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Zagros y la Estepa

Desarrollo


En el Museo Ruso de Leningrado, hay un pequeño cuadro firmado por el pintor Arjip Kuindzhi (1842-1910) que se titula Mediodía. Manada en la estepa. Bajo un cielo intenso y nuboso, un rebaño se pierde entre un herbazal dorado e inacabable. Y en su pequeño tamaño, sin saberlo, A. Kuindzhi recogió todo el mundo de los antiguos moradores de las llanuras rusas: la tierra, los altos herbazales, los animales, el inmenso horizonte y la bóveda del cielo. Eso en una tarde de agosto, tórrida y seca, porque eso era la estepa. Muchos siglos atrás, desde las orillas del Dnieper hasta los confines de China, existía un mundo de geografía semejante, formas de vida parejas y creencias muy próximas. En parte al menos, eso es lo que hace que entre los objetos de las tumbas del Kuban, no pocos del Tesoro de Ziwiye y la mayoría de los hallados en los ajuares de los túmulos de Pazyrik, exista un hilo continuo y fraterno por encima de las distancias de tiempo y lugar. Aunque los antepasados euroasiáticos de los escitas, los de la cultura de Andronovo por ejemplo, tenían un arte propio de sedentarios con decoración geométrica sobre cerámica y hueso, como dice R. N. Frye, cada vez resulta más evidente que en la primera mitad del I milenio, entre la Transcaucasia y el Irán había mucho en común. La pertenencia mutua al tronco iranio podía haber favorecido la transmisión de muchas ideas y, probablemente, cuando los cimerios y los escitas cruzaron el Cáucaso entre ellos había comenzado ya el rudo arte animalístico que maduraría tras su azarosa estancia en el Irán.

Porque el verdadero arte escita nació, según T. Sulimirski, en la segunda mitad del siglo VII, para servir las necesidades de sus príncipes. Considera además que ciertos objetos de la tumba de Ziwiye son los que marcan el comienzo del arte escita, cosa que no sería imposible si tenemos en cuenta que las tumbas principescas al otro lado del Cáucaso y el Asia Central, corresponden a escitas más tardíos, posteriores en todo caso a la expulsión de los escitas del Irán medo-persa y contemporáneos, en líneas generales, con el imperio aqueménida. Antes y después de esa barrera cronológica, los condicionantes externos e internos del artista escita eran los mismos. Pero después de la aventura irania, la forma de expresarse mejoró y se enriqueció sensiblemente, si bien dentro de una estética que sólo a la estepa pertenece. Dioses fuertes y de expresión violenta, como la espada y la flecha. Un campeón de los ganados -que no es sino un Mithra- y unos ritos sacrificiales con ofrenda de caballos o prisioneros degollados -al dios de la guerra- o estrangulados -a los demás dioses- nos hablan con claridad de la aspereza de sus costumbres. Pero incluso estos salvajes guerreros estimaban las cosas bellas. El oro, la madera, el cuero; y ellos mismos decoraban muchos de sus objetos. Como dice G. Charrière, es cierto que los escitas tuvieron a su servicio y con frecuencia, artesanos extranjeros, porque sólo así podrían explicarse los vasos de Kul Oba.

Pero incluso así, la labor de los herreros escitas estaba presente, ya que sólo un escita pudo fundir y decorar la vaina de la espada de Litoï. Según G. Charrière, el descubrimiento de una aglomeración exclusivamente artesanal en la región del Dnieper, probaría en cierto modo la inexistencia de artesanos en el mundo escita. Pero eso tal vez sólo prueba lo que es, que había una aglomeración de artesanos. Porque el herrero, el forjador, lejos de ser un personaje inferior, estaba revestido de una cierta magia ligada al chamanismo. Ya lo señaló Mircea Eliade, destacando la importancia del herrero divino entre los arios y el lazo íntimo que une al arte del herrero, las ciencias ocultas y al arte de la canción. ¿Cómo no evocar aquí -sin pretender por eso una mistificación, sino tan sólo una imagen-, a Siegfried en la fragua, reparando a Nothung y entonando la canción de la espada? En las estepas escíticas, el nómada no evita al herrero, porque el herrero habita con él. Siglos después, Gengis Khan sería llamado el Herrero. Y él fue el primero del imperio nómada más grande de la historia. Dice R. N. Frye que el origen del estilo animalístico en bronce y otros metales es objeto de controversia. Y dice bien, porque confluyen en él mundos distintos pero, en su materialización, hay algo que sólo puede haber nacido del universo mágico de la estepa. Se ha escrito que la orfebrería es un arte bárbaro por excelencia. Pero acaso se dice porque se trata de lo que mejor ha llegado hasta nosotros.

Pues más que el vehículo -oro, madera, bronce, fieltro, hueso, lana-, lo que importa es el mensaje del artista de la estepa. Y ese mensaje, el de los escitas, es un mensaje de fuerza, de guerreros, de victoria sobre el débil. Recuerda G. Charrière que el arte animalístico de los escitas no suele representar a los animales que comían -puesto que no es un arte ligado a la caza propiciatoria-, sino que utiliza un bestiario fantástico, de agregados insólitos, como los grifos siempre victoriosos, o animales de victoria como lobos, felinos, íbices, águilas. Pues el artista escita exalta plásticamente al animal vencedor -dice el mismo G. Charrière-, porque es expresión de su misma imagen del mundo, pero ¿qué lugar ocuparía entonces el ciervo y el arce? En las estepas al norte del Asia Central, el ciervo representa el totem tribal de los sakkas, acaso por su nobleza, su fuerza y su capacidad para salir victorioso del ataque de las fieras. Pese a las influencias iranias, griegas e incluso chinas o de pueblos remotos y sin nombre, el artista escita supo desarrollar una estética de lenguajes peculiares. Y entre los siglos VII y III a. C. por lo menos, todo el arte de la estepa mantuvo en su aventura material unos parámetros muy cercanos. El arte inconfundible de la caballería nómada.

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