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Desarrollo


Ya antes de que los portugueses consiguiesen pasar el Cabo de Buena Esperanza, habían sido enviados por vía terrestre algunos agentes para tratar de obtener información acerca de las posibilidades de comercio de especias en la India y de un paso eventual que comunicase el océano índico con el Atlántico, y naturalmente desvelar en lo posible el misterio del reino cristiano del preste Juan. Cuando Vasco de Gama realizó su viaje a la India, los portugueses acabaron por darse cuenta de que si bien las poblaciones de la costa eran totalmente negras y hablaban una lengua que no era el árabe, las ciudades comerciales se hallaban, en cambio, en manos de poblaciones musulmanas, árabes o arabizadas. Tras la caída de Fuerte Jesús, en 1698, y a pesar de una breve tentativa por recuperar Mombasa, 1728-1729, los árabes de Omán se hicieron con el control de la costa oriental africana hasta la altura de Cabo Delgado. De dos siglos de dominación portuguesa, apenas si quedó nada; sólo la existencia de unas sesenta palabras de origen portugués integradas en la lengua swahili. Bajo la soberanía portuguesa, los árabes de lengua swahili no habían dejado de comerciar con la península arábiga y el Golfo Pérsico. Ahora, con el dominio de Omán, arrojaría sobre el litoral un nuevo contingente de inmigrantes árabes, procedentes de Omán o del Hadramaut. A lo largo del siglo XVIII, jefes salidos de las dinastías locales africanas impugnaron la autoridad del sultán de Omán, y un cambio de dinastía en Omán, a mediados del siglo, les proporcionó un pretexto para mantener su posición.

Hasta finales del siglo, 1784, no se esbozó un cambio de política del sultán de Omán con respecto a sus dependencias africanas; a medio camino entre Mombasa -en permanente rebelión hasta 1847- y Kilwa -también indómita y demasiado lejana-, el sultán eligió como base de acción la isla de Zanzíbar, más extensa y menos poblada, que se convertiría en el centro de un activo mercado de esclavos, destinados en parte a la exportación hacia el mundo musulmán, pero sobre todo a proporcionar allí mismo la mano de obra necesaria a una economía de plantación especializada en el clavo de giroflé que trabajaba, en beneficio de la aristocracia árabe, para el mercado mundial, es decir, en la coyuntura de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, para la Gran Bretaña. Las informaciones sobre el sudeste africano se centraron en torno al Imperio de Monomotapa, instalado en una zona delimitada por dos grandes ríos, el Zambeze, al Norte, y el Limpopo, al Sur. El reino ocupaba una meseta irregular que se extendía en diagonal, de Nordeste a Sudoeste, con una longitud de 600 kilómetros y con un clima muy saludable, lo que permitía la instalación de poblaciones relativamente densas. Además, al Este, la planicie se hallaba aislada de la llanura mozambiqueña por la cadena montañosa de Inyanga, mientras que al Oeste estaba protegida por el mar de arena de la sabana desértica del Kalahari; pero sobre todo la planicie quedaba a salvo de la mosca tsé-tsé, que infestaba los valles húmedos y sombríos de las tierras bajas de Mozambique.

La pluviosidad era suficiente para asegurar la agricultura y los bosques, poco extensos, y los pastos, relativamente abundantes, permitían la práctica de la ganadería. Monomotapa se convirtió desde muy pronto en tema clave, junto con el Congo, del conocimiento de África. Extendiéndose al Norte hacia el Zambeze, los monomotapas habían puesto bajo su soberanía una amplia zona, que incluía además el gobierno sobre las partes septentrional y oriental de la gran meseta de Zimbabwe del Sur y las bajas tierras de Mozambique meridional. La región que no consiguieron dominar, o que escapó rápidamente a su control, fue la región de la que ellos se habían trasladado, situada entre el gran Zimbabwe y Bulawayo, donde surgió un Estado rival bajo gobernantes que llevaron el título dinástico de Changamire, que terminó con una gran invasión de guerreros zulúes, procedentes de Natal hacia 1830 aproximadamente, unos cincuenta años antes de que se instalaran en la zona los británicos. El Monomotapa se caracterizó por el paso de una civilización de constructores a otra de mineros, pero la agricultura y la ganadería también ocuparon un lugar importante. La producción, basada en cereales como el mijo y el sorgo, no se vio sustancialmente modificada hasta el siglo XVIII en que la introducción de plantas americanas como el maíz y el cacahuete, transformó los métodos de producción. Cabe añadir que la sociedad karanga que habitaba el Monomotapa era contraria totalmente a la acumulación, que consideraba una amenaza contra el equilibrio igualitario de la sociedad, lo que explica sus bajos índices de productividad: cada uno tenía miedo de producir más que los demás pues una producción excesiva podía ser interpretada como resultado de una acción de brujería.

Esto acentuaba el rechazo de la acumulación, salvo en lo referente al poder central; en ese caso particular, la acumulación nunca era personal y los tesoros así esterilizados traducían simplemente el predominio del poder central. La organización de la sociedad karanga se basaba en la aldea, musha, bajo la dirección del mukuru; en el nivel inmediatamente superior se hallaba la ciudad, muzinda, bajo la dirección del fumo o encosse, mientras que el zimbabwe se destinaba a residencia del rey o del emperador que recibía el nombre de mambo. No había en esta organización nada de sorprendente, la estructura jerárquica era homóloga a las organizaciones reales, como el reino del Congo o el Imperio lunda. La existencia de un consejo de un mínimo de nueve personas constituía elemento esencial. El personal político era reclutado entre la nobleza y poseía tierras y súbditos. En el siglo XVIII se sumó un décimo personaje, el nenzou o tesorero. Aunque una parte del personal político se hallaba vinculada directamente a la persona del emperador, el resto estaba especializado en la guerra y esta compleja estructura política se complicaba aún más con las nueve mujeres del rey, consideradas como sus mujeres principales, tres de las cuales ejercían importantes funciones: la primera, mazarira, que era siempre una hermana suya, llevaba él titulo de madre de los portugueses y se encargaba de presentar al rey sus demandas; la segunda, inhahanda, intercedía por los árabes, mientras que la tercera, nabuiza, era su verdadera esposa.

Las otras seis poseían, como las tres primeras, sus tierras y súbditos. Entre tanto, al norte del Zambeze, el Imperio Maravi era una organización política mucho menos hostil a los portugueses. En 1667 los maravi, bajo la dirección del emperador Caronga, ocuparon unas 200 leguas entre el Zambeze y el Quelimane, pero es importante subrayar que este grupo amplió su zona de acción durante el siglo XVIII y aceptó las proposiciones comerciales de los portugueses, a los que abasteció de productos ya clásicos: marfil, esclavos, hierro y paños de fabricación local. Este Imperio perdió poco a poco su coherencia interna, desgarrado por los continuos combates entre pequeñas organizaciones políticas que recuperaron su autonomía al aumentar la presión europea, tanto en la costa como en los territorios del interior.

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