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Datos principales


Rango

Imperi Japon

Desarrollo


La inicial construcción colonial japonesa provocó cambios en el equilibrio del Estado: excepto Sajalin, los nuevos territorios se confiaron a los militares, y la formación de un glacis, lejos de ser una seguridad, complicó la situación. Entre 1895 y 1905, escribe Moreau, Japón, vencedor de China y de Rusia, se transformó de Estado feudal en Estado moderno, y construyó la base de su expansión colonial. Esta década fue decisiva, en efecto, en la evolución japonesa hacia el poder mundial, tanto en el orden económico, con el fortalecimiento de la organización capitalista en beneficio de los clanes del dinero, como en el orden político y expansivo en Extremo Oriente, tras las conquistas y anexiones territoriales anteriormente realizadas. Esta expansión exterior quedó registrada en los territorios incorporados que constituían el imperio japonés: en 1874, las islas Riu-Kiu; en 1875, las Kuriles; en 1895, Formosa, tras el tratado de Shimonoseki; en 1905, por el tratado de Portsmouth, Sajalin y el sur de Manchuria, donde se creó la South Manchuria Railways, el instrumento más activo de su dominación, y en 1910, Corea, protectorado desde 1905. En estos territorios practicó Japón una política de explotación colonial, económica y jurídica. Y a ellos se añadieron las posiciones conquistadas en China en el primer tercio del siglo XX (minas, fábricas y ferrocarriles, concesiones y derecho de estacionamiento de tropas), que llegaron a ser importantes, sobre todo en el nordeste, donde en 1930 afluyeron el 60 por 100 de las inversiones japonesas en China.

Además, en el campo diplomático, Japón fijó sus relaciones con los países occidentales en una serie de acuerdos: con Francia, en 1907, para el mantenimiento del statu quo en Asia; con Gran Bretaña, en 1907 y 1910, y con Rusia, también en 1907 y 1910, para el reconocimiento de su zona de influencia en el sur de Manchuria, a cambio de lo cual el Gobierno ruso obtenía una situación idéntica en el norte y en Mongolia occidental. Mucho más que la de 1895, la victoria de 1905, en opinión de Moreau, reforzó la impresión del poder japonés: su repercusión fue considerable en Asia, incluso en los territorios coloniales, donde se interpretó como una revancha de las armas japonesas contra los imperialismos europeos. Esto permitió que el Gobierno japonés proyectase alcanzar, a largo plazo, una dominación más extensa sobre Extremo Oriente y una organización del espacio asiático bajo dirección nipona. El bienio 1912-1913 representó un símbolo en la historia contemporánea de Japón, en la política internacional y la expansión exterior. La muerte del emperador Meiji a fines de 1912 ponía fin, simbólicamente, a la primera etapa de la evolución de Japón como nación moderna, que se alzaba ya como la primera potencia de Extremo Oriente. El nuevo emperador Taisho subió al trono en 1912, en circunstancias muy distintas a las de su antecesor; establecidos ya los fundamentos básicos del Japón imperial, se iniciaba ahora la fase de la llamada "democracia Taisho".

En esta era Taisho, de 1912 a 1926, Japón se enfrentó a un nuevo orden de exigencias, creadas por las presiones del desarrollo y por las dificultades de ajuste en el marco de una estructura instituida por la Constitución Meiji. Los objetivos de Japón al entrar en la Primera Guerra Mundial parecían limitados a las posesiones alemanas de Extremo Oriente: la concesión de Kiao-Chou, las islas Marianas, Marshall y Carolinas. Pero también penetró en el mercado chino. Tal es el sentido de las 21 demandas presentadas en enero de 1915 al Gobierno de Yuan Che-kai con el objeto de obtener una situación privilegiada en China, Manchuria y Mongolia. La crisis política china le permitió intervenir y, apoyado en nuevas concesiones, logró el reconocimiento de Estados Unidos a sus intereses. Norteamérica abandonó China a la influencia japonesa, que así controló la China septentrional. Japón había chocado siempre con la resistencia de los occidentales, particularmente en 1896-98. Pero la Primera Guerra Mundial y la hostilidad de las potencias hacia la Rusia soviética a partir de 1917 forzaron a éstas a hacerle un lugar en China, si bien en 1918, poco después de la intervención aliada contra el poder soviético, la obligaron a renunciar a sus proyectos de conquistar Siberia oriental. Japón entraba en la primera posguerra en una actitud especial: en 1920, el país se enfrentaba a problemas derivados de su propia grandeza: el desarrollo de la industria, la instrucción para todos, la participación política de las masas y las crecientes responsabilidades mundiales.

Japón no había sufrido a causa de las acciones bélicas, ni se había visto arrastrado por la corriente de odios nacionales que tanto afectó a los países de Europa. Japón había prosperado a expensas de Alemania y de otras potencias occidentales, mejorando sus posiciones comerciales y ocupando los nuevos territorios estratégicos en China y en el Pacífico, que hasta entonces pertenecían a Alemania. No había, por tanto, razón alguna para desaprobar la política imperialista. Por el contrario, la guerra estimuló el apetito nipón de nuevas incorporaciones territoriales, especialmente en el continente. El hecho de haber alcanzado todos los objetivos de las 21 demandas incitó a Japón a adoptar una actitud más resuelta con China. El empujón militar en Siberia parecía una lógica secuela de la Primera Guerra Mundial en la zona oriental asiática. Así pues, Japón, recién llegado al campo de la rivalidad imperialista, trataba de expansionarse cuando las potencias occidentales se sentían inclinadas a aceptar un statu quo duradero en la zona. Japón se encontraba cada vez más comprometido en un contexto de acción internacional, determinada por las grandes organizaciones internacionales permanentes. Y las necesidades defensivas y las aspiraciones nacionales, económicas y políticas de Japón entraron cada vez en mayor conflicto con los intereses de las potencias occidentales. Así, en 1921-22, la Conferencia de Washington supuso una derrota diplomática de Japón, con evacuación del territorio ocupado en Siberia, y por el tratado de 1925 entre Japón y la URSS, los japoneses evacuaron el norte de la isla de Sajalin.

La década de los años veinte -la llamada época de la democracia liberal y de gobierno de los partidos, entre 1920 y 1931- fueron años de crisis internas, dificultades económicas e inestabilidad política en Japón. Este decenio demostró, según unos autores, la inadecuación y el decisivo fracaso del sistema de partidos en Japón; y según otros, la inevitabilidad de la victoria de las fuerzas militares y fascistas de un Japón que sufría el lastre de una Constitución anacrónica y de un sistema imperial antidemocrático. A pesar de ello, opina Moreau, las condiciones parecían favorables para un nuevo impulso expansionista. Su programa, la dominación de Asia oriental, figuraba en el famoso Memorial Tanaka de 1927, así llamado por el nombre del primer ministro conservador que, basándose en postulados nacionalistas, exigió una positiva política de expansión: la hegemonía japonesa sobre los demás países de Asia. Para M. Vie, ver en la expansión japonesa la realización de un plan basado en el informe de Tanaka es no tener en cuenta los múltiples centros de decisión del Estado japonés y la complejidad de la situación internacional. El imperialismo japonés fue guiado en sus manifestaciones geográficas por estimaciones realistas. Pero las rivalidades entre los servicios y su pretensión a considerarse entidades responsables con el orgullo nacional inflaron sus pretensiones. Otro hecho significativo se registró en estos momentos: en 1926 subió al trono el emperador Showa, iniciando una nueva etapa en la historia japonesa. Entre fines de los años veinte y comienzos de los treinta se produjo la transición del liberalismo al militarismo y totalitarismo, del imperialismo defensivo al agresivo, en definición de M. Vie, sólidamente respaldado por las fuerzas económico-sociales y político-ideológicas dominantes del país.

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