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Las pruebas de los cambios climáticos continúan tras la total desaparición de los grandes casquetes glaciares. La fecha de 10.000 años antes del presente marca el momento de no retorno en la extensión de los mismos. En la península Escandinava es donde mejor se pueden seguir las variaciones climáticas que se produjeron durante estos períodos. En general, el Holoceno se puede considerar un período interglaciar en el que las condiciones frías no alcanzan nunca los máximos pleistocenos. Sin embargo, de la misma forma que durante los momentos glaciares, el clima no permanece constante sino que presenta oscilaciones. Siguiendo a través del territorio sueco la historia de la vegetación, los investigadores han podido establecer la cronología de los últimos cambios climáticos. El Postglaciar empieza por un episodio frío con pino y abedul seguido por otro templado con roble, avellano y tilo, al que sigue otro período frío. Junto a los estudios polínicos el conocimiento del clima reciente se puede realizar a través de otros métodos como los anillos de los árboles o los propios textos escritos. Los anillos de los árboles crecen en función de las condiciones climáticas, por lo que su espesor varía. Así los anillos finos indican temperaturas bajas mientras que los más anchos se forman con temperaturas templadas. Los anillos de los árboles se pueden estudiar en los troncos de las construcciones de madera, y en algunos casos en árboles de edad conocida o en los conservados en las turberas.

Por otro lado, este período de tiempo coincide con la presencia de textos escritos. En ellos no se encuentran siempre relaciones climáticas, pero sí referencias a eventos climáticos especiales como sequías, grandes nevadas u otros. Las oscilaciones climáticas están también asociadas con hechos históricos como las invasiones de pueblos. Así se pueden ver ligadas a cambios del clima la invasión aquea de Grecia en el 1300 a.C. o la colonización vikinga de Groenlandia. En épocas más recientes, después del año mil, investigadores como Leroi-Ladurie utilizan también los textos eclesiásticos ligados a los conventos y sus territorios, en los que se puede seguir la extensión de plantas sensibles al clima, como los viñedos. La población de Suiza permite también contar con registros parroquiales o grabados y lugares abandonados por el avance de los glaciares alpinos. Las oscilaciones climáticas de los últimos 10.000 años comenzaron en el 8000 a.C., con la desaparición del gran glaciar escandinavo y de Gran Bretaña, que terminó en el 7000 a.C. Entre el 4500 y el 4000 a.C. se detectó un nuevo avance glaciar en los Alpes. Entre el 4000 y el 3000 a.C. se produjo el óptimo climático postglaciar, en el que las temperaturas son incluso superiores a las actuales. Esta mejoría del clima repercute en el Sahara, con un período subpluvial. De nuevo se detectan avances glaciares entre el 3300 y el 2900 a.C. y el 2700 y el 2300 a.C. Otro avance se presentó entre el 1400 y el 1100 a.

C., momento en el que los glaciares alpinos alcanzaron su máximo postglaciar, llegando a más de 750 metros por delante de sus cotas actuales. Como vemos, es también el momento de las invasiones aqueas. Entre el 900 y el 300 a.C. se presentaron dos avances glaciares de dos o tres siglos separados por recalentamiento de siglo y medio. A la vez, cerca del 400 a.C. se produjo un máximo pluvial. Después encontramos el período central de la época romana, entre el 300 a.C. y el 400 de nuestra era, período de gran estabilidad climática que quizás permita establecer nuevas hipótesis sobre la historia de Roma y las crisis del siglo III. De nuevo se produjo un avance glaciar desde el 400 al 750, que se pone en relación con las invasiones germánicas y del Asia central. Un óptimo climático se presentó desde el 750 al 1150, momento en que conocemos los viajes vikingos a Groenlandia (Tierra Verde), así como la extensión de los viñedos al norte de Inglaterra, Lituania y sur de Noruega. Sin embargo, la acción del anticiclón siberiano produjo heladas en el Mediterráneo, en lugares como el Tíbet o el Nilo. Éste terminó con un nuevo avance glaciar entre 1150 y 1850, que acabó con los asentamientos vikingos y permitió la reinstalación de los esquimales. Entre 1350 y 1550 un clima de veranos suaves e inviernos tibios favoreció la extensión de la peste que asoló Europa. De nuevo avanzaron los glaciares y entre 1550 y 1850 se produjo la denominada Pequeña Edad Glaciar; uno de los momentos de máximo frío conocidos históricamente.

Durante este momento tenemos las evidencias de los cuadros de autores como Brueghel, que pinta los ríos helados de Holanda o las referencias al Támesis helado en Shakespeare. Desde 1850 a 1960 un nuevo recalentamiento situó los glaciares en sus dimensiones actuales; estas condiciones fueron consideradas por muchos meteórologos como el clima normal. Sin embargo, desde 1960 se ha vuelto a ver un enfriamiento del clima, lo que ha complicado la realidad de la normalidad del mismo. La existencia de todas estas pulsaciones, de las que tenemos gran número de evidencias, nos permite proponer que nuestro conocimiento del clima deja aún muchos elementos de incertidumbre. Si extrapolamos la existencia de todas estas pulsaciones hacia el Pleistoceno, podemos suponer que los eventos climáticos fueron más complejos de lo que suponemos e incluso que, a pesar de las técnicas de análisis con que contamos, su realidad será más compleja. La sensibilidad al clima de los análisis polínicos o sedimentológicos no es quizá lo suficientemente precisa para reflejar todos los cambios acaecidos en el medio ambiente, e incluso es posible que variaciones seculares de un siglo o dos no sean nunca detectadas. Todo esto nos plantea la necesidad de continuar este tipo de análisis, no sólo por su valor para conocer nuestra prehistoria, sino también para poder conocer mejor el futuro climático de nuestro planeta.

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