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Datos principales


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América borbónica

Desarrollo


La agricultura experimentó un enorme desarrollo durante la centuria gracias a una mejor explotación de la tierra y a la mejora del soporte comercial, que facilitó la exportación a Europa. Hubo también un aumento del suelo agrícola, gracias a la incorporación de suelos baldíos. La Corona fracasó en sus proyectos de distribuir mejor la propiedad y de sanear su tenencia. Para lo primero, respaldó las reivindicaciones de los Cabildos sobre sus tierras comunales (invadidas por los particulares) e intentó crear un mercado de tierras vendibles a los campesinos mediante las reformas de los resguardos (reacomodó a los indios en las que necesitaban para vivir, sacando a remate las sobrantes) y la venta de las propiedades de los jesuitas expulsados. Las tierras no fueron a parar a los campesinos, como se deseaba, sino a los grandes propietarios, que pudieron crear así verdaderos latifundios. En cuanto a las composiciones de tierras, siguieron siendo papel mojado, incluso después de las cédulas de 24 de noviembre de 1735, que reguló tales ventas y composiciones y de 15 de octubre de 1754, que obligó a devolver las tierras usurpadas y a justificar los títulos de propiedad de quienes poseyeran tierras realengas desde 1700. Nadie hizo caso de la normativa. Durante la segunda mitad del siglo XVIII, los mineros y comerciantes invirtieron en tierras. La gran propietaria del suelo seguía siendo la Iglesia. Entre los distintos modelos de propiedad agrícola existentes (resguardos indígenas, aparcerías, pequeñas propiedades, etc.

) continuaron destacando la plantación y la hacienda, orientadas teóricamente hacia los mercados exterior e interior (algunas haciendas iban dirigidas a ambos mercados y hasta poseían esclavos). Las crisis agrícolas producidas como consecuencia de las catástrofes naturales permitieron aumentar las haciendas a costa de pequeñas propiedades, ya que la diversificación de los cultivos les permitía hacer frente a los años malos mientras se arruinaban los pequeños propietarios. Se ha comprobado que en México y Perú los propietarios de haciendas aumentaron sus propiedades en estos años catastróficos. Los hacendados emplearon toda clase de mano de obra: la asalariada, la de sus propios aparceros, la de los indios huidos de sus asentamientos, la de los libres, y hasta la esclava, como anotamos. A fines del siglo XVIII, era frecuente que los caciques enviaran a sus indios a las haciendas para que trabajaran como jornaleros y devengaran el dinero que necesitaba la comunidad (indios de mandamiento), así como que los amos mandaran también a sus esclavos para cobrar su jornal. Los hacendados procuraban, además, retener a los trabajadores suministrándoles los artículos necesarios mediante las tiendas establecidas en las mismas haciendas (tiendas de raya). La producción agrícola funcionaba ya con un alto grado de experimentación. En la zona intertropical aprovechaba los diversos pisos térmicos creados por la orografía.

Las tierras calientes producían los frutos básicos de la agricultura comercializable (caña azucarera, cacao, añil, algodón, etc.), mientras que las frías y templadas daban fundamentalmente alimentos de autoconsumo. El maíz era el alimento principal. Sólo Nueva España producía unas 700.000 toneladas anuales a fines de la colonia. El trigo le seguía en importancia (se ha calculado su producción en una séptima parte del maíz), destacando los grandes graneros de Nueva España y Chile. En Perú volvió a producirse trigo, pero obstaculizado por la subida de la alcabala. De la caña azucarera se consumía el semiprocesado elemental, llamado papelón o panela, y se empleaban sus mieles para la elaboración del aguardiente. El azúcar se producía en el área circuncaribe y se exportaba. Veracruz remitía al exterior medio millón de arrobas anuales a fines de la colonia. Cuba triplicó su número de trapiches, convirtiéndose en gran exportador a partir de la crisis de Saint-Domingue, cuando el azúcar subió de 14 a 30 reales la arroba. El cacao se cultivaba en Venezuela y Guayaquil. Desde 1789, la Corona había eliminado la prohibición de exportarlo desde Guayaquil a México, lo que le permitió reconquistar dicho mercado. En 1810 exportaba nueve millones de libras de cacao. El venezolano se enviaba principalmente a España (122.000 fanegas en 1809). El tabaco se cultivó en México (Orizaba y Córdoba), Venezuela (el de Barinas era de excelente calidad), Nueva Granada, Guayaquil y Cuba.

Otras producciones notables fueron el algodón (México, Venezuela, Perú), hasta que tuvo que competir con el norteamericano, el añil (Guatemala y Venezuela a fines de siglo), la hierba mate (Paraguay y Río de la Plata) y el café (se introdujo desde las colonias francesas en Santo Domingo, Puerto Rico y Venezuela). Venezuela exportó tres millones de libras de café en 1809. La quina se producía en Perú y Quito y la coca peruana se destinaba al consumo de los trabajadores de las minas. Es imposible evaluar la producción agrícola. Humboldt calculó, a buen ojo, que la de Nueva España se podía evaluar en 29 millones de pesos, frente a los 23 de la minería.

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