir pueblos con sistemas agrícolas distintos (femeninos y masculinos), las pautas de división del trabajo se han hecho más complejas, al combinarse el género con la casta o el grupo étnico como criterios diferenciadores.Aparte de la agricultura de tipo familiar a la que se ha venido aludiendo, es preciso referirse a la existencia, tanto en Asia como en Africa, de plantaciones destinadas a producir cosechas para la venta, fundadas en la época colonial, y que después han seguido siendo dirigidas por sus propietarios europeos.

En cuanto a las líneas seguidas en la contratación de personal, la de dar empleo a familias, es decir, a hombres y mujeres, junto a niñas y niños, ha sido la más frecuente en las plantaciones asiáticas; por ejemplo, a comienzos de los años sesenta, las mujeres constituían más de la mitad de la población ocupada en las plantaciones en Ceilán y en Vietnam, siendo Malasia, India, Paquistán y Filipinas países en que también alcanzaban proporciones elevadas. En cambio, en las plantaciones africanas estuvo más extendido el empleo de varones, e incluso estuvo fomentado por los europeos el que las mujeres, hijos e hijas permanecieran en sus pueblos de origen, sosteniendo así la producción de alimentos que venían desarrollando, en muchos casos, con escasa participación masculina. Pero en los sistemas agrícolas asiáticos lo habitual es la participación masculina en las tareas de producción de alimentos, mediante el trabajo del arado, como queda expuesto más arriba; por eso, la partida de los hombres hacia las plantaciones acabaría arrastrando la de sus familias. De ahí que los propietarios, viendo que toda la familia necesitaría obtener sus recursos de la plantación, prefirieran emplear en ella a todos sus miembros.Son, pues, dos maneras distintas de reducir los costes laborales del sector exportador, y en ambos casos relacionados con el trabajo realizado por las mujeres.En los países en que abundan las mujeres empleadas eventualmente en la agricultura, el hecho se repite en lo que se refiere a la minería, la construcción y el transporte.

Países asiáticos, como Tailandia (donde las mujeres representaban en 1960 el 25 por 100 de la población que trabajaba en las minas), India, Ceilán, Hong Kong, Malasia (actualmente Malaisia); americanos, como Colombia y Jamaica; o africanos, como Mauricio, constituyen ejemplos significativos.La actividad comercial es uno de los ámbitos en que la participación de las mujeres suscita mayores discrepancias entre las diferentes culturas. Hay zonas del mundo donde las mujeres representaban en torno a 1955-60 más de la mitad de la población ocupada en el comercio, como es el caso de muchos países africanos, entre los que Ghana, con un 80 por 100, se sitúa a la cabeza; sus asociaciones de mujeres comerciantes, como la "Nanemei Akpee" -"Sociedad de Amigas"-, están extendidas por todo el territorio. Le seguían Rhodesia, Zambia, Malawi, el Congo...; para las mujeres yoruba, en Nigeria, el comercio y la artesanía son las dos ocupaciones fundamentales.En el sur y el este de Asia encontramos la existencia de dos patrones claramente diferenciados: el que se caracteriza por la fuerte presencia femenina en el comercio era el predominante en Tailandia (donde hoy abundan tanto las mujeres de negocios como las vendedoras en los mercados), en Filipinas, Birmania, Camboya, y la zona oriental de Indonesia, dejando sentir su huella en el sur de la India. En cambio, las zonas que presentan influencias chinas y árabes daban lugar en esas mismas fechas a porcentajes mucho más bajos de mujeres en la actividad comercial: del 10 al 15 por 100 en Singapur, Taiwan o Hong Kong, en la zona occidental de Indonesia (Sumatra), y más bajos aún en el norte de la India y en Paquistán.

En líneas generales, como se ve, las mujeres se han venido encargando de la venta de alimentos en aquellas comunidades donde ellas llevan a cabo esa producción, por su dedicación a la agricultura, si bien la presencia en los mercados permite además la venta de otros artículos.En Latinoamérica se reflejan también las dos tendencias citadas. La mayor participación de las mujeres en el comercio iba asociada al predominio de la población negra o india, como muestran los casos de Jamaica, Nicaragua o El Salvador. Junto a la existencia, ya en los años sesenta, de un sector comercial más moderno que en los otros continentes citados, y por ello con un número más elevado de población asalariada, dependientes y, en número creciente, dependientas, hay que citar, en el caso de muchos países latinoamericanos, las transformaciones introducidas por la crisis económica en las últimas décadas, que han lanzado a muchas mujeres a la venta ambulante en las ciudades como forma de vida, dentro del sector informal urbano, fenómeno estudiado, por ejemplo, para los años ochenta, en lo que se refiere a La Paz (Bolivia).Finalmente, es en los países árabes donde el número de mujeres que comercian es más bajo, tratándose muchas veces de mujeres europeas, o bien pertenecientes a grupos minoritarios, si bien no hay una incompatibilidad radical entre religión musulmana y comercio femenino, como muestra la importancia de las mujeres (musulmanas incluidas) en el comercio senegalés, tanto en los mercados tradicionales, como en el que actualmente llevan a cabo con los países vecinos y con otros continentes.

El servicio doméstico es una actividad que, en las etapas intermedias del desarrollo económico, crece y se feminiza. Así, en muchos países latinoamericanos, donde la participación de las mujeres en la agricultura es relativamente baja, las madres tienen menos necesidad de ayuda de sus hijas en las tareas domésticas y en el cuidado de sus hermanos pequeños, lo que favorece la emigración de las jóvenes hacia las ciudades para trabajar en el servicio doméstico. Esto ha sido así durante décadas y continúa siendo una realidad enormemente extendida, aunque se hayan multiplicado las oportunidades de empleo femenino en el mundo urbano. Para los años ochenta, viene a ser la ocupación más frecuente entre las mujeres que tienen un empleo en países como Argentina, Colombia, Perú, Chile y Ecuador.La industria doméstica es una actividad practicada tradicionalmente por las mujeres, solas o juntamente con otros miembros de su familia, en distintas áreas del mundo, y ello, tanto en países donde además se dedican a la agricultura y al comercio, como en aquellos donde su confinamiento en el hogar ha alcanzado las mayores cotas, como ocurre en Oriente Medio. Nacida para cubrir las necesidades del grupo doméstico, pasó después a producir bienes para la venta en el mercado. El establecimiento de empresas manufactureras ha provocado en muchos casos la disminución drástica de estas actividades, sin absorber a buena parte de quienes antes trabajaban en el ámbito doméstico, y empleando, en cambio, a un mayor número de varones.La norma de la OIT que prohibe el trabajo nocturno de las mujeres es vista en distintos países como un obstáculo para el crecimiento del empleo femenino en la industria.

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