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Los bolcheviques iban a triunfar en las dos cuestiones ante las que había fracasado la revolución de febrero: la paz y la reconstrucción del Estado. Lo hicieron, además, en una situación verdaderamente calamitosa y adversa, marcada fundamentalmente, como enseguida habrá ocasión de ver, por la guerra. La concepción leninista del partido; las ideas de los bolcheviques sobre el Estado y el poder político (dictadura del proletariado, control obrero, regulación planificada de la economía); el carácter minoritario del partido bolchevique, puesto de manifiesto en las elecciones del 12 de noviembre (logró 168 diputados, de 703, y unos 9,8 millones de votos, muy por detrás del partido social-revolucionario: 410 diputados, 20,9 millones de votos), todo ello hacía inevitable que un régimen bolchevique desembocara, de forma casi inmediata, en un Estado totalitario y represivo. Las circunstancias en que los bolcheviques llegaron al poder y que condicionaron los primeros años del nuevo régimen -guerras, aislamiento internacional, hundimiento de toda la producción industrial y agraria, inflación, hambre- dejaron además muy escasas alternativas: la centralización del poder apareció como una necesidad inevitable para la reconstrucción del país. Los bolcheviques, en efecto, atendieron al sentimiento colectivo y negociaron con Alemania la retirada unilateral rusa de la guerra, firmando el Tratado de Brest-Litovsk (3 de marzo de 1918), por el que Rusia renunció a casi la cuarta parte de su territorio, de su población y de su producción industrial y agrícola.

Procedieron igualmente a restablecer los dos instrumentos básicos de coerción y defensa del Estado: la policía política, la Cheka (o Comisión extraordinaria pan-rusa de lucha contra la contra-revolución, la especulación y el sabotaje), creada el 7 de diciembre de 1917 bajo la dirección de Félix Dzerzhinsky (1877-1926); y el Ejército Rojo, creado a principios de 1918 por Trotsky, comisario de Guerra desde el 13 de marzo. Significativamente, el 16 de junio de 1918 el nuevo gobierno restableció la pena de muerte que la revolución de febrero había abolido. Los bolcheviques aceleraron la transformación de la revolución en un régimen dictatorial de partido único. Introdujeron, primero, lo que llamaron "comunismo de guerra", un conjunto de medidas económicas para relanzar la economía, asegurar el abastecimiento de la población y del Ejército y contener la inflación. Algunas de esas medidas eran expresión de la ideología del partido. Las fábricas quedaron de inmediato (28 de noviembre de 1917) bajo control de los obreros. Los bancos fueron nacionalizados y las cuentas privadas, confiscadas (14 de diciembre de 1917). Se confiscaron igualmente todas las propiedades de la Iglesia (17 de diciembre de 1917) y se prohibió la instrucción religiosa. El gobierno declaró nula la deuda nacional (28 de enero de 1918), nacionalizó la tierra (19 de febrero, ya según el calendario occidental, introducido el 31 de enero), el comercio interior y exterior (21 de junio), las grandes plantas industriales, minas y ferrocarriles (28 de junio de 1918) y luego, las pequeñas empresas y talleres.

Para 1920 se habían nacionalizado ya cerca de 37.000 empresas. Pero otras medidas fueron o imposición de las circunstancias o rectificaciones de los errores cometidos. Así, el 13 de mayo de 1918, ante las graves carencias en el abastecimiento a las ciudades, el gobierno ordenó la requisa de la producción de trigo, dentro de lo que denominó "guerra a la burguesía agraria" -a los kulaks, propietarios de tipo medio-, que dio lugar ya a detenciones y ejecuciones de quienes incumplieron las órdenes. En enero de 1919, fijó cuotas de producción a todas las unidades rurales y al año siguiente, adoptó la requisa forzosa de alimentos y de toda la producción agraria. Paralelamente, impuso un Código del Trabajo (10 de diciembre de 1918) que asignaba trabajos específicos a toda la población industrial y penalizaba severamente los bajos rendimientos. En mayo de 1919, se establecieron los "sábados comunistas", una forma de destajo por la que se imponía a los obreros un trabajo suplementario y gratuito en ese día de la semana. Y aún hubo que recurrir, en situaciones de emergencia, a fijar primas a la producción, establecer remuneraciones especiales a técnicos "burgueses" y a adoptar otras disposiciones similares. Se trató de medidas impopulares, que exigieron, además, reforzar los mecanismos gubernamentales de control, vigilancia y represión. El proceso político siguió una evolución igualmente rápida hacia la dictadura. El nuevo gobierno celebró el 12 de noviembre de 1917 las elecciones a la Asamblea Constituyente convocadas en su momento por Kerensky.

Pero la Asamblea no llegó a funcionar: fue fulminantemente disuelta por el gobierno el 18 de enero de 1918, cuando no habían transcurrido 24 horas desde su constitución; el gobierno prohibió al tiempo la actividad de los partidos de centro y derecha. Tras la disolución de la Asamblea y la firma del tratado de Brest-Litovsk, la derecha del partido social-revolucionario apeló a la intervención extranjera contra el régimen soviético y se sumó a la contrarrevolución armada contra los bolcheviques: muchos de sus dirigentes, detenidos, serían juzgados en 1922 y morirían luego durante las purgas de Stalin. Mencheviques y la izquierda del partido social-revolucionario fueron tolerados aún por un tiempo. La tensión entre esta última y el régimen estalló en la primavera-verano de 1918. El 6 de julio, coincidiendo con la reunión en Moscú del V Congreso de Rusia de los Soviets, militantes del partido social-revolucionario asesinaron al embajador alemán, mientras algunos de sus dirigentes aparecían implicados en un mal preparado intento insurreccional que estalló en puntos de la región central del país. El gobierno ordenó la detención de los delegados social-revolucionarios al Congreso de los Soviets; unos 350 miembros del partido fueron ejecutados en Yaroslav, centro de la insurrección y centenares de simpatizantes fueron detenidos en todo el país. La familia real en pleno y varios de sus servidores fueron ejecutados en Ekaterinburg el 16 de julio.

Cuando el 30 de agosto se produjeron, por obra también de los social-revolucionarios, el asesinato del jefe de la Cheka de Petrogrado, Uritzky, y un atentado en Moscú contra el propio Lenin, el gobierno desencadenó lo que Lenin mismo definió como "terror rojo". Unas 800 personas fueron ejecutadas sólo en Petrogrado; las detenciones y ejecuciones en masa se extendieron por todas las provincias. El número de ejecutados entre septiembre y diciembre de aquel año se estimó en torno a las 6.500 personas. La Cheka creó los primeros campos de concentración para presos políticos en febrero de 1919. Los mencheviques intentaron desde 1918 una política de mediación cerca de los bolcheviques que contuviese la evolución del régimen hacia la dictadura. Incluso, durante la guerra civil de 1919-20, apoyaron al gobierno frente a la contrarrevolución "blanca". Fue inútil. En 1921, los mencheviques fueron ilegalizados y sus dirigentes optaron o por el exilio o por la resistencia clandestina. Antes, la nueva Constitución de la que hasta 1922 pasó a llamarse República Soviética Federal Socialista Rusa, Constitución aprobada el 10 de julio de 1918, ya había puesto fin a las ilusiones que todavía pudieran abrigarse sobre el futuro de la democracia en Rusia. La Constitución establecía, en teoría, una "democracia soviética o directa", por la que los soviets locales, elegidos sólo por obreros y campesinos, designaban los representantes que formaban los soviets provinciales, que nombraban a su vez los delegados que integraban el Congreso de los Soviets de todas las Rusias, que finalmente elegía el "comité ejecutivo" (órgano permanente entre congresos) y el "consejo de los comisarios del pueblo".

Pero la Constitución, que ni garantizaba los derechos constitucionales de los individuos ni reconocía la separación entre los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, convertía de hecho a los soviets en simples órganos de administración local dependientes del poder central, y concentraba todo el poder en el Consejo de los Comisarios del Pueblo. El artículo 9° declaraba que el "principal objetivo" de la Constitución era el "establecimiento de la dictadura del proletariado", en la forma de "un fuerte poder soviético para toda Rusia": la Cheka, el "terror rojo" de 1918, el mismo culto a la personalidad de Lenin que se promovió a raíz del atentado de agosto de ese año, fueron instrumentos fundamentales en la consolidación de la revolución, no una desviación o traición de su espíritu. La Constitución soviética era, además, una falacia política. La verdadera realidad del poder no eran los soviets sino el propio partido bolchevique. Lo característico de la revolución de octubre fue precisamente la creación de un sistema en que un partido -el único partido legalizado y autorizado, el "partido comunista", nombre oficialmente adoptado en marzo de 1918- ejercía el monopolio del poder político y controlaba los órganos del gobierno y del Estado, reducidos de hecho a funciones meramente administrativas. Aunque antes de octubre de 1917 el partido bolchevique había sido un partido plural y abierto, el congreso del partido de marzo de 1918 asumió el llamado "centralismo democrático" -eufemismo por afirmación de la autoridad del comité central- como principio regulador de su funcionamiento interno.

El congreso de marzo de 1919 creó como órganos rectores del partido un "Politburó" (comité político), un "Orgburó" (comité de organización) -ambos de dimensiones muy reducidas- y un "secretariado" del comité central. El congreso de 1921 reforzó la disciplina interna y prohibió todo fraccionalismo; el de 1922 -que designó a Stalin como secretario general- expulsó ya a algunos dirigentes que habían criticado aspectos de la política del gobierno. Con esa estructura interna, en un sistema que desde 1921 no autorizaba más partido que el Partido Comunista y que incorporaba a la Constitución el principio de la dictadura del proletariado -que estatutariamente debía ejercer ese mismo partido-, en un sistema que fusionaba en la práctica las funciones del partido y del Estado, era obvio que los órganos directivos del Partido -el Politburó, la secretaría general- eran los verdaderos órganos dirigentes del país. La revolución se consolidó sobre todo por la victoria del Ejército Rojo en la guerra (o guerras) que sacudieron al país entre 1917 y 1921. Parte de esa situación de guerra fue herencia de la guerra mundial. Ya quedó dicho que, aunque el gobierno bolchevique ofreció de inmediato la paz y empezó muy pronto negociaciones con Alemania, los alemanes reactivaron los distintos frentes hasta que se firmó la paz de Brest-Litovsk. Aun después, en abril de 1918, completaron la ocupación de Ucrania donde establecieron un gobierno conservador y nacionalista como parte de un plan que aspiraba a hacer de Ucrania, Finlandia, Lituania, Estonia y Letonia un cinturón de Estados satélite del Reich.

Tan pronto como se produjo la derrota de Alemania -noviembre de 1918-, el gobierno ruso denunció el tratado de Brest-Litovsk y el Ejército Rojo intentó recuperar los territorios bálticos (ocupó Riga el 3 de enero de 1919) y Ucrania: entró en Kiev el 6 de febrero y en Odessa, el 10 de abril de ese año. La guerra de Ucrania se solapó a partir de ese momento -como enseguida se verá- con la guerra civil y con la guerra ruso-polaca. En efecto, aunque un primer intento de Kornilov, en diciembre de 1917, de sublevar a los cosacos del Don en la región de Rostov y del Kubau fue contenido, la guerra civil -confusa, dispersa, caótica- se extendió por el país desde la primavera-verano de 1918, desencadenada por generales contrarrevolucionarios o blancos (Denikin, Kolchak, Yudenich, Wrangel) con el apoyo, por lo general débil y poco significativo, de tropas extranjeras (inglesas, francesas, norteamericanas, japonesas y aun checas) estacionadas en Rusia como consecuencia de la I Guerra Mundial. La guerra se concentró en unos pocos escenarios. En la Rusia oriental y nororiental, en el inmenso territorio desde Moscú a los Urales y Siberia, la llamada Legión Checa, un contingente de unos 40.000 hombres que los aliados occidentales habían enviado con la esperanza de reforzar a Rusia en la guerra, negó obediencia al nuevo régimen bolchevique, ocupó importantes enclaves (Samara, Simbirsk) y se apoderó de la línea del ferrocarril Transiberiano.

Ello permitió que en el territorio así liberado se formase, ya en junio de 1918, un gobierno de mayoría de la derecha social-revolucionaria, que dio paso en agosto a un Directorio de coalición antibolchevique y finalmente, en noviembre, al gobierno del almirante Kolchak, cuyas tropas (protegidas al norte, en la zona Arkangel-Murmansk, por fuerzas inglesas) ocuparon en la primavera de 1919 una línea extensa en el Alto Volga -Perm, Kazan, Simbirsk- a menos de 400 kilómetros de Moscú. En el oeste, en Bielorrusia y el Báltico, el general Yudenich logró con un pequeño ejército y apoyo británico controlar los territorios abandonados tras la retirada alemana y rechazar el despliegue del Ejército soviético sobre aquellos. Incluso pasó a la ofensiva y, en marzo de 1919, avanzó desde Estonia hacia Petrogrado. En el sur, en Ucrania, el general Denikin (1872-1947), que había iniciado sus acciones con apenas unos 9.000 hombres, había logrado liberar en 1918 con apoyo de las tropas francesas algunas zonas, después que los bolcheviques abandonaran la región tras la firma del tratado de Brest-Litovsk y a pesar de la ocupación alemana y de la formación de un gobierno ucranio nacionalista independiente. Como Yudenich en el Norte, Denikin resistió el avance del Ejército Rojo -que se produjo a renglón seguido de la rendición alemana en noviembre de 1918y, a partir de la primavera de 1919, avanzó hacia el norte, ocupando Kharkov, Tsaritsyn, Poltava, Kiev -en agosto- y Orel (octubre), situando sus tropas a menos de 400 kilómetros de Moscú.

Ya ha quedado dicho que el Ejército Rojo, reorganizado por Trotsky, salvó la situación (que, como se ha visto, en la primavera de 1919 era cuando menos preocupante para el régimen soviético). Trotsky, en efecto, impuso el servicio militar obligatorio y reunió en pocos meses una fuerza de medio millón de hombres. Incorporó al Ejército a miles de oficiales -unos 48.000- del antiguo ejército zarista (lo que le supuso un primer enfrentamiento con Stalin), nombró para controlarlo unos 100.000 comisarios del pueblo y, como los jacobinos de 1794, hizo del nuevo Ejército la encarnación de un nuevo patriotismo. Los acontecimientos le favorecieron. Los generales "blancos" actuaron de forma descoordinada y posiblemente enfrentados por profundas diferencias políticas. La ejecución de la familia real en julio de 1918 privó a la contrarrevolución de su posible identidad zarista. El 21 de marzo de 1919, los aliados acordaron retirar sus tropas de Rusia. El Ejército Rojo tomó entonces la iniciativa en todos los frentes. En el frente central, rechazó a las tropas de Kolchak hacia los Urales. En julio, retomó Ekaterinburg y en noviembre, Omsk (a principios de 1920, Kolchak fue entregado por sus propias tropas a los bolcheviques y ejecutado por éstos). En el Báltico, Yudenich fue derrotado el 14 de noviembre de 1919. En el sur, las tropas soviéticas contuvieron, en el otoño de ese año, el avance del ejército contrarrevolucionario, retomaron Kiev (16 de diciembre de 1919) e hicieron retroceder a Denikin, sustituido en marzo de 1920 por el también general Wrangel (1878-1928), a Crimea y al Cáucaso (donde les derrotarían definitivamente en noviembre de 1920).

En esa región, el Ejército Rojo tuvo, sin embargo, que hacer frente a un nuevo y devastador conflicto. La nueva República de Polonia, que mantenía reclamaciones fronterizas sobre la zona, invadió Ucrania en abril de 1920 y sus tropas, tras desbordar al ejército ruso, entraron en Kiev el 6 de mayo de 1920. Un formidable contraataque llevó en agosto al Ejército Rojo a las puertas de Varsovia, pero una nueva contra-ofensiva polaca, con asesoramiento de militares franceses, hizo retroceder a los rusos cerca de 500 kilómetros. A finales de septiembre, comenzaron las negociaciones. El 12 de octubre Rusia y Polonia firmaron un armisticio provisional: el tratado de Riga de 18 de marzo de 1921 fijó definitivamente la frontera entre los dos países. Sólo a partir de octubre-noviembre de 1920, el nuevo régimen soviético pudo verse libre de la amenaza de la guerra. La guerra civil había costado entre 400.000 y 800.000 muertos. La Rusia soviética retuvo Ucrania, que se convirtió en República Soviética, y recuperó igualmente los Estados del Cáucaso (Armenia, Georgia, Azerbaiján), donde también se establecieron ya en 1921 gobiernos soviéticos. Pero tuvo que renunciar a Estonia, Letonia, Lituania y Finlandia, cuyas independencias respectivas fue reconociendo a lo largo de 1920. La situación económica y social del país era, además, catastrófica, entre otras razones porque los bolcheviques no pudieron disponer hasta 1920 ni del carbón de la cuenca del Donetz, ni del hierro de los Urales y Ucrania, ni del petróleo de Bakú.

El índice de la producción industrial bajó del nivel 100 en 1913 al nivel 18 en 1920. La producción de carbón disminuyó en un 75 por 100; la de cereal, en más de 30 millones de toneladas. El rublo se hundió. Un rublo oro pasó de valer 21 rublos papel en 1918 a valer 80.700 rublos papel en julio de 1921. Desde el otoño de 1920, una durísima sequía se extendió por las regiones del Volga. En la primavera de 1921 el gobierno tuvo que reconocer que el hambre, la desnutrición y enfermedades derivadas habían creado una situación de emergencia, la peor conocida en la historia reciente de Rusia, que podía afectar a unos 25 millones de personas. En agosto, firmó acuerdos de ayuda con Estados Unidos y la Cruz Roja internacional. La población dejaba las ciudades: Petrogrado perdió el 57, 5 por 100 de su población entre 1917 y 1920; Moscú, el 44,5. La revolución, la guerra civil y el "comunismo de guerra" de los bolcheviques habían literalmente devastado el país. El descontento popular era manifiesto. A lo largo de 1920, estallaron disturbios y protestas en zonas rurales y en enclaves industriales de las grandes ciudades. Entre el 23 de febrero y el 17 de marzo de 1921, se produjo el más grave de todos ellos, verdadero punto de inflexión, además, en la historia del régimen comunista: la sublevación de los marineros de Kronstadt, la unidad emblemática de la revolución de octubre, que fue aplastada por el Ejército Rojo tras violentísimos combates -en que murieron unos 10.

000 combatientes- y una posterior y durísima represión: unos 800 marineros fueron ejecutados de inmediato, más de 2.000 procesados y otros 9.000 huyeron a Finlandia. El Ejército Rojo había añadido así a su papel militar, una función claramente represiva. Como consecuencia de todo ello -fracaso económico, crisis moral por la represión de Kronstadt, victoria en la guerra civil, evacuación de tropas extranjeras-, el régimen, a instancias de Lenin, procedió a una rectificación radical de su política económica. El 10° Congreso del partido, celebrado a partir del 18 de marzo de 1921, aprobó casi sin disidencias la "Nueva Política Económica". La NEP representó, como dijo Bujarin, otro de los dirigentes bolcheviques, el "colapso de nuestras ilusiones"; esto es, supuso básicamente la reintroducción de mecanismos de mercado en la economía y la eliminación parcial del control del Estado sobre la producción y la distribución de mercancías. En concreto, se permitió el funcionamiento del sector privado en la agricultura, en el comercio y en la industria. Las requisas de alimentos fueron abolidas. Se autorizó la libertad de comercio dentro del país. Volvieron a autorizarse los establecimientos comerciales privados. Muchas pequeñas industrias fueron devueltas a los empresarios. Se estimuló la inversión extranjera y el sistema bancario y financiero fue reformado. Paralelamente, se produjo una apertura diplomática. Rusia acudió a la conferencia internacional de Génova (10 de abril-19 de mayo de 1922) sobre cuestiones económicas europeas.

El 16 de abril, firmó el tratado de Rapallo con Alemania, por el que ambos países renunciaban a plantearse reclamaciones económicas y financieras derivadas de la guerra mundial. Los resultados fueron rápidos y notables. En 1926, la producción industrial alcanzó ya los niveles que había tenido en 1913 (si bien la recuperación de la agricultura fue más lenta). En el frente diplomático, los frutos fueron también positivos. El 1 de febrero de 1924, Gran Bretaña reconoció al régimen soviético; luego lo hicieron los principales países europeos. El régimen revolucionario parecía, por tanto, claramente consolidado. El 30 de diciembre de 1922, la República Soviética Federal Rusa se transformó en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas al unirse en una federación Rusia, Ucrania, Bielorrusia y Transcaucasia (Armenia, Georgia, Azerbaiján). La Constitución de 1918 fue adaptada a la nueva estructura federal, basada en el reconocimiento del derecho a la autonomía (e incluso a la secesión) de las nacionalidades y grupos nacionales. El problema de los nacionalismos quedó de esa forma encauzado: la autoridad del Partido Comunista -único poder en todas las repúblicas y nacionalidades- se convertía en fundamento y garantía de la unidad del país. Por lo demás, la Constitución de 1918 se mantuvo en toda su integridad. La liberalización que supuso la Nueva Política Económica conllevó una relativa liberalización social y hasta una cierta relajación de la represión policial. Pero la naturaleza totalitaria del régimen soviético no se modificó. Bertrand Russell, el filósofo inglés, había visitado la Rusia soviética en mayo de 1920, esperando encontrar, como dijo, "la tierra prometida". Conoció a Trotsky y a Kamenev. Se entrevistó con Lenin, que le pareció un hombre sin vanidad y cordial, honesto, valeroso, muy abierto y lleno de fe y pasión revolucionaria. Incluso escribió que el gobierno bolchevique le parecía el mejor gobierno para Rusia. El bolchevismo le pareció, sin embargo, una "burocracia cerrada, tiránica", con un sistema policial más elaborado y terrible que el del Zar y donde no existía vestigio alguno de libertad.

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