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Rango

arte del Irán

Desarrollo


Desde la época de Sulmánu-asaréd III (858-824) los anales asirios citan con frecuencia entre los pueblos de los Zafiros, una nación especialmente belicosa y salvaje: Mannai. Con unos límites imprecisos pero, en cualquier caso, situados al sur y sureste del lago Urmia, estos montañeses bárbaros, criadores de caballos, se veían rodeados por por Urartu, Asiria, las gentes del Luristán y las tribus medas. Algunos autores apuntan hacia un cierto parentesco manneo con los hurritas del II milenio. Pero nada hay que lo avale con certeza. Y la iconografía del cuenco de Hasanlu no parece ser una prueba concluyente. Los manneos vivían entre varios fuegos. Lo poco que sabemos de su historia es en función de su participación en las alianzas o en las guerras que los asirios y urartios disputaron en la montaña. Los reyes Minua y Argisti ocuparon parte de Mannai y llegaron a hacer prisionero a su monarca, Aza. Sarduri II acometió no pocas destrucciones y deportaciones, a las que Sargón II, con su VIII Campaña en 714 a. C. puso fin, firmando una alianza con Ullusunu de Mannai. Sin embargo, Assur-aha-ddin habría de combatirlos, tildándolos de bárbaros intratables. Luego, la memoria de Mannai se perdería en el olvido. Hablar de un arte manneo podría resultar arriesgado. Y ello porque sólo contamos con dos lugares conocidos: Hasanlu y Ziwíye. Pero al menos éstos nos fuerzan a concluir lo que parece lógico.

Que además de las propias tradiciones recibieron influencias asirias, urartias y escitas; y que situada Mannai en una región transitada por las grandes rutas del comercio internacional, allí recibieron objetos y materiales muy distintos que, pese a lo rústico de sus costumbres, ejercerían algún peso en la dulcificación de su arte. Hasanlu era una pequeña ciudad del valle del Solduz, al suroeste del lago Urmia, protegida por una ciudadela. El lugar fue visitado por A. Stein en 1936, pero salvo algunos trabajos a cargo de M. Rad y A. Hakemi entre los años 1947-49, no sería estudiado verdaderamente hasta la concesión del sitio a la misión estadounidense que, dirigida por R. H. Dyson, no finalizaría su proyecto hasta 1974. Las conclusiones obtenidas son, en cierto modo, la imagen más aproximada posible al arte manneo. La ciudad exterior carecía de protección. En caso necesario, la población debía recogerse tras las gruesas murallas de la ciudadela, de unos tres metros de anchura y cerca de nueve de altura. Grandes torres y contrafuertes, a distancias iguales, redoblaban la seguridad del muro cuyo sistema, como sugiere E. Porada, era muy semejante al urartio. En el interior, las influencias se hacen notar mucho más. Las estructuras descubiertas por R. H. Dyson en el interior de la ciudadela parecen formar un conjunto palatino de múltiples unidades. Los rasgos más característicos son las diversas salas de columnas con bancos corridos y adosados al muro.

Planta y técnica recuerdan sobradamente a ciertas salas de los palacios de Urartu. El gran edificio sur, sin embargo, es considerado como un templo en función de la hornacina y cámara del muro opuesto a la entrada y algunos hallazgos significativos. En el momento de la destrucción un numeroso grupo de mujeres, adolescentes la mayoría, fueron asesinadas cerca de la entrada cuando, según R. H. Dyson, buscaban refugio. Al comienzo del capítulo evocaba la muerte de un saqueador que trataba de huir del palacio con un vaso de oro envuelto en un lienzo. Se trata del célebre cuenco o taza de Hasanlu, sobre el que tanto se ha escrito; una obra singular realizada en oro. La superficie exterior es una sucesión de figuras mitológicas y divinidades que parecen remitirse al mito hurrita de Kumarbi. Pero los detalles parecen iranios, en opinión de E. Porada, que considera debe datarse en torno al año 1000, aunque estuviera en uso en el Hasanlu IV del 800 a. C. También son destacables los rhyta de bronce, los trabajos en marfil y los recipientes en azul egipcio que hablan de amplia utilización de la vía comercial. Otro de los lugares ligados de algún modo a Mannai es el mítico Ziwiye, una colina fortificada situada al sureste del lago Urmia. Su nombre es famoso porque a fines de los años cuarenta se descubriría un tesoro o ajuar que, según parece, se encontraba en el interior de un gran recipiente alargado de bronce, en cuyo borde se habían grabado filas de iranios portando tributos a funcionarios asirios.

No obstante, las circunstancias del hallazgo y su salida al mercado de antigüedades hacen pensar que muchos de los objetos ligados al tesoro no pertenecían a él, ni incluso a Ziwiye. Entre los más llamativos hay que destacar un pectoral de oro con temas mitológicos orientales de procedencia asiria e irania, una placa de oro con ciervos y cabras acurrucadas de aire escita inconfundible y muchos otros objetos de estilo semejante. Algunos autores tienden a pensar que nos encontramos ante los mejores frutos de un arte local, con fuerte influencia asiria y con aportaciones urartias y de las estepas. No obstante, R. Ghirshman atribuía el conjunto a un príncipe escita, señor temporal de lugar.

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