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Irán

Desarrollo


Es evidente que por su situación geográfica y temporal, el reino medo debió de jugar un curioso papel intermediario entre el remoto Irán del noroeste y el arte aqueménida de los siglos VI, V y IV a. C. Razón básica por la que el asunto no puede ser en modo alguno dejado aparte. Tiempo atrás, E. Porada se quejaba de la imposible descripción del arte medo a causa de la rarísima documentación fiable. Y aunque en los años siguientes se excavaron algunos sitios en el corazón de la antigua Media, como Nusi Yan, Godin Tépé y Baba Yan, todavía en 1985 I. M. Dyakonov habría de insistir en lo poco que conocemos del arte y la cultura material de los antiguos medos. No obstante, algo podemos decir. R. Ghirshman atribuía a los medos una curiosa serie de tumbas excavadas en las rocas de sus montañas. Las principales eran la de Kizkapan en el Kurdistán iraquí y las de Fahráqáh, Ferhád, Sakawand y Dukkan-i Daud en el Irán. Como apunta no sin cierta ironía R. N. Frye, la atribución a los medos se hizo simplemente porque en la comparación con las más elaboradas del Naqs-i Rustam aqueménida, la pobreza técnica de las supuestas medas sugería una cronología anterior. Aunque tal datación todavía se repite aquí y allá, lo cierto es que en un detalladísimo estudio, H. von Gall proporcionó las suficientes evidencias como para concluir que las tumbas rupestres de la Media eran copias mediocres de los reales aqueménidas, y que por tanto debían datarse en el último período de la monarquía persa, cuando jefes locales medos pudieron tener el capricho de construirlas.

Pero, como dice E. Porada, ya sean de época meda o aqueménida, las tumbas citadas no son puramente medas. Creo que con independencia de la cronología que se les dé, las tumbas de Media recogen en esencia lo que debió ser su arte. Lo primero es notar que las tumbas excavadas en la roca no eran conocidas en el Irán pre-medo/aqueménida, pero sí y profusamente en Urartu. Probablemente la idea llegó a Persépolis a través de los medos. No obstante, en la tumba de Kizkapan, por ejemplo, R. Ghirshman veía un recuerdo del mundo escita en el techo, que imita una cubierta de troncos. Y salvo en las de Sakawand, tan pequeñas que recuerdan a un simple osario, la planta de estas tumbas no deja de poseer una cierta elaboración: fachada de columnas, saledizo que protege la entrada y dos cámaras, a veces con columnas, donde dos y tres fosas excavadas en la roca manifiestan un uso múltiple. R. Ghirshman pensaba que éstas habían sido las tumbas de los reyes medos. Pero ninguna inscripción lo avala, y si se aceptan los argumentos de H. von Gall, debemos concluir que, como mucho, en ellas se recoge algo del sentir medo pero, eso sí, influido ya por lo aqueménida. ¿Seguimos pues con la ignorancia del arte medo? Creo que, bien al contrario, hoy contamos ya con elementos novedosos. Entre los años 1967 y 1977, D. Stronach dirigió la excavación de Tepe Nus-i Yan, una pequeña colina natural situada a unos 60 km al sur de Hamadan. En su cumbre, una plataforma de 80 x 30 m, los estudiosos encontrarían los restos de cuatro edificios monumentales que, por las condiciones de su hallazgo y las estructuras relacionadas, se revelarían como un verdadero misterio.

Según D. Stronach los cuatro edificios medos que coronan la colina siguiendo una disposición longitudinal, no fueron de construcción simultánea, aunque sí llegarían a estar en uso a la vez. En torno al 750 a. C. en el extremo este de la colina se construyó una fortaleza. Más tarde vendría un templo del fuego en el centro y, al oeste, una gran sala de columnas -precisamente un edificio más tardío- que se adosaría a otro templo del fuego anterior. Construida en adobe, la fortaleza medía unos 22 x 25 m. Sus fachadas presentaban entrantes y salientes, y en el interior se advierte la existencia de un piso superior y salas muy alargadas. En el extremo oeste, un edificio pequeño, con dos salas y fachadas muy parecidas a las de la fortaleza, se identificó como un templo del fuego. Delante, bastante después, se adosó una luminosa sala, cuya techumbre estaba sostenida por doce columnas de madera dispuestas en tres filas de cuatro. Desde la sala se bajaba a un túnel de 20 m de lado, 1,70 de alto y 1,80 de anchura, de destino desconocido, acaso ligado a cultos o pruebas iniciáticas. Por fin, en el centro se levantó lo que parece haber sido el edificio más interesante, un templo del fuego de complicada fachada exterior y tres espacios -el principal triangular- en el interior. Según D. Stronach, el templo debió ser clausurado ritualmente. Así las habitaciones fueron llenadas con piedra de esquisto hasta una altura de 6 m. Luego, todo se cubrió con adobe y esteras.

Decía R. Ghirshman que el templo de Nus-i Yan debió de ser uno de los daivadana destruidos por Jerjes en su campaña contra tales cultos. Pero D. Stronach apunta la inexistencia de destrucciones intencionadas. Sólo hacia el 650-600, el lugar se abandonó. Más o menos en la misma época en que D. Stronach trabajaba en Nus-i Yan, T. C. Young y L. D. Levine excavaban la ciudadela de Godin Tepe cerca de Kangavar. El segundo y último nivel se remonta a los siglos VIII-VII a. C., la época meda, y proporcionó un curioso edificio compuesto por una gran sala de 31 columnas de madera -de 25, 15 x 25,70 m-, con bancos corridos adosados a los muros N, E y O. En el centro del banco norte se distinguía un lugar elevado. A los lados, otras salas de columnas de madera y otros espacios. Todo venía protegido por un muro de 2,30 m de anchura y varias torres. Por fin, en Baba Yan Tepe, cerca de Nihavend, por los mismos años, C. Goff Meade descubría lo que podría haber sido una casa señorial fortificada, de en torno al siglo VIII a. C. Allí, en el último nivel, el patio primero se convirtió en sala de columnas. Los tres conjuntos de edificios citados constituyen el primer ejemplo bien datado y atribuible a los medos. Y ello porque la cerámica de la época es típica de la región de Hamadán -que, no lo olvidemos, encierra a la antigua Ecbatana-; pulimentada de color rojizo o blancuzco, con cuencos de asas horizontales y jarras de asas verticales. En segundo lugar, porque en sus salas de columnas se perciben dos cosas; la influencia de las salas de pilares de Urartu, patente ya en la mannea Hasanlu, y el posterior desarrollo de la arquitectura aqueménida de Pasargada, Persépolis o Susa.

Algo presumido teóricamente por la historiografía en el arte medo y que así se confirma: el papel de recepción de las influencias meridionales, su maduración y su transmisión al ámbito persa. Porque es evidente que las rústicas ideas de Hasanlu, Godin o Nus-i Yan respiran ya un aire nuevo. Recuerda E. Porada que, cuando Ciro conquistó Ecbatana, se llevó a Ansan y como botín los tesoros de plata y oro del rey. Tal cuenta al menos la crónica de Nabu-na'id. Si ello es así, podríamos pensar que los medos fueron orfebres de calidad. De hecho, la aristocracia meda era famosa por su lujo que, probablemente, se manifestaba también en tejidos, muebles y objetos de madera que no han llegado hasta nosotros.

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