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Datos principales


Rango

Eco-soc XVII

Desarrollo


El conjunto de circunstancias adversas por las que atravesó la demografía europea del siglo XVII tuvo como efecto una severa ralentización del ritmo de crecimiento poblacional que había caracterizado a la coyuntura expansiva del XVI. En conjunto, la población del Continente pasó de unos 100-110.000.000 de habitantes en 1600 a unos 110-120.000.000 en 1700. La tendencia general del siglo apunta, pues, hacia el estancamiento o, en el mejor de los casos, a un crecimiento débil y condicionado. Si en el siglo XVI la población europea incrementó sus efectivos en aproximadamente un 25 o un 30 por 100, en el XVII, la proporción se redujo a un 10 por 100. El crecimiento medio anual se mantuvo, por tanto, en límites muy moderados. La evolución fue, sin embargo, dispar. E1 balance general encubre tendencias diversas que respondieron a un conjunto de factores distintos en cada caso. En cada particular ámbito geográfico se encuentran respuestas variables a la crisis. Así, mientras la Península Ibérica cerró el siglo con un saldo desfavorable, la población de Irlanda aumentó significativamente. En otros casos los totales de población permanecieron estancados. R. Mols ofrece las siguientes estimaciones comparativas para la población europea de comienzos y finales del siglo XVII, sobre los cuales se han hallado los correspondientes porcentajes de crecimiento: 1600 1700 Crecimiento(%) Península Ibérica 11,3 10,0 -11,5 Italia 13,3 13,3 - Francia 18,5 20,0 8 Países Bajos 2,9 3,4 17 Islas Británicas 6,8 9,3 37 Países Escandinavos 2,4 2,8 17 Alemania 15,0 15,0 - Suiza 1,0 1,2 20 Países danubianos 7,0 8,8 26 Polonia 5,0 6,0 20 Rusia 15,5 17,5 13 Balcanes 8,0 8,0 - TOTAL 104,7 115,3 10 Datos: En millones de habitantes.

Estas cifras no deben ser tomadas sino con mucha prevención. La escasez de fuentes fidedignas obliga a los demógrafos a desenvolverse, con mayor frecuencia de la deseable, en marcos meramente hipotéticos, lo que conduce a desacuerdos radicales entre los resultados de sus estudios. Ello aconseja a tomar siempre cualquier conclusión como provisional. Para reafirmar la necesidad de tal precaución basta comparar las estimaciones de R. Mols con las realizadas por P. Chaunu también sobre la población europea del XVII. En el caso de Alemania, por ejemplo, este último considera que la guerra de los Treinta Años representó un auténtico derrumbe demográfico de profundas y duraderas consecuencias. La población alemana, próxima a los 20.000.000 de habitantes en 1600, no sobrepasaría en mucho los 7.000.000 en torno a 1650-1660. La rápida recuperación iniciada desde entonces significó llegar a los 10.000.000 en 1700, pero el nivel de población de comienzos del XVII no se volvería a alcanzar hasta mediados del siglo XVIII. También resulta útil la comparación de las cifras ofrecidas por ambos autores en el caso de Inglaterra. En efecto, lo que ofrece Mols es una estimación global de la población de las islas británicas, que refleja el crecimiento relativo más alto de Europa. Pero la contribución de Irlanda resulta en este sentido esencial, pues en el plazo del siglo logró aumentar sus efectivos humanos de uno a más de dos y medio millones de habitantes, y ello a pesar de la crisis que atravesó en las décadas centrales de la centuria.

En cambio Inglaterra permaneció próxima a los límites de la estagnación. Los 5.500.000 habitantes de 1695 a los que se refiere Gregory King no representan sino un tímido crecimiento respecto a la población de un siglo antes. El posible desacuerdo de las cifras alcanza también al caso polaco, tanto por lo que se refiere a las cantidades absolutas como a las relativas. Al contrario que Mols, P. Chaunu estima que la población de Polonia disminuyó sus efectivos en el siglo XVII; en cambio, el punto de partida es muy superior para éste: más de 10.000.000 de habitantes, frente a los 5.000.000 de aquél. ¿Qué evidencia todo ello? Básicamente, la existencia de grandes lagunas y puntos débiles en los conocimientos sobre la población del Seiscientos, producto tanto de la escasez y poca fiabilidad de las fuentes conservadas como de la insuficiencia de los estudios realizados hasta la actualidad. A pesar de las diferencias mencionadas como ejemplo, existe, eso sí, un consenso generalizado acerca del signo de la evolución demográfica de la Europa del XVII. Apenas nadie duda de que el ritmo de crecimiento del XVI se vio detenido en la mayor parte de los países a lo largo de una serie de impactos sucesivos entre las últimas décadas de dicho siglo y las primeras del siguiente. Parece también claro que los años centrales del XVII resultaron los más críticos y depresivos y, por último, que el balance global apunta hacia el estancamiento o, en el mejor de los casos, hacia un crecimiento muy comprometido. Las conclusiones no son sólidas ni definitivas, pero sí bastante orientativas. El análisis poblacional es, en todo caso, inseparable del estudio de las particulares condiciones económicas en las que se desenvolvió el siglo.

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