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A los ojos de los teólogos, la iglesia contaba con dos lugares de honor: la cúpula y la concha del ábside, destinada a la Madre de Dios. La cúpula era el cielo, desde donde Cristo Pantocrátor, el Todopoderoso, mira hacia abajo, a veces benigno, a veces, como en Dafni, con la severidad de un juez omnividente, rodeado de la milicia angélica y acompañado, en ocasiones, de los Evangelistas -Tetramorfos- asentados en las pechinas. Así fue entendido por Mesarites, cuando en su descripción de la iglesia de los Santos Apóstoles, a fines del siglo XII, señala que "puede realmente llamarse la cúpula del Cielo, pues en ella brilla el Sol de Justicia, la luz que está por encima de toda luz, el Señor de la Luz. Cristo mismo". El ábside, por su parte, era la cueva de Belén y en ella estaba la Madre de Dios con su Hijo, tal como la vemos en Torcello: aristocrática, de pie y en posición frontal, sostiene al Niño con su brazo izquierdo. El altar era la mesa de la Ultima Cena y cimborrio que lo cubría el Santo Sepulcro. La conexión entre representaciones se produce por medio de una composición original: la Hetimasia; en un tronco vacío, preparado para el Juicio Final, están dispuestos los instrumentos de la Pasión. Es el recuerdo de la primera venida de Cristo al mundo y el anuncio de la segunda. El resto del santuario está dedicado al misterio que se celebra cada día tras las puertas cerradas del iconostasio: la Eucaristía. La escena más notable es la Divina Liturgia: Cristo, servido por los ángeles que llevan los atributos de los diáconos, celebra por sí mismo la liturgia, o da la comunión, bajo las especies del pan y el vino, a los Apóstoles alineados en dos filas a derecha e izquierda del altar.

En los muros, cerca del altar, se sitúan los grandes sacerdotes del Antiguo Testamento que prefiguran a Cristo: Abraham, Aarón... en los ábsides laterales se disponen escenas que se relacionan con el sacrificio Divino. La nave central se dedica fundamentalmente a las grandes Fiestas de la Iglesia, en número de siete -en recuerdo de los Días de la Creación-, diez -en razón del Decálogo- o doce -simbolizando a los Apóstoles- resumiendo las enseñanzas del Dogma y completando el ciclo de la historia de la Salvación de la Humanidad. En el nártex pueden contemplarse temas alusivos a la vida de la Virgen, frecuentemente inspirados en los Evangelios Apócrifos. En el tímpano de la puerta que va del nártex a la nave, habitualmente figura la Deesis. Allí, la Virgen y San Juan interceden ante Cristo por los pecados de la Humanidad; a veces se permite la presencia del fundador de la iglesia, humildemente arrodillado. Mártires y santos, profetas u obispos se distribuyen por el resto de las naves de acuerdo con una estricta jerarquía. De estas figuras, las más atractivas eran esos retratos de anacoretas, de larga barba, mejillas hundidas y mirada fija, en los que los monjes se veían reflejados. Finalmente, las representaciones escatológicas y las del Juicio Final se oponían, desde el muro de entrada, a la imagen del Pantocrátor. Hay que matizar, no obstante, que la disposición no era siempre uniforme, pero el Pantocrátor en la cúpula y la Madre de Dios en el ábside eran elementos fijos.

Los santos principales aparecían siempre, pero no necesariamente en el mismo lugar, y los santos menores variaban según los intereses locales y las preferencias devocionales del fundador del edificio. Pero el esquema general y su significado eran aceptados en todas partes. El edificio de la iglesia y toda su decoración formaban una unidad con la liturgia. Ninguna de las partes podía considerarse aisladamente. Se trataba, en consecuencia, de un programa cristiano cuidadosamente establecido y deliberadamente elegido. Las imágenes que decoran estos edificios tienen por objeto representar, cada una en su lugar, a los habitantes del reino de Dios. Y como éste no comprende la Tierra y el género humano más que desde la Encarnación, que renueva místicamente cada misa celebrada por los hombres, la historia de la Encarnación, es decir, un ciclo de imágenes evangélicas se añade a continuación con el objeto de recordar el retorno de la Humanidad a la unión con Dios y su derecho, en adelante, a un lugar en el Universo que representa cada iglesia. Esta imagen fue captada en el poema descriptivo que Constantino Rodhio dedicó a la iglesia de los Santos Apóstoles de Constantinopla, entrado el siglo X: "El artífice ha dispuesto piadosamente que la cúpula central pueda ser elevada y reine sobre las otras como si fuera a ser destinada al gran trono de Dios, y a proteger su preciosa imagen que ha sido dibujada en medio de la famosa iglesia... en medio del suntuoso techo, permanece una representación de Cristo como si fuera el Sol, una maravilla excediendo a todas las maravillas; a continuación, como la luna, aquélla de la inmaculada Virgen y, como las estrellas, aquéllas de los sabios apóstoles.

El espacio interno completo ha sido cubierto con una mezcla de oro y vidrio, de modo que forma el cupulado techo y surge por encima de los hundidos arcos, bajo el revestimiento de mármoles de colores y la segunda cornisa. Están representadas aquí las acciones y venerables formas que cuentan la baja del Logos, y su presencia entre nosotros los mortales". La teoría tenía sus efectos prácticos. Por eso había que elegir el medio técnico digno de los temas a desarrollar. Y así como la vista era el primero de los sentidos, la luz era el primero de los elementos. La vista necesitaba luz, y la luz para los bizantinos quería decir color y el color definía las formas. Esto daba supremacía al arte pictórico. Pero aunque la pintura al fresco se practicó durante todo el período, aquéllos que se lo pudieron permitir optaron por el mosaico. El katholikon de Hosios Lukas; la Nea Moni de la isla de Quíos, fundada por el emperador Constantino IX Monómaco a mediados del siglo XI; iglesia de la Koimesis de Nicea -la iglesia monacal renovada tras el terremoto acaecido el año 1056-; el monasterio de Dafni, cerca de Atenas, reconstruido hacia 1100 y el monasterio del Pantocrátor de Constantinopla -hoy Zeyrek Camii- fundado entre los años 1118 y 1134 para que sirviera de mausoleo a la dinastía de los Comneno, así lo reflejan. La decoración de estas obras se distingue por la limpieza de la composición, por los grandes espacios vacíos juiciosamente dispuestos alrededor de las figuras y por la transformación de las propias figuras en el eje y módulo de toda la representación. Las imágenes, al estar concebidas como un espejo en el cual se refleja el mundo inteligible, han de evitar todo aquello que recuerde la tierra como tal: la tercera dimensión, la perspectiva, los adornos perturbadores y los países evocadores de lo lejano. Incluso a veces se prescinde por completo del paisaje, para que no haya nada que rompa la unidad del fondo de oro. Las proporciones, los ritmos, los equilibrios que definen una composición pintada, son efectivamente determinados de esta manera.

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