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Los talleres artísticos del Atica, en esas décadas, viven un período de hibernación: no se levanta por entonces ningún edificio de interés, y escultores y pintores parecen reducidos a realizar piezas de poca entidad, porque la posible clientela es escasa. En el campo escultórico, el trabajo se limita a algunas estelas funerarias, entre las que destaca la de Dexileo, un joven caído en combate cerca de Corinto, y sólo pueden señalarse algunas esculturas de bulto redondo, entre las que sobresale la Atenea Giustiniani. Obras como éstas nos permiten imaginar lo que fue ese ambiente enrarecido: Dexileo, blandamente colocado sobre su caballo, es aún un trasunto del arte del Partenón, suavizado y cubierto con esos plieguecillos finos, decorativos y pegados al cuerpo que difundieron durante toda una generación de los discípulos de Fidias, y que conocemos con el nombre de paños mojados. En cuanto a la Atenea Giustiniani, con toda su indudable dignidad, denota el peligro del academicismo: su actitud firme y su faz fría parecen aferrarse al ideal fidíaco aun a riesgo de desvitalizarlo. Por lo que a la pintura se refiere, poco podemos añadir. Aparte de los últimos años de Zeuxis y Parrasio, lo que mejor conocemos son piezas de cerámica, donde la técnica de figuras rojas rueda ya, de forma definitiva, hacia el simple artesanado, incapaz de incorporar -salvo en algún detalle- los hallazgos de la pintura de caballete.

Incluso los mejores maestros, como el Pintor de Prónomo, famoso por su ánfora en la que representa a Dioniso rodeado por toda una compañía teatral -una joya iconográfica para los estudiosos del teatro griego-, nos resultan más interesantes por los temas que tratan que por su saber artístico. Con el tiempo, sin embargo, la reconstrucción nacional da sus primeros frutos, y empieza a verse el fin del oscuro túnel. Hartas del predominio espartano y persa, muchas islas del Egeo se vuelven, como un siglo antes, hacia Atenas, y crean con ella una confederación (377 a. C.). Atenas recupera así su liderazgo político y económico en el mar; y este liderazgo queda inmediatamente sellado con la destrucción de la flota lacedemonia en Naxos (376 a. C.). Por la misma época, la región de Beocia se une en tomo a su ciudad más importante, Tebas, y su general Epaminondas aplasta el ejército de tierra espartano en los campos de Leuctras (371 a. C.); queda así liberado de su yugo todo el Peloponeso, y Tebas fomenta la rápida reconstrucción de ciudades antes sojuzgadas: Tegea, Mantinea y Mesene resurgen de sus cenizas, e incluso los arcadios se reúnen para crearse una nueva capital, Megalópolis.

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