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Desarrollo


En cuanto a la estructura de la enseñanza en España durante los últimos años del Franquismo, queremos dejar constancia de que el panorama cultural en los años anteriores (en sentido amplio) al advenimiento de la democracia estuvo jalonado de experiencias pedagógicas de interés que no fueron tenidas en cuenta en los modelos educativos posteriores. Con la llegada de la democracia fueron muchas las expectativas que se crearon en torno a la educación. No obstante, en buena parte de las ocasiones los modelos de cambio pedagógicos devinieron en una retórica política que olvidó la cuestión nuclear de los contenidos. La pregunta que se hacía una de sus alumnas treinta y tres años después, "Pero, ¿de verdad que durante el Franquismo dejaban estudiar a las mujeres en la universidad?", ha llevado a Rodríguez Tapia a escribir un lúcido artículo, "La educación en la transición política española: biografía de una traición". Según el autor, las deformaciones históricas, que nos son invento reciente, han llevado a relacionar la historia de la educación en la España del siglo XX con sobreentendidos indiscutibles con rasgos de axiomas, como son las nociones de que, por ejemplo, antes de la transición política las mujeres no podían estudiar; los hijos de las clases por debajo de la clase alta, tampoco; las cosas que se enseñaban eran todas deformadas políticamente; además, por supuesto, nada de soñar con que hubiera enseñanza en lenguas diferentes al castellano.

Y mil y una cosas más, todas las cuales llevaban a una única consideración: antes de la transición no había educación que mereciera ser llamada así. O quizá sí la había, pero era en todo caso algo parecido al Trivium, con sesgo falangista, o centralista, o vaticano, o fascista, según los intereses actuales del interlocutor. ¿Había, pues, "una" educación en aquella España, de la que ahora podamos dar una descripción? ¿Se correspondía el estado de la educación con el conjunto de la España de la época, o eran ambas realidades no sólo independientes sino ajenas y hasta opuestas, tal como muchos dicen que hoy sucede? ¿Puede historiarse aquella educación sin desdibujar el sujeto historiado, o por el contrario, sin forzar la existencia de algo que quizá no existe más que como deseo? Oleadas de historiadores han desembarcado en esta época, apenas iluminando la cuestión. El florido pensil y otras obras imitadoras más o menos, o plagiarias de ella, han ayudado poco a conocer la realidad educativa, ya que, aunque lo que comunican es verdad documentada casi en su totalidad, no es en absoluto la totalidad de la verdad: conviviendo con algunas deficiencias, en ocasiones magnificadas, hubo múltiples posibilidades educativas en esa España que, sin embargo, no ofrecía tal variedad en muchos de sus espacios de sus posibilidades de actividad. Uno de los mejores productos educativos del siglo pasado fue sin duda el Bachillerato de 1957, sobre todo por contraste con lo que vino después.

Incluso algún conocido catedrático nada franquista, defiende que además fue el bachillerato que cursaron los que luego supieron traer la democracia a España. A pesar de la asignatura de Formación del Espíritu Nacional, que por lo demás, en absoluto adoctrinó a la población, la prueba es que era una de las llamadas "marías", junto con la religión muy fáciles de aprobar. Además, esa asignatura, en absoluto impregnaba las demás. En ella se explicaban las distintas formas políticas, no se cantaban las glorias de una única posible. Al llegar a la Transición, a veces los españoles han pensado demasiado limitadamente acerca de sus males y han creído que el autoritarismo familiar de los setenta era un problema exclusiva o primordialmente español; y también que una escuela un tanto demasiado a la antigua, estaba pidiendo a gritos que, por así decirlo, dejar entrara a los Beatles en las clases de música. Gráfico Estos problemas estaban vivos en toda Europa, y de ahí las revueltas de París, y no digamos las de Praga y las de Hungría, y más tarde las londinenses y sus mods. Un modelo estaba agotándose: un modelo de relaciones familiares, de organización política y de legislación; pero también un modelo de hacer y ver cine, de relacionarse con las personas, de trabajar, y, por supuesto, de la enseñanza. Sí, así era, y así se puede comprobar que era, en el conjunto de una Europa que dejaba atrás la posguerra tardía. Esto, en realidad, no le importaba nada al mundo de la enseñanza. La enseñanza iba a lo suyo como siempre, y mucho más en aquella época.

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