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La obra de Apio Claudio, censor de Roma en el año 312, nos es conocida por unos escasos fragmentos de Livio y Suetonio que han dado lugar a todo tipo de especulaciones sobre el personaje y sus intenciones. Para algunos historiadores es un patricio progresista, para otros, un demagogo o bien un patricio reaccionario decidido a romper la alianza patricio-plebeya. Lo único que puede afirmarse con seguridad es que se trataba de un político experimentado y brillante. Según estas noticias, durante la elaboración del censo había introducido un criterio de valoración de los bienes muebles que hacía que algunos hijos de libertos pasaran a la clase más elevada. Al revisar, pues, las listas del Senado incluye a estos libertos enriquecidos en el mismo. La reacción no se hizo esperar: dimite su colega, el Senado patricio-plebeyo se opone y convoca al Senado por la vieja lista, ignorando la de Apio Claudio. Así, dice Livio, "no pudo conseguir que se aceptase esta forma de composición del Senado, ni tampoco procurarse en la Curia los apoyos que tanto buscaba". Este intento de reforma, frustrado, se comprende mejor a la vista de la segunda medida adoptada. Según Livio, "repartió a todo el pueblo bajo entre todas las tribus". Esto es interpretado por algunos historiadores literalmente: el pueblo bajo, los proletarios, inscritos normalmente en las cuatro tribus urbanas en las que residían, habrían sido "repartidos en el conjunto de tribus" por Apio Claudio.

Ross Taylor piensa, por el contrario, que se trataría más bien de inscribir a los libertos, (acantonados hasta entonces en las cuatro tribus urbanas) en las tribus rústicas donde estaban domiciliados. De tratarse del pueblo bajo, esta medida habría dado a la población de la ciudad la posibilidad de dividirse en igual medida ende todas las tribus y debilitar, por tanto, el predominio de los círculos agrarios aliados con los patricios en el poder. Si, por el contrario, se trataba de los libertos, éstos, que seguían estrechamente unidos a sus antiguos dueños, los ciudadanos más ricos, habrían funcionado como una clientela eficaz repartida en las unidades de voto más numerosas, las tribus rústicas. Así, Suetonio, tal vez con cierta maledicencia pero con visos de verosimilitud, afirma que intentaba convertirse en dueño de Roma por medio de sus clientelas. No obstante, ambas reformas fracasaron, entre otras razones tal vez porque suponían un contraste muy fuerte con el carácter agrario de la comunidad romana. Ocho años después, otro censor, Quinto Fabio Rulliano, volvió a colocar a los libertos y/o proletarios en el ámbito de las cuatro tribus urbanas. Otra medida a la que no fue ajeno Apio Claudio fue la divulgación por Cneo Flavio, un escriba de éste convertido en edil curul en el 304 a.C., de un texto de derecho civil "encerrado hasta entonces -según Livio- en los santuarios de los pontífices y colgar el calendario en los alrededores del foro con el fin de que se pudiera saber en qué día se podía administrar justicia".

La medida contribuía a la igualdad jurídica, arrebatando a los patricios uno de sus privilegios y más celoso medio de presión sobre la plebe. Esta medida antipatricia y antipontifical permitía el acceso plebeyo al conocimiento jurídico pontifical, por lo que se explica que en el 300 a.C. el plebiscito Ogulnio permitiera a los plebeyos el acceso al pontificado. A través de la obra de Apio Claudio percibimos la situación política de Roma durante este siglo IV de una manera menos uniforme y mucho más rica. A lo largo del siglo V se fue estableciendo el compromiso patricio-plebeyo, que paralelamente fue asumiendo un carácter cada vez más institucional, hasta llegar a identificarse con los propios ordenamientos republicanos. Pero junto a esta línea, claramente establecida, la agitada política del siglo IV debió conocer otras variantes, otras teorías políticas. Una de ellas -tal vez la más significativa- sería la de Apio Claudio, que podría en cierto modo ser considerada como una forma de ampliación de la base política popular y que, como señala Schiavone, suponía la protección carismática al pueblo, incluso tiránica de hombres prestigiosos, como el propio Apio Claudio.

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