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Barroco7

Desarrollo


El espíritu racionalista francés tuvo su máximo exponente en la Académie Royale de Peinture et de Sculpture, cuya cabeza visible y máximo representante fue Charles Le Brun.La Academia propiciaba un tipo de arte en el que dominaban la razón y las reglas, considerando la existencia de un arte universal. Así señalaba que la pintura debe apelar a la mente antes que agradar a la vista, por lo que se convertía en un tipo de arte culto que no llegaba al pueblo, que de siempre se deja llevar más por las emociones de los sentidos que por la razón.Se juzgaba que los artistas debían basarse en la naturaleza, pero no imitándola servilmente, sino analizándola y prácticamente reduciéndola a los principios inmutables dominados por las leyes de la proporción, la perspectiva y la composición. Igualmente sólo debían ser representados aquellos temas considerados nobles por haber sido los practicados en la Antigüedad, época en la que el arte se dejaba llevar por esas reglas universales.Consecuentemente, la enseñanza de la Academia quedó perfectamente codificada, de forma que los alumnos se encontraban con un estricto orden de prioridades a tener en cuenta. En él los antiguos ocupaban el primer puesto, seguidos por Rafael y sus seguidores romanos y en tercer lugar estaba Poussin. Comenzaba la enseñanza con la copia de obras de la Antigüedad, primero dibujando y luego pintado, para posteriormente pasar a pintar del natural, pues el contacto con las verdaderas obras de arte debía ya de haber conformado el gusto de los artistas noveles.

Todo ello hizo que los pintores dominados por esta corriente resultaran casi estereotipados y de una calidad mediocre.Fue, como ya queda dicho, Charles Le Brun (1619-1690) el más genuino representante de las ideas de la Academia y quien, además, desde su puesto de director ejerció una verdadera dictadura artística.Nació este pintor en París en el seno de una familia no ajena al mundo artístico, pues su padre era escultor. Decidido a seguir el camino de la pintura por las dotes que demostraba, tuvo como maestro a François Perrier. Pero pronto obtuvo el favor del canciller Séguier, que le puso en conocimiento de Vouet y luego le propició un viaje a Italia, donde estuvo entre 1642 y 1646 y donde recibió la influencia de Poussin. A la vuelta a Francia, se puso a la cabeza de los pintores de tendencias clasicistas y gozó de un enorme favor, figurando entre los doce pintores que en 1648 fundaron la Académie Royale de Peinture et de Sculpture.Contando con el beneficio de una señalada clientela, hizo importantes obras como la decoración del Salón de Hércules en el Hôtel Lambert entre 1649 y 1651, y luego la más trascendental del château de Vaux-le-Vicomte entre 1658 y 1661. Todo esto le valió el que sucesivamente ocupase los cargos de Secretario, Canciller y Director de la Academia, así como el ser nombrado en 1662 Primer Pintor del Rey y al año siguiente, director de la Manufactura de los Gobelinos, desde donde determinó el modelo decorativo de gran parte del reinado de Luis XIV.

Toda esta actividad oficial y burocrática hizo que su producción pictórica se viera mermada a partir de estos momentos, aunque todavía realizó algunas importantes composiciones en las que dio muestras patentes de su concepción de la pintura. Un ejemplo de esto es el retrato del Chancelier Séguier á cheval del Museo del Louvre. En él, su protector aparece representado tal como formó parte del cortejo que acompañó a Luis XIV y a María Teresa en su entrada en París en el año 1661, a caballo y rodeado de unos pajes, dos de los cuales sostienen un par de parasoles. El conjunto es sereno, pero no carente de movilidad y tiene una estructura muy estudiada en la que Séguier figura en el eje de la composición, mientras que los pajes forman dos grupos homogéneos; por otra parte, también resulta llamativa la calidad en la captación de los rasgos físicos y psicológicos del retrato.Pero donde de una forma más clara dio muestras de su concepción de la pintura fue en las obras de aparato, como, por ejemplo, en la serie de la Historia de Alejandro del año 1661, en la que mostraba haber superado la dependencia de Poussin y poseer unas dotes especiales para la ordenación de composiciones con un gran número de personajes. Esta serie pasada al tapiz fue la que en buena parte determinó el favor del rey hacia el pintor cuando ya contaba con el de Colbert.Fue, sin embargo, en la dirección de grandes conjuntos decorativos donde explayó toda su imaginación y donde en definitiva determinó los rasgos propios del ideal ornamental del reinado de Luis XIV.

Los primeros pasos los dio en la decoración del Salón de Hércules del Hôtel Lambert y en Vaux-le-Vicomte, trabajando ya inmediatamente para la Corona en la Galería de Apolo del Louvre y en Versalles, en el que sus obras cumbres fueron la Escalera de los Embajadores y la Galería de los Espejos.El complemento de estos programas decorativos por medio de las artes suntuarias también tuvo en Le Brun a su auténtico definidor a través de la dirección de la Manufactura de los Gobelinos, donde desarrolló una gran actividad que fue determinante para la formación y consolidación del estilo Luis XIV.Ahora bien, en sus últimos años las obras religiosas muestran una aproximación hacia un cierto realismo, aunque mezclado con una cuidada composición, como, por ejemplo, se ve en la Adoración de los Pastores (1689-1690) del Museo del Louvre.Pero la estrella de Le Brun se apagó cuando murió Colbert en 1683, pues aunque conservó el favor real, el nuevo primer ministro, Louvois, le era hostil, concediendo la primacía a Mignard, quien terminó por heredar los cargos de Le Brun al fallecer éste el 12 de febrero de 1690.Pierre Mignard (1612-1695) nació en Troyes y pronto dio muestras de su afición al dibujo dando sus primeros pasos de la mano del pintor Jean Boucher. Al poco marchó a Fontainebleau donde conoció el arte italiano de Primaticcio y Rosso que le impulsó a dirigirse a Italia, lo que hizo a finales de 1635, gozando muy pronto en Roma de una extraordinaria consideración, incluso de la de su compatriota Poussin.

Por ello pudo pintar para las más altas dignidades de la Ciudad Eterna, comenzando en algunas composiciones a dar muestras de un arte delicado y grácil que será el que le dará los más grandes triunfos a su regreso a Francia.Este se produce en 1657 cuando ya había asimilado plenamente el arte de Poussin, Annibale Carracci y el Domenichino, así como también el colorido de los venecianos, lo que en última instancia le llevará a la oposición a Le Brun. Ya en Francia, pronto causó sensación por su gran rapidez y productividad, propiciando el que la reina Ana de Austria le encomendara la decoración de la cúpula del Val-de-Gráce (1663-1664) y Felipe de Orleans del salón y la galería del palacio de Saint Cloud (1677), hoy destruida, y en las que, sin embargo, no dio muestras de originalidad.Por el contrario, donde señaló una particular habilidad fue en el retrato, mediante el que nos ha legado los rostros y los caracteres de los más destacados miembros de la Corte de Luis XIV, y de una manera especial de los femeninos, confiriendo por otra parte a estas obras una sensibilidad que las acerca a la estética del siglo XVIII, a la que contribuyó de una manera importante.También dentro del género del retrato tuvo una especial influencia en la reactivación del de tipo alegórico que acababa de salir de una etapa de decaimiento, y con el que los retratados se mostraban cómo divinidades de la antigüedad clásica.Todo ello le valió el que, al morir Le Brun, se convirtiera en su sucesor. Fue entonces nombrado Primer Pintor del Rey y, en una misma sesión, miembro, Canciller, Rector y Director de la Academia, en la que antes se había negado a ingresar. Pero estas glorias le duraron poco tiempo, al fallecer cinco años después.

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