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Los esclavos ocupaban el más ínfimo lugar en la escala social y su número fue notable. Ya presentes los esclavos negros desde mucho tiempo atrás, a partir de la conquista de Granada por los Reyes Católicos muchos moriscos pasaron a engrosar las filas de la esclavitud. Tras reconquistar Málaga, su población fue considerada esclava y vendida como tal. También fueron esclavizados muchos canarios, debido a su condición de infieles. La conquista americana no supuso, sin embargo, la llegada de esclavos indígenas, por cuanto desde el principio algunas voces, como Las Casas, se alzaron en contra de ésta práctica. En consecuencia, la mirada se volvió contra los africanos, reactivando un comercio que ya venía desempeñándose desde tiempo atrás. La condición de esclavo suponía la privación total de derechos, que recaían sobre el amo. La moral cristiana, sin embargo, no hacía frecuente que a un amo matase a su esclavo -lo que sin duda sería contraproducente en términos económicos-, si bien sí podían darse palizas y malos tratos. Algunos viajeros extranjeros señalan una cierta dulcificación del trato hacia el esclavo, como por ejemplo la práctica normal de casarse con una esclava por parte de un amo o la obtención de la libertad por parte de los hijos habidos del matrimonio. Otra clase de marginados son los indigentes, sin duda castigados por la crisis económica y la inflexibilidad de las estructuras sociales. Sólo en Madrid se cifran en 3.

300 para 1637. Los hay de toda clase y condición: pobres de solemnidad, que piden a las puertas de las iglesias o conventos, minusválidos, pícaros, etc. Frecuentemente son fustigados en los escritos literarios, como hace Quevedo al asimilar la mendicidad a la delincuencia y la vagancia. La rígida estructura social favorece la creación de bolsas de marginación, al impedir la posibilidad de promoción. La respuesta de la sociedad será controlar la beneficencia y vigilar a los pobres, tenidos como un peligro en potencia. Propuestas como su encierro en lugares determinados y la vigilancia de los vagabundos se complementan con una sobrevaloración del trabajo como virtud, todo lo cual contribuye a su estigmatización como grupo. Las malas cosechas y las epidemias intensificaron la miseria de los menos favorecidos, que en respuesta hubieron de dirigirse a las grandes ciudades, como Sevilla o Madrid, para intentar vivir de la caridad pública. Dedicados a la mendicidad, algunos lo consideraban un estado eventual hasta que un golpe de fortuna les premiara con un trabajo con el que ganarse el sustento. Aquellos que no podían trabajar por razones de enfermedad, edad o mutilación tenían el derecho de pedir limosna, constituyendo una clase de mendicidad reconocida y socialmente bien vista, que contaba con el beneplácito del párroco local para pedir en la población y en seis leguas a la redonda. Los ciegos son un grupo especial, recibiendo el respeto social y acompañados generalmente de una guitarra.

Abundaban también los falsos mendigos, el estadio más bajo de la práctica picaresca junto con los falsos peregrinos. Simulaban enfermedades o heridas y tanto más ganaban cuanta más pena podían dar. Su ámbito de actuación fundamental eran los paseos y las iglesias. Necesitados y vagos remediaban su hambre con la "sopa boba" de los conventos. Los pícaros podían ser "de cocina" (pinches auxiliares de cocinero), "de costa" (merodeadores de playas y puertos") y "de jabega" (timadores de incautos). Normalmente robaba lo justo para comer, distinguiéndose del rufián en su carácter cínico y amoral y en la ausencia de violencia para lograr sus fines. El origen del pícaro parece estar en el oficio de esportillero -aquél que transporta un producto en espuertas- , oficio que aprovechaban para sisar algo de mercancía con qué comer. Para principios del siglo XVII se cuentan en España más de 150.000 vagabundos.

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