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América

Desarrollo


Pese a todas sus dificultades, el crecimiento económico de los años anteriores había permitido situar a los países latinoamericanos en un lugar intermedio entre las economías más industrializadas y el resto del mundo en vías de desarrollo. Si bien en muchos casos el modelo de crecimiento económico ya estaba en crisis, o había alcanzado su techo, entre 1960 y 1979 la mayor parte de los países latinoamericanos creció más rápido que los Estados Unidos o los restantes miembros de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico). En la década de los 80, el signo de la coyuntura económica cambió radicalmente y se desató la mayor crisis económica que conoció la región. El PIB (Producto Interior Bruto) de América Latina creció en términos reales a una tasa anual del 4,8 por ciento en la década de los 50, al 5,7 en los 60, al 7,4 entre 1970 y 1973 y al 5,1 entre 1974 y 1980. Más allá de las crisis y de las políticas económicas de signo contradictorio que se aplicaron, entre 1960 y 1981 diez países latinoamericanos crecieron a tasas superiores al 2,5 por ciento anual. Era una cifra considerada como el umbral mínimo para garantizar el crecimiento, establecida a principios de los 60 por la Alianza para el Progreso y que muchos observadores, en su momento, estimaron como un porcentaje demasiado ambicioso. Entre esos países estaban Brasil, México y Colombia y junto a ellos encontramos a otros nueve que crecieron menos del 1,6 por ciento del PIB per cápita, como Argentina, Uruguay, Venezuela, Chile y Perú.

En el otro extremo se pueden ubicar casos como el de Jamaica, cuyo PIB anual creció un 3,8 por ciento entre 1960 y 1966 y más de un 6 por ciento entre 1966 y 1972, pero que entre 1973 y 1980 vio cómo su PIB se contrajo en casi un 18 por ciento. Las altas tasas de crecimiento no pudieron evitar que la economía latinoamericana, a diferencia de lo que había ocurrido en el pasado, continuara caracterizándose por su escasa participación en el comercio internacional, ya que en el quinquenio 1976-1981 los intercambios de la región sólo representaron el 15 por ciento del total mundial. Los esfuerzos realizados en la industrialización no produjeron avances significativos en lo tocante a la diversificación de las exportaciones y en realidad ocurrió todo lo contrario: las manufacturas apenas se exportaban y las ventas al exterior seguían centrándose en unos pocos productos primarios. A principios de 1980 la mayor parte de las divisas provenientes de las exportaciones tenían su origen en once materias primas. De acuerdo con datos de 1984, México, Venezuela, Ecuador y Trinidad-Tobago recibían más del 40 por ciento de sus exportaciones de petróleo; Colombia, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Haití y Honduras obtenían más del 20 por ciento del café. Chile, que ha avanzado mucho en el terreno de la diversificación de sus productos primarios, sigue dependiendo en más del 45 por ciento de sus exportaciones del cobre, lo que es una cifra bastante elevada. El inicio de este período coincide con la Revolución Cubana, que tuvo repercusiones contradictorias sobre la economía del continente.

La Revolución fue un motivo de esperanza para quienes veían en el antiimperialismo y el socialismo el camino más rápido y seguro hacia el crecimiento económico, lo que en algunos casos reforzó la aplicación de políticas altamente intervencionistas. Pero la continua y creciente participación del Estado en la economía condujo a la mayor crisis latinoamericana (la de la deuda externa) y acabó con buena parte de los procesos de industrialización sustitutiva y de crecimiento hacia adentro que se habían ensayado. El modelo cubano al socialismo, tuvo en algunas áreas, como educación, salud y vivienda, resultados iniciales que se pueden situar por encima de la media latinoamericana, pero su desempeño macroeconómico fue bastante mediocre, lo que se atribuyó al bloqueo norteamericano y no a la mala gestión de sus autoridades. Sin embargo, hay que tener en cuenta que la continua e importante ayuda soviética limitó considerablemente los efectos del bloqueo. Pese a sus limitaciones, la experiencia cubana contó con la fuerza necesaria para manifestar las contradicciones y las dificultades de las restantes sociedades latinoamericanas en su búsqueda del crecimiento y el desarrollo. Las distintas opciones ideológicas, como el desarrollismo, el industrialismo, el socialismo, las dictaduras militares o la guerrilla nacionalista o marxista, dispuestas a aplicar algún tipo de política intervencionista no pudieron modificar una realidad que aparecía más refractaria al cambio de lo que los ideólogos y políticos creían.

Lo mismo ocurrió con los primeros experimentos neoliberales de principios de la década de los 80, caracterizados más por sus intervenciones monetaristas que por la aplicación de una sistemática política desregularizadora. Había que enfrentarse a una realidad moldeada desde los años 30 y que logró consolidar numerosos intereses creados, capaces de satisfacer a los sectores sociales de mayor peso político. Ni los trabajadores ni los grandes empresarios dedicados a abastecer al Estado querían, más allá de sus posturas declarativas, cambiar las cosas. A principios de la década de 1990, las grandes metas e ilusiones de los 60 se habían cambiado por un mayor eclecticismo. Lo mismo ocurrió con la democracia, que de ser un concepto devaluado y calificada despectivamente de burguesa o formal pasó a ser un valor en sí mismo. Esto se observa en una serie reciente de tratados internacionales que garantizan ayudas al desarrollo, con cláusulas de salvaguarda que vinculan el mantenimiento de préstamos a bajo interés con la pervivencia de los regímenes democráticos, como ocurre con los tratados bilaterales firmados por España con Argentina, Brasil, México y Venezuela o el de Italia con Argentina. El desempeño económico latinoamericano en la década de 1980, con tasas negativas de crecimiento en muchos países, fue desastroso y esos años se denominaron la "década perdida". Sólo el abandono del populismo permitió comenzar a superar esa coyuntura sumamente difícil.

Entre 1980 y 1990, la renta per cápita descendió globalmente un 10 por ciento. Entre 1980 y 1989 la tasa de crecimiento real del PIB en Argentina fue de -13,5 por ciento, en Nicaragua de -9,6 por ciento, en Perú de -5,1 por ciento y en Venezuela del -3,8 por ciento. En Brasil, las cifras de crecimiento del PIB per cápita también fueron negativas. El crecimiento demográfico fue más rápido que el de la renta y en casi todos los casos el crecimiento per cápita descendió con respecto al incremento real del PIB. Las tasas de crecimiento de la población estuvieron en el orden de un 2,3 por ciento anual y el número de habitantes pasó de 217 millones en 1960, a 283 en 1970 y 405 en 1985. Sólo en Brasil había 145 millones de personas en 1989, lo que convierte al país en un gran mercado potencial.

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