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Monarquías occidenta

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Durante el medio siglo que cubre los reinados de Enrique II, Ricardo Corazón de León y los inicios del de Juan Sin Tierra, los monarcas ingleses de la dinastía de Anjou (o Plantagenet) acapararon un enorme poder territorial. Para definir tal poder se ha acuñado una expresión: la de Imperio angevino. Los contemporáneos no la utilizaron aunque reconocieron la incuestionable autoridad de sus titulares. En el presente se duda de la adecuación del vocablo Imperio dada la inexistencia de una estructura administrativa centralizada de la que dependieran todos sus dominios. Incluso autores como J. Le Patourel y C. W. Hollister han contrastado lo compacto del Imperio normando de Guillermo I y sus sucesores con lo heterogéneo de los territorios del angevino. Los condes de Anjou que habían de dar nombre a la nueva dinastía reinante en Inglaterra desde 1154, pertenecían desde el siglo X al grupo de príncipes feudales franceses que alternativamente se aliaban o se enfrentaban para reforzar su poder en el Norte y Oeste de la Galia (J. Gillingahm). No se diferenciaban en ello gran cosa de los duques de Normandía. Por los años en que éstos llevaban a cabo la conquista y organización de Inglaterra, Fulco IV y Fulco V (muerto este en 1128) añadían a su Anjou original los condados de Maine y Turena. La incorporación de ésta suponía la inclusión en los dominios angevinos de la ciudad de Tours, prestigioso centro eclesiástico e importante nudo de comunicaciones.

El heredero de Fulco V, Godofredo Plantagenet, casó en 1128 con Matilde, viuda del emperador alemán Enrique V y receptora de los derechos al trono inglés por vía de su padre Enrique I Beauclerc. Los intereses territoriales de los angevinos -ejercidos de forma efectiva o de forma teórica que se hizo práctica en los años siguientes- se extendían desde el Muro Adriano hasta el Loira. El heredero de estos derechos, el que sería desde 1154 Enrique II de Inglaterra, había ampliado más hacia el Mediodía su radio de acción. En efecto, las malas relaciones entre Leonor de Aquitania y Luis VII de Francia habían conducido a la anulación del matrimonio en el concilio de Beaugency de 1152. Unas semanas mas tarde "la reina de los trovadores" se casaba con Enrique aportando al patrimonio de la casa de Anjou las ricas tierras de Aquitania. El Imperio Plantagenet ponía sus límites en la raya del Pirineo para disgusto de quienes habían de ser sus más encarnizados rivales: los Capeto de Paris. Las ambiciones territoriales de Enrique II no se pararon ahí. En los años siguientes, Bretaña fue objeto de especial atención: en 1166, Constanza, hija de Conan IV, se comprometía con Godofredo, uno de los hijos de Enrique y Leonor. Por el "assise" de 1185, Bretaña se ajustaba a las pautas del Imperio angevino. En 1163, por acuerdo entre Enrique II y los condes de Flandes, éstos se comprometían a apoyar al monarca inglés con un contingente de mil caballeros cuando les fuera solicitado.

Escocia, Irlanda y Gales también fueron objeto de marcado interés para la política y la diplomacia Plantagenet. En relación con la primera, y entre 1157 y 1175, Enrique fue recuperando aquellos territorios del Norte que los soberanos escoceses habían ocupado aprovechando la anarquía de tiempos de Esteban. En 1173 Guillermo de Escocia, derrotado en Alnwick, firmaba un humillante tratado por el que diversas plazas de su reino recibirían guarniciones inglesas. Paralelamente, los principales caudillos galeses se sometían al vasallaje Plantagenet y algunos condados irlandeses empezaron a conocer la presencia militar inglesa. A grandes dominios territoriales, grandes conflictos. De todos los territorios del Imperio Angevino, el bloque anglo-normando era sobre el que el monarca podía ejercer un poder más libre de trabas. De hecho, Enrique II prosiguió la política de centralización promovida por Guillermo el Conquistador o Enrique I. El mayor conflicto surgió de la resistencia de ciertos sectores de la Iglesia a los propósitos del soberano. La crisis estalló con motivo de la promulgación en 1164 de las "Constituciones de Clarendon" por las que Enrique trataba de restringir la jurisdicción de los tribunales eclesiásticos y se les instaba, además, a que adoptasen los procedimientos propios de los civiles. El rey encontró el apoyo de algunos miembros del alto clero como los obispos de Londres y York pero chocó con la aura oposición de su antiguo amigo y canciller, ahora arzobispo de Canterbury, Tomás Becket, transformado en campeón de las libertades eclesiásticas.

Acusado por la justicia ordinaria, Tomás huyó a Francia dejando al monarca ingles en desairada situación. Tras diversos intentos de mediación (culminados en la concordia de Freteval) el prelado retornó a Inglaterra (1170) pero se negó a levantar las sanciones que tiempo atrás había lanzado contra consejeros del rey. Unos imprudentes comentarios de éste condujeron a desencadenar la tragedia: un grupo de caballeros de la casa real irrumpió en la iglesia de Canterbury cosiendo a puñaladas a Tomás. Un terrible escándalo sacudió a toda la Cristiandad. Enrique hubo de someterse a una humillante penitencia pública y las "Constituciones de Clarendon", si no anuladas, fueron suavizadas en sus puntos más polémicos: Concordato de Avranches. De no menor trascendencia política fueron los conflictos derivados de la heterogeneidad de territorios del Imperio Plantagenet y de los problemas domésticos surgidos en la corte de Enrique. Sobre las grandes entidades políticas el rey implantó unos poderes delegados. Así, en el bloque estrictamente angevino (Anjou, Maine y Turena), sería el senescal de Anjou quien actuara. En Bretaña sería su hijo Godofredo como consorte de la duquesa Constanza. En Aquitania, Leonor actuó de hecho como verdadera señora del país y, desde 1169, otro de los hijos del matrimonio, Ricardo, ejerció amplias prerrogativas. Para Irlanda, cuya conquista se había iniciado en 1171, se pensó en otro de los vástagos, Juan, con poderes de virrey El principio de solidaridad familiar -similar al que los Capeto estaban implantando en sus entontes modestos dominios- se pensaba que era el mejor cemento de unión para un imperio excesivamente dilatado.

Enrique II así lo entendió cuando, en 1170, asoció al trono a su primogénito, Enrique el Joven. Este conjunto de medidas se revelarán como contraproducentes. El autoritarismo real provocó una vasta rebelión entre 1173 y 1174 en la que estuvieron implicados un gran número de señores ingleses, los propios hijos del rey atizados por su madre Leonor y gentes descontentas del Poitou y Normandía. Los reyes de Francia y Escocia y los condes de Flandes y Blois prestaron también su apoyo a la revuelta. Enrique logró salir con bien de la prueba al capturar a su esposa y levantar un fuerte ejército con el que rechazó a sus rivales. En 1183 estalló otra disputa familiar rápidamente zanjada con la muerte súbita de Enrique el Joven Fueron los últimos años de vida de Enrique II, muerto en 1189. Para entonces otro monarca Capeto, más capacitado políticamente que su padre Luis VII, se preparaba para minar las fuerzas de sus rivales Plantagenet: Felipe II Augusto.

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