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La ganadería constituye el otro sector fundamental de la economía, en lo que se refiere a la subsistencia. Desde el comienzo de la economía campesina ambos sectores se han considerado muy ligados, pero no parece que su adopción fuera simultánea ni que la domesticación de las especies animales estuvieran ligadas a la adopción o extensión de la ganadería. De hecho, hoy se considera que la domesticación animal pudo estar muy diversificada, ya que las especies salvajes, sobre todo de determinadas especies domésticas como bueyes, cerdos, perros, etc., están ampliamente distribuidos, por lo que sería factible que la domesticación se hubiera producido en muchos lugares y en tiempos muy diferentes. Una cuestión muy debatida es el papel que la ganadería juega en las economías prehistóricas. Se han avanzado diferentes propuestas acerca de su importancia relativa con respecto a la agricultura, siendo la postura mayoritaria la que plantea que, en realidad, no puede considerarse que exista una economía pura agrícola o ganadera en estos momentos, constituyéndose siempre en sectores complementarios que dan lugar a economías mixtas. Pero, como es fácil de observar, no en todos los medios y grupos sociales el papel de ambas es el mismo, dándose casos en los que la base fundamental de la subsistencia recae en la agricultura o viceversa; sin embargo, se ha planteado con mayor insistencia la especialización ganadera de ciertas comunidades, dados los medios ecológicos donde se han desarrollado o la movilidad demostrada por algunos grupos humanos a los que se les ha achacado que su economía ganadera, muy móvil, les obligaba a grandes y continuos desplazamientos, responsables de la extensión de algunos de sus productos o que sus influencias culturales llegaran a lugares muy distantes.

Sin duda, una explicación que en muchas ocasiones ha contado con la complicidad de una postura teórica previa de explicación del cambio cultural, basada en el difusionismo moderado, no invasionista. Sin embargo, como plantea C. Renfrew, el pastoreo especializado y, sobre todo, el pastoreo nómada depende siempre de la previa existencia de la agricultura, desarrollándose a partir de una experiencia económica de la combinación de la agricultura y la ganadería, en la que ciertas ventajas adaptativas a medios determinados, no muy aptos para la agricultura, podría, en primer lugar, primar un uso más intensivo de zonas de pastos no utilizadas con anterioridad, favoreciendo un movimiento de tipo trashumante entre zonas de pastos de verano y las aldeas utilizadas de forma habitual durante el año. Este comportamiento ha sido asignado a muchas comunidades del cuarto y tercer milenios en diferentes áreas de la zona mediterránea, por sus condiciones topográficas, y climáticas. Los relieves abruptos, con zonas bajas de buenas tierras en el fondo de los valles (como la mayoría de la Grecia continental, buena parte de Italia o la fachada mediterránea de la Península Ibérica), zonas todas ellas de climas con una acusada estacionalidad -veranos largos y secos- poco aptas para la conservación de pastos en zonas bajas o incluso en las altiplanicies, hacían idóneo un sistema de trashumancia a no muy larga distancia. Así ha sido propuesto por Barker para la Italia central o lo fue con anterioridad por Higgs para la Península Ibérica, haciendo una traslación del sistema pastoril empleado por la Mesta en la Edad Media, llegando a la conclusión de que este sistema fue fundamental en las economías de la Prehistoria Reciente mediterránea; así, se propuso, al llevar al extremo estos argumentos, que una economía móvil de pastoreo trashumante era lo que mejor encajaba con el registro arqueológico dejado por los constructores de sepulcros megalíticos en buena parte de la Península Ibérica, donde las tumbas podían hacer el papel de hitos que jalonan estas rutas de trashumancia y sin que pudieran reconocerse lugares de habitación prolongada, como corresponde a economías móviles.

Desde las propuestas de Higgs, las respuestas fueron inmediatas: Chapman y Davidson, argumentaron que no eran trasladables a la Prehistoria situaciones correspondientes a economías y formaciones sociales muy posteriores y muy diferentes, tan sólo por un determinismo ecológico o a partir de las degradaciones medioambientales detectadas desde la antigüedad. Estas mismas argumentaciones han servido para trasladar el sistema pastoril de trashumancia a otros lugares, como las altiplanicies del sur de Francia en las que grupos de Chassey habían colonizado, ya a finales del cuarto milenio, zonas próximas a las llanuras litorales a base de este tipo de pastoreo. Pero donde se le ha dado un mayor valor económico al papel que juega la ganadería de ovicápridos es en la economía del Egeo en el segundo milenio, no sólo por la aportación de lana, como más adelante veremos, sino por su contribución a la expansión y colonización de nuevas tierras. Todas estas argumentaciones han sido rebatidas por Lewthwaite, quien considera, por el contrario, que la trashumancia y la economía ganadera basada en ella no fue muy importante para las economías de subsistencia que se practicaron durante esta época en la zona mediterránea. Donde mayor relevancia se la ha dado a la economía nómada de pastoreo es en la pretendida expansión de los grupos de cerámicas cordadas (decoradas a base de impresiones de cuerdas), por Europa central y nórdica o hacia las estepas del Este y Asia Central, pero, como señala Renfrew, no son el centro y norte de Europa los lugares más idóneos para la práctica de un pastoreo nómada, siendo sin embargo una zona mucho más propicia para una economía mixta de explotación intensiva.

Para este autor, la idea básica es que una economía de pastoreo nómada sólo es posible en zonas donde la economía agrícola-ganadera no es lo más idóneo, sobre todo en zonas periféricas a las economías mixtas. Esto fue lo que parece debió ocurrir en las estepas rusas, en las que los orígenes de la economía nómada, practicada por los grupos kurganes (nombre derivado del uso de un túmulo para cubrir las sepulturas o kurgán), se debía a un proceso de evolución secundaria de una economía mixta, como la que practicaban los grupos de Cucuteni en Rumanía y Tripoljé en Ucrania y que hacia el 3.500 a.C. se adaptan a una economía nómada en la estepa, aunque lo que el registro arqueológico había parecido revelar era justamente lo contrario: un movimiento de pastores nómadas desde las estepas hacia occidente, opinión sustentada por M. Gimbutas. Como señala Renfrew, ello no quiere decir que no hubiera préstamos culturales desde las estepas hacia occidente, pero nunca un movimiento migratorio de gran alcance producido hacia la mitad del tercer milenio. La economía nómada necesitó del concurso del caballo para su expansión a grandes distancias; sin embargo, tras la domesticación del caballo en las estepas del sur de Rusia parece que, aunque se explotaba desde el tercer milenio, sólo se usaba a efectos alimenticios, por lo menos durante toda la llamada cultura de Andronovo. No obstante, se detecta la presencia de pastores nómadas en Asia Central, en Turkmenistán y la meseta del Irán, ya empleando el caballo como animal de tiro e incluso se puede argumentar su uso militar, lo que implicaría su monta, hecho que estará mejor documentado a lo largo del segundo milenio, lejos ya de las fechas propuestas para el movimiento que dio origen a la presencia de los grupos de cerámicas cordadas en Europa, incluso a sus sucesores cronológicos, los grupos campaniformes.

La presencia del caballo doméstico entre los pastores nómadas de las estepas, durante el tercer milenio, nos da pie para plantear que, en líneas generales, las especies domesticadas y explotadas como ganado son las mismas durante esta época que en las anteriores, aunque lo que parece cambiar es su representación porcentual. Ello plantea, por un lado, una mejor adecuación del ganado a los distintos ambientes, con la presencia del cerdo en el área mediterránea en el tercer milenio y un aumento de los bóvidos y la presencia del caballo doméstico; por otro, aunque aún se discute su uso como animales de carga y tracción o como fuentes de proteínas, aunque en este sentido los ovicápridos seguirán siendo fundamentales, según las áreas. El cerdo se ha convertido en una especie indicadora de la importancia de la agricultura, ya que limita las posibilidades de movimiento de los ganados, al no ser un animal apto para el nomadeo o la trashumancia. Con ello se ha establecido que, allí donde era posible su cría, pudo comenzar a través de un proceso de domesticación local, que pudo producirse en varios puntos muy distantes. Para Europa se han señalado diversos lugares de su posible domesticación, entre ellos el sur de la Península Ibérica o en Extremo Oriente, donde ésta se relaciona con un grupo de agricultores, los YangShao, de la provincia china de Honan, junto con los perros. Pero el avance más significativo que pudo ocurrir durante el período que estamos analizando es la llamada, en terminología de Sherratt, la revolución de los productos secundarios.

La domesticación de las especies animales, en especial ovicápridos y bóvidos, se había hecho según su uso en la dieta y no existen muchos datos que permitieran suponer que, durante mucho tiempo, se produjeran otros aprovechamientos. Sin embargo, una serie de documentos indirectos proporcionan información acerca del uso de productos como la leche, la lana, e incluso los excrementos, en las dietas y economías de los grupos prehistóricos. En Mesopotamia, en el período conocido como Uruk, a lo largo del tercer milenio, se ha observado que se había producido una selección de nuevas razas de ovejas que tenían más cantidad de lana, obtenidas mediante el esquileo, para una artesanía textil. Al mismo tiempo, la aparición de un nuevo repertorio de vasijas, aptas para el consumo de bebidas -jarras o copas- así como las escenas representadas en las decoraciones cerámicas indican, sin lugar a dudas, la utilización de productos lácteos. Esta misma explicación ha sido propuesta para el cambio tipológico de amplias zonas de Europa centro-oriental y suroriental, incluyendo la Península Anatólica. La adopción de tipos de vasijas desconocidos hasta entonces, como jarras y copas, muy frecuentes a partir de ahora en los grupos de Baden, inicialmente se relacionaron con el consumo de vino y como consecuencia de un movimiento de pueblos procedentes de Anatolia y que impusieron el cultivo de la vid, pero que hoy por su extensión a casi toda Europa se asocian más al consumo de la leche y productos derivados.

Por otro lado, un nuevo dato indirecto, la aparición cada vez más frecuentes de fusayolas en toda Europa, permite plantear la importancia creciente de los tejidos de lana que van desplazando, poco a poco, a los tejidos de fibra vegetal, especialmente de lino. Es ya evidente su uso como fibra textil entre las poblaciones palafíticas de los bordes de lagos de Suiza, sur de Alemania y norte de Italia, donde las excepcionales condiciones de conservación de los materiales orgánicos pueden ilustrar una serie de aspectos de la actividad textil que, por desgracia, son imposibles de documentar en otros ambientes, como ha evidenciado Petrequin. La ya planteada intensificación agrícola y el uso del tiro animal para labores de arado y transporte, demuestran una clara relación entre agricultura y ganadería, lo que debió extenderse a otras cuestiones como el uso de los excrementos para el abonado de los campos y el aprovechamiento de la ya comentada rotación de cultivos y los períodos de barbecho, que eran aprovechados para alimentar en temporadas los rebaños de ovicápridos. No obstante, no se han aportado pruebas del uso intencionado de los excrementos como fertilizantes para el abonado de campos de cultivo, costumbre que sólo está atestiguada en etapas muy posteriores. En conclusión, podemos destacar que la ganadería, durante este período, contribuye de forma decisiva al proceso de intensificación que vimos era deducible del análisis de la agricultura, aunque ello no ocurre de forma regular en todo el espacio analizado.

Dos son las aportaciones más decisivas observables: de un lado, la constatación en diferentes zonas del uso de la tracción animal para el arado, en principio por bueyes, y por otro, el empleo del carro para el transporte con tiro animal, uncido con yugos, a lo que hay que añadir una serie de pruebas que evidencien la domesticación del caballo en las estepas suroccidentales asiáticas y europeas o en el extremo sur de la Península Ibérica, entre otros muchos lugares. Por otro lado, es también importante la documentación, aunque sea indirecta, de un aprovechamiento de los productos secundarios, como la leche y la lana del ganado, que constituyen también, junto al consumo de la carne, el soporte de la expansión poblacional que planteábamos para las sociedades del cuarto y tercer milenios. El cuadro obtenido del análisis de la agricultura y la ganadería demuestra que ambos sectores han ido evolucionando a lo largo de todo este tiempo, de modo que, cuando veamos surgir sociedades más complejas a finales del tercer milenio y sobre todo a lo largo del segundo, su soporte económico estará perfectamente basado en una economía que podremos calificar de agropecuaria, en el pleno sentido del término, con una real integración de ambos sectores -agricultura y ganadería- salvo algunas excepciones, con adaptaciones particulares a condiciones específicas como las economías de pastoreo nómada de las estepas pónticas. En el II milenio la continuidad con respecto al tercer milenio parece la característica general; sin embargo, hay que recoger una serie de aportaciones de diferente significado y así, como en la agricultura, podremos constatar ciertas especializaciones que permitirán hablar de auténticas economías ganaderas, siempre derivadas de otras previas agrícola-ganaderas, en zonas donde las condiciones medio ambientales no permitían otro tipo de práctica económica.

Señalábamos que durante el milenio anterior existían pruebas directas e indirectas de la domesticación del caballo, domesticación que producida en una sola área -estepas pónticas- o en diferentes zonas, a través de procesos convergentes, llevó el uso del caballo a amplias y diferentes zonas de Europa, Próximo Oriente o Egipto. La extensión del uso del caballo plantea dos consecuencias dignas de destacar: en primer lugar, su importancia como medio de transporte para jinetes y, en segundo lugar, para la tracción de vehículos, tipo carros. El uso de los caballos para el traslado o arrastre de enseres y cargas no se ha puesto en duda desde su domesticación; por el contrario, no existían tantas pruebas directas de su uso para tiro de carros, con ruedas macizas, como del uso de bóvidos. Pero siempre se le ha adjudicado al caballo un doble papel, como animal noble que se usa tanto para la guerra como para la exhibición del rango. Esta idea se ha ligado a los pueblos esteparios y sus grandes desplazamientos a los que se han considerado, desde una teoría invasionista, los responsables de la introducción en Europa de los enterramientos individuales bajo túmulos o de la lengua indoeuropea en la zona indoiraní, en el otro extremo de su pretendida expansión. Las pruebas del uso del caballo para tiro de los carros de guerra de dos ruedas con radios, se remontan al segundo milenio, documentadas por primera vez en Europa en estelas, sellos y frescos micénicos y en estelas funerarias hititas o en escenas de batallas de tumbas egipcias; se considera que su introducción en el Egipto faraónico se debe a la presencia de los pueblos pastores hicsos, hacia el 1700 a.

C., desde donde pasaron a ser usados, a lo largo del resto del segundo milenio, en todo el norte del Africa sahariana. En Mesopotamia, el uso del carro de guerra aparece en escenas de batallas o de cacerías reales, más tardías que las egipcias, pero que indican la extensión de su utilización hasta el punto que se conoce un tratado en hitita de un hurrita, Kikkuli, sobre la doma del caballo para su unción al carro de guerra, según recoge Renfrew. En el Extremo Oriente, el uso del carro de guerra está atestiguado en la dinastía china Shang, empleado para la caza y la guerra por la elite y la realeza, de forma que es un claro indicador de rango, tal como es visible por su uso en la tumba de Anyang, donde se entierran caballos, carros y conductores junto al difunto. El uso del caballo para la monta de jinetes está muy mal atestiguado hasta el primer milenio o los siglos finales del segundo. La representación de jinetes en relieves egipcios muestra un empleo no bélico del caballo, confirmado por la existencia de bocados en metal desde 1500 a.C. en el Próximo Oriente, Europa y China, y más antiguos, de comienzos del segundo milenio y elaborados en hueso, en los Cárpatos y estepas orientales. No parece que pueda hablarse de caballería militar hasta bien avanzado el primer milenio, con la utilización del estribo metálico. De lo que no parece haber duda es de que la ganadería caballar, tras una primera etapa de la cría para su uso en actividades de transporte, producción agrícola y provisión de carne, adquiere en determinadas sociedades el rango de indicador de estatus, con caballos uncidos a carros de guerra y ya, a finales del milenio, como montura de jinetes.

Con respecto a economías especializadas en la ganadería, ya vimos que las posibilidades de un desarrollo de este tipo de economía sólo se había producido a partir de economías mixtas agrícola-ganaderas. Dos áreas muy alejadas entre sí y de condiciones medio ambientales muy diferentes, han sido consideradas las más adecuadas para el desarrollo de este tipo de especialización económica: las estepas euroasiáticas y la región del Sáhara, entre el Nilo y el Atlántico. Ya hicimos referencia a que la adopción del pastoreo nómada en las estepas centrales asiáticas, se basó en el uso del caballo como montura a partir de lo cual, en el segundo milenio, se produce una intensa migración que se ha relacionado con una fuerte expansión demográfica hacia el sur, atestiguada por la presencia de tumbas de pozo, en Turkmenistán. Migración que extiende esa economía por toda la meseta iraní, demostrando una gran movilidad favorecida por la posesión del caballo, ya domesticado quizás en la zona occidental de las estepas rusas, desde el final del tercer milenio. Esa expansión comenzó en épocas muy anteriores, pero fue más intensa por el uso de los caballos que hacían los guerreros nómadas, que, según Gimbutas, ya debían poseer una organización social jerarquizada, y que llegan a controlar, a fines del segundo milenio, la mayor parte de la cuenca del Indo, donde se aprecia el uso del indoeuropeo en el grupo de Harappa. En Egipto la introducción del caballo se produce en el siglo XVI a.

C., pero ya con anterioridad se practicaba la ganadería de bóvidos y ovejas desde el quinto milenio. Se supone que desde aquí se produce la expansión de la ganadería hacia occidente por todo el norte de Africa. Esta ganadería, basada en los bóvidos, ha dejado una huella intensa en miles de pinturas y grabados realizados en el transcurso del cuarto y tercer milenios. Era una ganadería exclusiva de bóvidos que se extiende desde el Nilo al Atlántico ocupando la zona norsahariana y el propio Sáhara, el cual atraviesa en esta época una relativa humedad que lo hace apto para el desarrollo de la agricultura, atestiguada en los grupos neolíticos de Mauritania, Tichitt-Walatta y con buenos pastos en los macizos que lo rodean. A partir de 2500 a.C., las condiciones de aridez se acentúan y el Sáhara empieza a convertirse en el auténtico desierto que es hoy. Es en esos momentos cuando se produce un desplazamiento de la ganadería a la zona subsahariana, hacia los bordes del bosque ecuatorial, ocupándose con rebaños de bóvidos y ovicápridos zonas de Malí, Ghana, bordes del lago Tchad y hacia el este, Kenya y el Rift Valley, dando lugar a una economía especializada en el pastoreo de la sabana. El periodo de ganadería de bóvidos se conoce como la época de ganaderos de bóvidos que se extiende por el norte del Sáhara, en Argelia, Tassili y Hoggar, Libia, Chad o Sudán. Hacia el siglo XVI comienza la aparición de una nueva serie de grabados y pinturas rupestres, que dan lugar al llamado periodo del caballo, representando carros tirados por caballos y jinetes, tradición que se extenderá a lo largo de todo el primer milenio.

La documentación de más de 600 representaciones de esta especie, desde el Atlántico al Nilo y desde el Atlas al Sudán, ha hecho plantearse la existencia de dos rutas diferentes de carros que atraviesan el Sáhara de oriente a occidente. Así pues, la ganadería de bóvidos se generaliza por buena parte de África, al norte del Ecuador, pero también aquí a partir de una economía agrícola-ganadera, documentada en el cuarto y quinto milenios en el Sáhara. El segundo milenio se caracteriza también por la profundización del uso de los productos secundarios procedentes de la ganadería, constatado por la importancia que alcanza el ganado ovino en economías, como la palacial minoica y micénica, con una intensa y especializada explotación de la lana, para lo que incluso se produce una manipulación de la composición de los rebaños con una gran cantidad de machos que, una vez castrados, producen mejor y más abundante lana. En las tablillas queda también atestiguado el uso de otros productos secundarios, como pelos y cuernos de las cabras, aunque éstas eran menos numerosas que las ovejas. Entre estos productos secundarios se consideran también los procedentes de las cabras montesas cretenses y de otros animales objeto de caza. El queso y las pieles han quedado también recogidos en las tablillas entre los productos derivados de la explotación ganadera.

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