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Imperios y unificaci

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La situación internacional tenía sus dificultades porque, aparte de la lógica preocupación de Austria por la amenaza franco-piamontesa, Napoleón III tenía que extremar las precauciones para no fomentar en su contra una coalición de potencias análoga a las que habían provocado el hundimiento del primer Imperio. Para ello debía abstenerse de perjudicar los intereses de los Estados Papales, para no enajenarse la opinión católica de su propio país, y también debía mantener la integridad del reino borbónico de Nápoles. El Reino Unido y Rusia, que veían con inquietud estos acuerdos, intentaron inútilmente la mediación, mientras que Prusia podía aprovechar las iniciativas francesas para aumentar su influencia en el mundo alemán, especialmente en la frontera del Rin. Tanto Rusia, dolida por el abandono austriaco durante la guerra de Crimea, como Prusia, que había sido humillada en Olmütz, no tuvieron inconveniente en dejar diplomáticamente aislado al Imperio Habsburgo. Finalmente, la acumulación de tropas piamontesas en la frontera con Lombardía provocó el ultimátum austriaco de 23 de abril de 1859, en el que se reclamaba el desarme de las tropas piamontesas. La negativa de Piamonte a aceptar estas exigencias determinó el inicio de las hostilidades, pocos días después. Las tropas austriacas desaprovecharon la ocasión de derrotar por separado a las piamontesas, antes de que Napoleón III se pusiera, a mediados de mayo, al frente de un ejército francés superior a los 100.

000 hombres, con los que había jurado que llegaría hasta el Adriático. El peso de las operaciones correspondió a las tropas francesas, que derrotaron a las austriacas en Montebello (20 de mayo) y Magenta (4 de junio) lo que permitió la entrada en Milán cuatro días después. El emperador Francisco José se puso al mando de sus tropas pero no pudo impedir la derrota (24 de junio) en las batallas de Solferino y San Martino, que costaron un elevadísimo número de bajas en todos los contendientes. El resto de la Lombardía quedó en las manos aliadas, que amenazaron Venecia. Fue entonces, sin embargo, cuando Napoleón dio un brusco giro y ofreció una tregua que el emperador austriaco se apresuró a aceptar. Ambos emperadores se reunieron el 11 de julio en Villafranca y firmaron un armisticio por el que Austria entregaba la Lombardía a Francia que la cedería, a su vez, a Piamonte. Los duques de Toscana y Modena fueron restablecidos, mientras que Austria retenía Venecia y afianzaba las fortalezas del cuadrilátero con Mantua y Peschiera. Piamonte, que fue informado del acuerdo después de tomado, acogió con indignación la noticia, y Cavour, que no consiguió que Víctor Manuel rechazara los términos del armisticio, dimitió de la presidencia del Consejo de Ministros el día 12. Todos los historiadores de este proceso se han preguntado por las razones que provocaron un cambio tan brusco en la actitud de Napoleón. De la variedad de las explicaciones dadas cabe hacer una cierta sistematización.

Por una parte, están las razones que hacen referencia a las motivaciones personales del emperador y a las exigencias de la política interior francesa. En ese sentido se ha hablado del horror experimentado por Napoleón, a la vista de la mortandad ocasionada en Solferino; de las dudas del emperador sobre la eficacia de su propio ejército ante las fortificaciones austriacas en el cuadrilátero; y, finalmente, de la preocupación que pudiera tener ante el peligro de que la opinión católica francesa se le pusiera en contra, ya que la acción militar francesa hacía peligrar la integridad de los Estados del Papa. Todas esas razones tienen consistencia, pero son un tanto coyunturales. Más importancia habría que conceder a las que apuntan a los peligros de desequilibrio interno en los Estados italianos, y a las repercusiones que ese desequilibrio podría tener sobre las relaciones internacionales. En ese sentido hay que señalar que, simultáneamente al comienzo de las hostilidades, se produce una serie de movimientos populares que suponían una amenaza de revolución mazziniana en la Italia central y la posibilidad de que Cavour extendiera sus fronteras más allá de lo previsto en Plombières. El 27 de abril había estallado en Florencia un movimiento popular que provocó la abdicación del gran duque de Toscana y la formación de un Gobierno provisional que pidió la protección del rey de Piamonte. Napoleón envió tropas, bajo el mando del príncipe Napoleón Jerónimo, que desembarcaron en Livorno, para tratar de contrarrestar la influencia piamontesa.

Por otra parte, el vacío de poder provocado por las derrotas austriacas de junio obligó a los duques de Modena y Parma a abandonar sus Estados, a la vez que estallaban levantamientos en los territorios pontificios de las Legaciones.En esas circunstancias Napoleón temió que las demás potencias europeas reaccionaran contra Francia, como lo habían hecho en la época de las coaliciones antinapoleónicas. Había, desde luego, algunos motivos para la sospecha, especialmente por las acciones prusianas en la frontera del Rin, que contaban con el respaldo ruso. También el Reino Unido estaba preocupado por la generalización del conflicto, e incluso Austria, que temía un rebrote del nacionalismo húngaro, se mostró partidaria de llegar a la paz. Ésta se firmó en Zurich, el 10 de noviembre de ese mismo 1859, y ratificó los acuerdos de Villafranca.

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