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Desde finales del siglo XVII, utilizando a los bucaneros que huían de sus perseguidores y buscaban refugio en la isla de la Tortuga como punta de lanza, los franceses se habían asentado en la parte occidental de La Española, posteriormente conocida como Haití o Saint-Domingue. Lentamente comenzaron a sentar las bases de lo que sería un siglo más tarde la colonia de mayor productividad de todas las Antillas. Allí se había instalado una pujante economía de plantación, gracias a la masiva introducción de esclavos negros. El principal cultivo era el azúcar, seguida por el café, algodón e índigo. La parte española de la isla se había dedicado a la producción ganadera, produciéndose una notable integración entre las economías de ambos sectores.La independencia de los Estados Unidos, y la quiebra del monopolio comercial británico, benefició enormemente a Saint-Domingue. Los comerciantes norteamericanos decidieron cambiar sus fuentes de aprovisionamiento de azúcar, abandonando a sus tradicionales proveedores. A partir de 1783, coincidiendo con la Paz de París, la parte francesa de La Española comenzó un espectacular proceso de crecimiento económico, gracias a un fuerte aumento de la productividad, que hizo mucho más competitivos los costos de producción de la isla en relación con los de sus rivales británicos. El auge de la producción de las Antillas francesas desplazó a Jamaica y Barbados de su condición hegemónica en la producción y el comercio azucareros.

El aumento en el número de ingenios requirió de cantidades crecientes de esclavos, que arribaban regularmente a las costas haitianas. Frank Moya Pons calcula que en las vísperas de la Revolución Francesa llegaban anualmente cerca de 30.000 negros. De los 172.000 esclavos que había en 1754 en la parte francesa de la isla, se pasó a 240.000 en 1777 y en 1789 ya eran más de 450.000 (lo que suponía el 85 o el 90 por ciento de la población). La mitad de los esclavos trabajaba en los casi 800 ingenios existentes. Pero en la misma prosperidad se estaban gestando los factores de conflicto que terminarían por amenazar la base económica que propiciaba la expansión: el sector azucarero. Los primeros afectados eran los plantadores, también conocidos como los grandes blancos, que se veían perjudicados por su debilidad financiera. La trata, inicialmente controlada por compañías monopólicas, fue pasando a manos de comerciantes franceses, instalados fundamentalmente en Burdeos, Nantes y Marsella. Estos comerciantes eran los propietarios de las refinerías de azúcar construidas en los principales puertos metropolitanos, lo que les permitía monopolizar las importaciones. Los comerciantes también adelantaban dinero a los plantadores para que pudieran afrontar los gastos del ciclo productivo (compra de insumos, materias primas y alimentos, pago de salarios, etc.), lo que aumentó su vulnerabilidad frente al capital comercial. Esta situación colaboró a incrementar el resentimiento existente entre los plantadores, que muy pronto quisieron seguir los derroteros independentistas de los colonos norteamericanos.

En las reuniones que algunos de ellos mantenían en el Club Massiac, de París, se comenzó a plantear la necesidad de dotar de autonomía política a la colonia como el mejor modo de escapar a las presiones ejercidas desde la metrópoli.Por debajo de ellos encontramos a los casi 40.000 pequeños blancos (burócratas, soldados, pequeños plantadores, comerciantes, administradores de plantación, etc.), que mantenían una muy tensa relación con los cerca de 28.000 mulatos libres que existían antes de la Revolución Francesa y que en buena parte también se dedicaban a la industria azucarera. Este último grupo era propietario de casi la tercera parte de las plantaciones (y de los esclavos) de la colonia. El origen de esta circunstancia tan peculiar se encuentra en el hecho de que la legislación francesa reconocía el derecho de sucesión para los hijos de blancos y esclavas negras, siempre y cuando hubieran sido reconocidos por los padres. Como eran numerosos los plantadores que vivían en la isla sin familia, un buen número de mulatos, hijos naturales, pudo acrecentar su patrimonio.

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