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Revolución Francesa

Desarrollo


Un factor de radicalización de estos acontecimientos había sido la presión exterior proveniente de las otras naciones europeas, que presenciaban con recelo lo que estaba ocurriendo en Francia. En efecto, el triunfo de la Revolución dio lugar a un proceso de expansión de sus principios por toda Europa. La actitud de cada país ante el movimiento revolucionario fue, no obstante, distinta según sus respectivas características políticas, sociales y económicas. En Inglaterra, por ejemplo, la participación que la burguesía tenía ya en el gobierno, los cambios políticos que se habían producido en el siglo XVII y su sistema fiscal, evitaron una repercusión directa de los acontecimientos que se estaban desarrollando en Francia. En España, Polonia o Austria, por el contrario, las reformas impulsadas desde el poder para modernizar esos países con el apoyo de la burguesía, se paralizaron ante el temor de un estallido revolucionario. No obstante, ya era tarde para detener ese proceso y no pudo evitarse que, antes o después, se corriese la llama revolucionaria por todos ellos.Sin embargo, la primera reacción de estas naciones contra la Revolución vino determinada por la presión de los aristócratas franceses emigrados, y especialmente por el conde de Artois, hermano de Luis XVI. También el monarca francés mantuvo contactos con los soberanos de otros países para organizar una intervención en Francia. No obstante, hubo al principio una actitud generalizada un tanto reacia a la intervención, incluso en aquellos de los que más podía esperarse una actitud de apoyo a la Corona francesa, como era el caso de José II de Austria, hermano de María Antonieta.

A pesar de todo, a raíz de la huida del monarca francés a Varennes, Leopoldo II, sucesor de José II, y Federico Guillermo de Prusia firmaron el Tratado de Pillnitz (27 de agosto de 1791) por el que se comprometían a intervenir a favor de los reyes de Francia, siempre que así lo hiciesen también los monarcas de otras naciones europeas. La razón de este cambio de actitud no estaba dictada tanto por el peligro que pudiesen correr Luis XVI y su esposa, sino por las nuevas ideas en materia de Derecho internacional público que emanaban de la Revolución. La afirmación del derecho de los pueblos como depositarios de la soberanía, afectaba directamente a los intereses de estos monarcas. Por ejemplo, en Alsacia o en Aviñón, donde había intereses señoriales de los príncipes alemanes y del papado, sus respectivas asambleas decidieron anexionarse a Francia.El 1 de marzo de 1792 murió Leopoldo II y su sucesor Francisco II se convirtió en el defensor de los derechos de la legitimidad monárquica frente al derecho de los pueblos de decidir por sí mismos su destino y en paladín de los derechos feudales. La guerra parecía inevitable, pero en Francia no había unanimidad de criterio. En efecto, en marzo de 1792 los girondinos, con Dumouriez a la cabeza, estaban en el poder. Ellos eran partidarios de la guerra puesto que esperaban que por medio de ella los principios revolucionarios podrían "extenderse a todo el universo" y además esperaban también eliminar en el interior las tendencias contrarrevolucionarias.

Por el contrario, Robespierre y los jacobinos creían que antes de propagar la Revolución fuera de Francia había que profundizar en ella en el interior del país y liquidar la contrarrevolución. Por su parte, la Corte, en la que el rey se encontraba muy aislado, sobre todo después de la muerte de Mirabeau (2 de agosto de 1791), estaba dispuesta a practicar la política del desastre porque en ella veía la única posibilidad de salvación. De esta forma, Luis XVI se mostraba favorable a la guerra, mientras que La Fayette y los fuldenses estaban convencidos de que era la forma de que el nuevo régimen se viese consolidado. Así pues, el 20 de abril de 1792 la Asamblea declaró casi por unanimidad la guerra al rey de Bohemia y Hungría, esperando con esta sutileza que Francisco II, que era también emperador del Sacro Imperio, arrastrase a éste al conflicto. Sin embargo, la guerra se generalizó, ya que Prusia hizo causa común con Austria.La guerra, como nos ha recordado J. Godechot, modificó profundamente el sistema e incluso el sentido de la Revolución. Este historiador llega incluso a afirmar que la guerra implicó una segunda revolución. Hasta entonces, la Revolución apenas había producido violencia, salvo algunos asesinatos producto de las grandes emociones populares de julio y octubre de 1789. Hasta entonces, la Revolución había sido más liberal que igualitaria y solamente el clero había sufrido las expoliaciones que, por otra parte, tampoco se diferenciaban mucho de la práctica que se estaba llevando entonces en otros países.

Además, el clero estaba recibiendo unas compensaciones regulares que en la mayor parte de las ocasiones superaban hasta cuatro veces la parte congrua del Antiguo Régimen. De la misma forma, los que detentaban derechos feudales debían recibir, como especificaba la declaración de los Derechos del hombre, una justa indemnización. La guerra, sin embargo, iba a cambiarlo todo.Los primeros enfrentamientos, que tuvieron lugar en la frontera del Norte, fueron desfavorables a las tropas francesas. El ejército revolucionario, con poca disciplina y falto de cohesión, no era capaz de hacer frente con eficacia a los soldados enemigos. No obstante, para la opinión francesa la culpa de estas primeras derrotas había que buscarla en la traición de los oficiales nobles y de la corte que informaban a los soberanos extranjeros de los movimientos y de los planes que iban a llevarse a cabo. Algo de cierto había en esta acusación, ya que María Antonieta había suministrado ciertas informaciones al embajador austríaco que pudieron tener alguna repercusión en el resultado de estos primeros enfrentamientos. A partir de ahí, se desarrolló la idea de un gran complot en el que la nobleza, la corte y los sacerdotes refractarios estarían maniobrando para acabar con la Revolución con la ayuda de las potencias extranjeras.Las manifestaciones de descontento entre las clases populares se extendieron por los barrios de la capital al son de la canción revolucionaria Ça- ira. El miedo cundió en París y bajo una fuerte presión, la Asamblea votó tres decretos.

El primero de ellos el 27 de mayo y por él se establecía la deportación de los curas refractarios; el segundo, el 29 de mayo, decretaba el licenciamiento de la guardia real; y por último, el 6 de junio, se promulgaba el tercer decreto mediante el cual se movilizaba a 20.000 hombres de la Guardia Nacional de las provincias, federados entre ellos, que deberían reunirse en Soissons para proceder a la defensa de París. El rey se negó a sancionar los dos últimos decretos y el ministerio girondino se vio obligado a dimitir, dando paso a uno nuevo integrado por elementos fuldenses. El 20 de junio las secciones parisienses organizaron una manifestación ante las Tullerías para protestar contra el veto real y la Guardia Nacional, dividida, no fue capaz de contener a las masas. El palacio fue invadido y el rey fue obligado a colocarse el gorro frigio de los sans-culottes y a brindar por la salud de la nación. Sin embargo, se negó a sancionar los decretos.El asalto a las Tullerías había causado la indignación de muchos franceses. Numerosos departamentos y muchos cuerpos constituidos enviaron su protesta por lo que estimaban una grave ofensa al rey y a la Constitución. En la misma capital se recogieron rápidamente 20.000 firmas en el mismo sentido. El alcalde de París, Petion, fue obligado a dimitir por no haber sabido evitar el asalto, aunque fue repuesto más tarde. El 28 de junio el mismo La Fayette reclamó en la Asamblea en nombre del ejército mejores medidas para someter a los facciosos y propuso la disolución de los clubs.

Pero la Asamblea se hallaba muy dividida y un intento de unión nacional el 7 de junio, conocido como el beso Lamourette, no pudo sostenerse durante mucho tiempo. Los jacobinos, con el apoyo cada vez más decidido de los girondinos y de aquellos que propugnaban una política más radical, prepararon una jornada contra el veto real para la que contaban con los federados que comenzaron a llegar a París. Pero las noticias que llegaban sobre el curso de la guerra eran cada vez peores y el día 11 de julio la Asamblea decretó que la Patria está en peligro, lo que acabó por soliviantar a las masas. El día 14 se celebró la Fiesta de la Federación en la que participaron los federados y el propio rey, a pesar de que éste no había levantado el veto sobre el decreto que los autorizaba. Después de las ceremonias, la mayor parte de los batallones de los federados permaneció en la capital y otros vinieron a unírseles entonces, entre ellos los marselleses con su "Canto de guerra del ejército del Rin", compuesto por Rouget de L´Isle y que fue rebautizado como La Marsellesa.En este clima se dio a conocer en París el 1 de agosto el manifiesto del duque de Brunswick, comandante del ejército austro-prusiano, en el que amenazaba a los parisienses con brutales represalias si se ultrajaba de nuevo al rey. Esa torpe maniobra de intimidación no hizo más que exacerbar los ánimos revolucionarios y facilitar los planes de los republicanos. El 10 de agosto las masas, que -como advierten Furet y Richet no eran la hez del pueblo sino que integraban a muchos burgueses de provincias-, se apoderaron del Ayuntamiento y formaron una Comuna rebelde.

A continuación volvieron a asaltar el palacio de las Tullerías tras un duro combate con la guardia suiza que lo defendía. La familia real no tuvo más remedio que refugiarse en la Asamblea para escapar a la matanza de las turbas que se lanzaron a destruir todo aquello que simbolizase la soberanía real. La Asamblea, aunque en aquellos momentos reunía sólo a un tercio de los diputados, decretó la suspensión del rey hasta la reunión de una Convención Nacional que debía ser elegida por sufragio universal. El monarca y su familia fueron entregados al Ayuntamiento que los encerró en la torre del Temple.La jornada del 10 de agosto señala el fin de la primera fase de la Revolución francesa. El compromiso mantenido difícilmente durante tres años entre la Monarquía, la burguesía y el constitucionalismo jurídico, entre el rey, la Ley y la Nación, había fracasado. Los elementos moderados habían agotado su papel y el poder estaba ahora en la calle y eran los clubs y las secciones los que iban a tomar la voz cantante en la marcha de la Revolución.

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